SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
MISA DE MEDIANOCHE
Is 9, 1-3.5-6; Sal 95; Tt 2, 11-14; Lc 2, 1-14
En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un
censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino
gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También
José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en
Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa
María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio
a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre,
porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que
pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se
les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran
temor. El ángel les dijo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para
todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado
en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército
celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a
los hombres que Dios ama.
En la Solemnidad del Nacimiento de Cristo, la tradición de la Iglesia nos invita a
contemplar en el Nacimiento de Jesucristo, el inicio de la Nueva Creación. Dice la
escritura, así como por la desobediencia de una mujer entró el pecado, por la
obediencia de otra mujer -María- nos llegó la salvación. En esta Noche Santa la
liturgia celebra con alegría el gran acontecimiento del Nacimiento de Jesús en
Belén. Como hemos escuchado en el Evangelio, Jesús viene al mundo en una
familia pobre de medios materiales. El Salvador nace en un establo, porque para Él
no hay lugar en la posada; es recostado en un pesebre, porque no tiene una cuna;
llega al mundo en pleno abandono y pobreza, ignorado por todos y, al mismo
tiempo, acogido y reconocido en primer lugar por los pastores, los humildes, a
quienes el ángel anuncia su nacimiento. Este acontecimiento esconde un misterio,
así lo revelan los coros de los mensajeros celestiales que cantan el nacimiento de
Jesús y proclaman «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que
ama el Señor» (Lc 2,14). La alabanza a lo largo de los siglos se hace oración que
sube del corazón de las multitudes, que en la Noche Santa siguen acogiendo al Hijo
de Dios.
Al respecto el Papa Benedicto XVI dice: Cristo quiere darnos un corazón de
carne. Cuando le vemos a Él, al Dios que se ha hecho niño, se abre el corazón. En
la Liturgia de la Noche Santa, Dios viene a nosotros como hombre, para que
nosotros nos hagamos verdaderamente humanos. Escuchemos de nuevo a
Orígenes: «En efecto, ¿para qué te serviría que Cristo haya venido hecho carne una
vez, si Él no llega hasta tu alma? Oremos para venga a nosotros cotidianamente y
podamos decir: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)» (in
Lc 22,3). Sí, por esto queremos pedir en esta Noche Santa. Señor Jesucristo, tú
que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma.
Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos
convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es
transformado (Homilía de Nochebuena, 25 de diciembre de 2009).
En este acontecimiento extraordinario del nacimiento de un Hombre, que es el Hijo
eterno del Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra: se revela el misterio
de Dios; la Palabra que se hace hombre pone de manifiesto el prodigio de Dios
encarnado. El misterio ilumina el acontecimiento del nacimiento: un Niño es
adorado por los pastores en la gruta de Belén. Es "el Salvador del mundo", es
"Cristo Señor" (cf. Lc 2,11). Sus ojos ven a un recién nacido envuelto en pañales y
acostado en un pesebre, y en aquel "signo”, gracias a la luz interior de la fe,
reconocen al Mesías anunciado por los Profetas.
Es el Emmanuel, «Dios-con-nosotros», que viene a llenar de gracia la tierra. Viene
al mundo para transformar la creación. Se hace Hombre entre los hombres, para
que en Él y por medio de Él todo ser humano pueda renovarse profundamente. Con
su nacimiento, nos introduce a todos en la dimensión de la divinidad, concediendo a
quien lo acoge el don de la fe y la posibilidad de participar de su misma vida divina.
Nuevamente el Papa Benedicto XVI nos dice: Dios no solamente se ha inclinado
hacia abajo, como dicen los Salmos; Él ha «descendido» realmente, ha entrado en
el mundo, haciéndose uno de nosotros para atraernos a todos a sí. Este niño es
verdaderamente el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Su reino se extiende
realmente hasta los confines de la tierra. En la magnitud universal de la santa
Eucaristía, Él ha hecho surgir realmente islas de paz. En cualquier lugar que se
celebra hay una isla de paz, de esa paz que es propia de Dios. Este niño ha
encendido en los hombres la luz de la bondad y les ha dado la fuerza de resistir a la
tiranía del poder. Él construye su reino desde dentro, partiendo del corazón, en
cada generación...» (BENEDICTO XVI, Homilía de Nochebuena, 25 de diciembre de
2010)
El significado de la salvación de la que oyen hablar los pastores en la noche de
Belén: "Os ha nacido un Salvador" (Lc 2,11), la venida de Cristo entre nosotros es
el centro de la historia, que desde entonces adquiere una nueva dimensión. En
cierto modo, es Dios mismo que irrumpe en la historia entrando en ella. El
acontecimiento de la Encarnación se abre así para abrazar totalmente la historia
humana, desde la creación a la parusía. Por esto en la liturgia canta toda la
creación expresando su propia alegría: aplauden los ríos; vitorean los campos; se
alegran las numerosas islas (cf. Sal 98,8; 96,12; 97,1). Todo ser creado sobre la
faz de la tierra acoge este anuncio. Es el acontecimiento-misterio de la Encarnación,
con la cual la humanidad alcanzó el culmen de su vocación. Dios se hizo Hombre
para hacer al ser humano partícipe de su propia divinidad.
la Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se
nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice
también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal
vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra
del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz
del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje
nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e
intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo...» (BENEDICTO XVI, Homilía de
Nochebuena, 25 de diciembre de 2008).
Cantemos hermanos en esta Noche Santa unidos a los ángeles y santos: Gloria a
Dios en el cielo y Paz a los hombres que en sus corazones la Gracia reboza y
transforma la vida.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar