Misa de la Vigilia de la Solemnidad de Navidad.
1. Comentario de la primera lectura (IS. 62, 1-5).
"Por amor de Sión no he de callar,
por amor de Jerusalén no he de estar quedo,
hasta que salga como resplandor su justicia,
y su salvación brille como antorcha" (IS. 62, 1).
Estimados hermanos y amigos:
Faltan escasas horas para que empecemos a celebrar el acontecimiento que
hemos esperado expectantes durante las cuatro semanas que se ha prolongado el
tiempo de Adviento. Quienes hemos meditado la Palabra de Dios valiéndonos de la
Liturgia de la Iglesia durante los Domingos anteriores a la Solemnidad de la
Natividad de Nuestro Salvador, hemos recordado, que no debemos aprender a
interpretar la Palabra de Dios exclusivamente en nuestro beneficio, pues debemos
ser predicadores de fe y justicia, ora en nuestro entorno, ora en cualquier parte del
mundo, bien presencialmente, o bien valiéndonos de los medios de comunicación,
que podamos utilizar, para cumplir la voluntad de Nuestro Santo Padre, de
evangelizar a la humanidad.
El Profeta Isaías nos dice, en el texto que estamos considerando:
"Por amor de Sión no he de callar".
¿Cuál es la causa por la que debemos compartir la fe que nos caracteriza, con
nuestros familiares y amigos, y con quienes estén dispuestos a conocerla y
aceptarla?
Tal causa, es el amor que sentimos por nuestro Dios, cuyo conocimiento
queremos que se extienda por toda la tierra, y el amor que sentimos por nuestros
prójimos los hombres, pues ellos también son parte de la ciudad de Dios, esa
Jerusalén celestial, por cuyo amor el Profeta Isaías se jugó la vida, sabiendo que, al
estar de parte de Dios, no tenía nada que perder, pero sí tenía mucho que ganar.
"Por amor de Jerusalén no he de callar,
por amor de Jerusalén no he de estar quedo".
Isaías indica dos veces que el amor que siente por la ciudad de Dios le impide
dejar de predicar, para subrayar cuál es el motivo que lo mueve a sufrir lo que le
sea necesario, con tal de extender, todo lo que pueda, su conocimiento de Yahveh.
¿Amamos a Dios como amó el Profeta Isaías a Nuestro Padre común?
¿Hasta cuándo debemos anunciarles el Evangelio a quienes quieran oírnos?
"Hasta que salga como resplandor su justicia,
y su salvación brille como antorcha".
En el lenguaje bíblico, la justicia, tal como la entendemos nosotros, equivale a la
segunda acepción del significado de dicha palabra, pues, el primer significado, es el
de la fe.
Isaías nos invita a predicarles el Evangelio a nuestros oyentes y lectores, hasta
que la fe de los mismos, y su capacidad de practicar la justicia, resplandezcan, para
que, la salvación con que Dios compensará el amor que han de sentir por El, brille
como una antorcha.
El texto que estamos considerando, se refiere, -en el campo de la Escatología-, al
estado en que vivirán los elegidos de Dios cuando nuestra tierra sea el Reino de
Nuestro Santo Padre. Es esta la razón por la que el Profeta nos sigue diciendo:
"Verán las naciones tu justicia,
todos los reyes tu gloria,
y te llamarán con un nombre nuevo
que la boca de Yahveh declarará" (IS. 62, 2).
¿Ven nuestros prójimos los hombres nuestra justicia?
¿Se percatan quienes nos conocen de que actuamos impulsados por la fe que nos
caracteriza, y de que hacemos el bien, no sólo porque ello es bueno y grato a
nuestros ojos, sino que también lo hacemos para cumplir la voluntad de Nuestro
Santo Padre?
Los reyes del mundo verán la gloria de los hijos de Dios, la cuál será mayor que
la gloria de quienes hayan acumulado más riquezas, a lo largo de la Historia. Tal
gloria se refiere al hecho de que viviremos en un mundo en que no existirá el
sufrimiento en ninguna de las formas en que se manifiesta actualmente.
Para los hebreos, el hecho de conocer el nombre de una persona, significaba
tener cierto dominio sobre la misma. El hecho de que Dios nos dará un nombre
nuevo a sus creyentes cuando concluya plenamente la instauración de su Reino
entre nosotros, significa que seremos el pueblo de su propiedad, una familia que
vivirá totalmente consagrada (dedicada a cumplir la voluntad divina) a su Creador.
"Serás corona de adorno en la mano de Yahveh,
y tiara real en la palma de tu Dios.
No se dirá de ti jamás "Abandonada",
ni de tu tierra se dirá jamás "Desolada",
sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia",
y a tu tierra, "Desposada".
Porque Yahveh se complacerá en ti,
y tu tierra será desposada.
Porque como se casa joven con doncella,
se casará contigo tu edificador,
y con gozo de esposo por su novia
se gozará por ti tu Dios" (IS. 62, 3-5).
Durante las semanas que se prolonga el Adviento, la Iglesia nos insta a recordar
las dos venidas de Jesús a este mundo. La Eucaristía de la Vigilia de Navidad, nos
recuerda la esperanza que tenemos en que Jesús vuelva a encontrarse con
nosotros, para que así, las tres celebraciones eucarísticas siguientes de esta
Solemnidad -la Misa de media noche, la Eucaristía del alba y la del día-, nos ayuden
a visualizar el día del retorno de Nuestro Salvador, que aguardamos con fe. De la
misma manera que vamos a celebrar el Nacimiento de Jesús, llegará el día en que
el Señor venga a nuestro encuentro, para hacer de la tierra su Reino. En la Profecía
de Isaías, se nos describe el citado día en términos escatológicos, indicándosenos
que viviremos en un mundo purificado del pecado, en que no existirá el sufrimiento.
"Mirad que Yahveh hace oír
hasta los confines de la tierra:
«Decid a la hija de Sión:
Mira que viene tu salvación;
mira, su salario le acompaña,
y su paga le precede.
Se les llamará "Pueblo Santo",
"Rescatados de Yahveh";
y a ti se te llamará "Buscada",
"Ciudad no Abandonada"" (IS. 62, 11-12).
La salvación divina viene acompañada del salario con que Dios ha prometido
vivificar a los hombres, y de la paga correspondiente a la fe que todos tenemos en
Nuestro Santo Padre, y a las obras benéficas que hemos llevado a cabo, porque, el
primer Obispo de Jerusalén, escribió en su Carta -o Epístola- bíblica:
"Imaginad el caso de un hermano o una hermana que andan mal vestidos y
faltos del sustento diario. Si acuden a vosotros y les decís: "Dios os ampare,
hermanos; que encontréis con qué abrigaros y quitar el hambre", pero no les dais
nada para remediar su necesidad corporal, ¿de qué les servirán vuestras
palabras? Así es la fe: si no produce obras, está muerta en su raíz. Se puede
también razonar de esta manera: tú dices que tienes fe; yo, en cambio, tengo
obras. Pues a ver si eres capaz de mostrar tu fe sin obras, que yo, por mi parte,
mediante mis obras te mostraré mi fe" (ST. 2, 15-18).
Es interesante el reto que les propone Santiago a quienes dicen que no nos es
necesario hacer el bien para ser salvos. Es verdad que Dios nos salvará porque nos
ama, y no lo hará por causa de nuestras obras benéficas, pero, si no hacemos el
bien, ¿cómo podremos demostrar la fe que nos caracteriza? ¿Cómo podrá
demostrarle un hijo a su padre enfermo que lo ama, si no lo socorre cuando más lo
necesita?
"Mirad que Yahveh hace oír
hasta los confines de la tierra" (CF. IS. 62, 11).
¿Cómo hace Dios que su Palabra se oiga hasta los confines de la tierra?
Dios se vale de la Biblia para difundir su Palabra, así como también lo hace de sus
predicadores, de la naturaleza, y de nuestras circunstancias vitales. Si
verdaderamente deseamos conocer a Dios, cualquier cosa que nos suceda, será
interpretada como un intento de Nuestro Santo Padre, de acercarse a nosotros.
Por la fe que nos caracteriza, creemos que somos el "Pueblo Santo de Dios", los
"Rescatados de Yahveh", porque Jesús nos redimió mediante su Pasión, muerte y
Resurrección, los hijos de la ciudad divina conocida como "Buscada" por el Señor,
quien tanto se ha esforzado en convertirnos a su Evangelio de salvación, la "Ciudad
no Abandonada de Yahveh", a pesar de nuestras infidelidades.
¿Tenemos dificultades?
¿SE nos debilita la fe por causa de la preocupación que nos causan los problemas
que tenemos?
Isaías nos dice a los habitantes de la futura Jerusalén celestial, -la cual será la
capital del mundo-, que "no se dirá de ti jamás abandonada", porque, aunque tarde
en socorrernos, con tal de probar la fe que tenemos en El, Dios nos dice, por medio
del Salmista:
"DE Yahveh penden los pasos del hombre,
firmes son y su camino le complace;
aunque caiga, no se queda postrado,
porque Yahveh la mano le sostiene.
Fui joven, ya soy viejo,
nunca vi al justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan" (SAL. 37, 23-25).
"Escucha, Yahveh, mi voz que clama,
¡tenme piedad, respóndeme!
Dice de ti mi corazón:
«Busca su rostro."
Sí, Yahveh, tu rostro busco:
No me ocultes tu rostro.
No rechaces con cólera a tu siervo;
tú eres mi auxilio.
No me abandones, no me dejes,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
Yahveh me acogerá" (SAL. 27, 7-10).
Somos los hijos de una Tierra Santa de la que no se dirá jamás "Desolada",
porque el Señor no permitirá que seamos probados por el sufrimiento, más allá de
la fuerza que tenemos para soportarlo, así pues, San Pablo, nos dice:
"Hasta ahora, ninguna prueba os ha sobrevenido que no pueda considerarse
humanamente soportable. Por lo demás, Dios es fiel y no permitirá que seáis
puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas; al contrario, junto con la prueba os
proporcionará también la manera de superarla con éxito" (1 COR. 10, 13).
Esperamos que llegue el día en que el Señor nos llame "Mi Complacencia", porque
cumpliremos cabalmente su voluntad, la cual consiste, en que alcancemos la
felicidad, viviendo en su presencia. Esta es la razón por la que, San Pedro, nos
instruye, y conforta, en los siguientes términos:
"También vosotros, como piedras vivas, constituís un templo espiritual y un
sacerdocio consagrado, que por medio de Jesucristo ofrece sacrificios espirituales y
agradables a Dios" (1 PE. 2, 5).
San Pedro nos dice que somos piedras vivas del edificio de la Iglesia, en el
sentido de que, al realizar nuestra vocación, contribuimos al mantenimiento de la
institución fundada por Nuestro Señor.
Somos una raza sacerdotal consagrada a Dios, porque El nos ha destinado a que
vivamos cumpliendo su voluntad.
Los sacrificios que le ofrecemos a Nuestro Santo Padre por medio de Jesucristo,
son todo lo que hacemos en el mundo como cristianos, sabiendo que ello obedece
al querer del Dios Uno y Trino.
Somos los hijos de la ciudad "Desposada" con el Señor, porque, en la Biblia, las
relaciones existentes entre Dios y sus creyentes, son equiparadas a las relaciones
matrimoniales. La Parusía o segunda venida de Nuestro Salvador al mundo, y la
conclusión plena de la instauración de su Reino entre nosotros, son las bodas que
aguardamos, el compromiso matrimonial que nos unirá a Dios, a quien le
permaneceremos fieles, sin volver a pecar, y sin volver a ser víctimas del
sufrimiento.
2. Comentario del Salmo responsorial (SAL. 88/89, 4-5. 16-17. 27 y 29).
Dios le prometió al Rey David que perpetuaría su Reino. Salomón, -el hijo del
citado Rey que heredó el Reinado de su padre, y que lo arruinó por causa de su
falta de inteligencia para gobernarlo-, es un símbolo de Jesucristo, el heredero del
citado Rey en términos espirituales, cuyo Reinado jamás tendrá fin.
el Salmo responsorial de esta primera Eucaristía de la Navidad, empieza
recordando la promesa que Dios le hizo a David, de perpetuar su Reino, por medio
de un descendiente, de quien sabemos que es Jesús.
Dios, nos dice:
""Una alianza pacté con mi elegido,
un juramento hice a mi siervo David:
Para siempre jamás he fundado tu estirpe,
de edad en edad he erigido tu trono" (SAL. 88/89, 4-5).
Debemos considerarnos afortunados al poder aclamar y bendecir a Dios, porque
hay millones de personas que carecen de alguien en quien poder confiar, tal como
nosotros lo hacemos en Nuestro Padre común.
"Dichoso el pueblo que la aclamación conoce,
a la luz de tu rostro caminan, oh Yahveh" (SAL. 88/89, 16).
¿Cómo podemos caminar a la luz del rostro de Dios?
En el libro de los Salmos, leemos:
"Yo amo, porque Yahveh escucha
mi voz suplicante;
porque hacia mí su oído inclina
el día en que clamo.
Los lazos de la muerte me aferraban,
me sorprendieron las redes del seol;
en angustia y tristeza me encontraba,
y el nombre de Yahveh invoqué:
¡Ah, Yahveh, salva mi alma!
Tierno es Yahveh y justo,
compasivo nuestro Dios;
Yahveh guarda a los pequeños,
estaba yo postrado y me salvó.
Vuelve, alma mía, a tu reposo,
porque Yahveh te ha hecho bien.
Ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas,
y mis pies de mal paso.
Caminaré en la presencia de Yahveh
por la tierra de los vivos.
¡Tengo fe, aún cuando digo:
«Muy desdichado soy»!,
yo que he dicho en mi consternación:
«Todo hombre es mentiroso».
¿Cómo a Yahveh podré pagar
todo el bien que me ha hecho?
La copa de salvación levantaré,
e invocaré el nombre de Yahveh.
Cumpliré mis votos a Yahveh,
¡sí, en presencia de todo su pueblo!" (SAL. 116, 1-14).
"«El me invocará: ¡Tú, mi Padre,
mi Dios y roca de mi salvación!
Y yo haré de él el primogénito,
el Altísimo entre los reyes de la tierra.
«Le guardaré mi amor por siempre,
y mi alianza será leal con él;
estableceré su estirpe para siempre,
y su trono como los días de los cielos" (SAL. 88/89, 27-30).
Jesús invocó a Nuestro Santo Padre como el Dios y roca de la salvación de su
aflicción, y, por causa de su fidelidad, Nuestro Señor fue encumbrado, sobre todos
los reyes de la tierra, cuando, después de resucitar de entre los muertos, ascendió
al cielo.
José Portillo Pérez