IV Semana de Adviento
Miercoles
“Oíd que llega mi amado”
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Cantar de los Cantares 2,8-14:
¡Oíd, que llega mi amado, saltando sobre los montes, brincando por los collados!
Es mi amado como un gamo, es mi amado un cervatillo. Mirad: se ha parado
detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías.Habla mi amado
y me dice: «¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado
el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el
tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los
frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. ¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las
grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es
muy dulce tu voz, y es hermosa tu figura.»
Sal 32,2-3.11-12.20-21 R/. Aclamad, justos, al Señor, cantadle un cántico nuevo
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones. R/.
El plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,39-45:
Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un
pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel
oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá.»
II. Oramos con la Palabra
OH SOL que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia cuyos
rayos, desde el vientre de María, alegraron a Juan antes de nacer: ¡ven ahora a
iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte! Sin sol, siempre es
de noche. Y yo quiero vivir de día, alumbrado por el Sol que nace de lo alto, que
eres tú, mi Dios y mi Señor Jesús.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de
EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Las lecturas de este miércoles nos hablan de una bellísima idea: el amor
verdadero es aquel amor que espera. De las lecturas parece brotar la idea de
que el Amor esta relacionado con la espera. Esperar a la persona a quien amas
se convierte en sí en un acto de amor, en un hecho lleno de paciencia, de ganas
de besarla, de abrazarla… El Amor es paciente, dice San Pablo en otro lugar.
El encuentro entre dos personas que se aman es un momento lleno de novedad,
de fuerza, de vida, de alegría, de calor. El encuentro entre dos personas es el
encuentro de vidas, de corazones, de pensamientos. El encuentro con las
personas a las que amas se ansia; el ansia por el encuentro hace a uno querer
acelerar el tiempo para que llegue el Encuentro.
Son los dos encuentros que nos encontramos en las lecturas de este miércoles.
En la primera lectura del Cantar de los Cantares es el encuentro entre los que se
aman: entre el amado y la amada. El amado, con ansia, dice a modo de
melodía: ¡Levante y Ven.! Las ganas de encontrarse con la amada lo empuja a
repetir: ¡Ven.!
En el Evangelio encontramos el encuentro entre María y su prima Isabel. Un
encuentro que Isabel no se esperaba y que la llena de alegría. Con grande
fuerza en la labios, en el corazón y en toda su persona Isabel proclama: ¡Bendita
eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
Nosotros nos encontramos a la puerta del encuentro con el Señor, un encuentro
futuro que nos llena de ansias ahora, en el presente. Un encuentro que se
producirá en nuestra propia vida porque el Señor se encarna en nosotros, si
nosotros le dejamos. Pensamos que la encarnación de Dios es algo ajeno a
nosotros, algo exterior, algo que se produce en las vidas de los otros, pero no en
la mía. NO! Dios no tiene otra carne que nuestra carne, que nuestra vida para
hacerse carne. Dios quiere encontrarse con nosotros en nuestra propia vida: en
nuestra alegrías y sufrimientos cotidianos. Quiere encontrarse con nosotros
como el Amado: ¡Levante, déjame entrar y Ven!
Fray José Rafael Reyes González
Convento de San Clemente - Roma
Con permiso de dominicos.org