EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Lucas 2,22-40.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño
a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma,
como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y
esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús
llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de
caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente
los pensamientos íntimos de muchos".
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser,
mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con
su marido.
Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se
apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba
acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de
Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba
con él.
Comentario del Evangelio por
Papa Pablo VI
Homilía en Nazaret. 5 de Enero de 1964
«Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret»
Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la
escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a
observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de
esta sencilla, humilde, y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los
hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar
esta vida...¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero
sublime escuela de Nazaret!; ¡cómo quisiéramos volver a empezar junto a María,
nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la
verdad divina!
Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que renovará y
fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito
del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido,
tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna.
Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar
siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los
verdaderos maestros; enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente
formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración
personal que sólo Dios ve. (Mt. 6,6,)
Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la
familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e
inviolable; aprendamos de Nazaret lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía;
aprendamos lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.
Una lección de trabajo, Nazaret la casa «del hijo del carpintero» (Mt.13,55):
como quisiéramos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del
trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad,
de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo
non puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y libertad para ejercerlo no
provienen tan solo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros
valores que lo encauzan hacia un fin más noble. Queremos finalmente saludar
desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles el gran modelo, al
hermano divino, al defensor de todas las causas justas, es decir: a Cristo, nuestro
Señor.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”