El misterio de la Navidad
Homilía para la solemnidad de la Natividad del Señor (Ciclo B)
Dios se da a conocer en los acontecimientos de la historia de la salvación.
La luz de la fe permite descubrir la verdadera profundidad de los hechos e
interpretarlos auténticamente. Con el Nacimiento de Jesús se cumple el
anuncio del profeta Isaías: “Un nio nos ha nacido, un hijo se nos ha dado,
y es su nombre „Mensajero del designio divino‟ ” ( Is 9,5).
La noticia de su nacimiento es una proclamación de alegría porque en Él, en
Jesús, Dios ha venido para consolar a su pueblo, para iniciar su Reino (cf Is
52,7-10). Nadie puede, en consecuencia, sentirse al margen de este
evento: “Los confines de la tierra han proclamado la victoria de nuestro
Dios” ( Sal 97).
¿Quién es este Niño? ¿Cuál es su identidad? La Carta a los Hebreos nos dice
que Jesús es el Hijo de Dios: “Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser.
Él sostiene el universo con su palabra poderosa” ( Heb 1,3). El Hijo de Dios,
la Palabra preexistente, creadora, conservadora y redentora se ha
encarnado en Cristo, trayendo así el mensaje definitivo.
La condescendencia de Dios, su afán de aproximarse a nosotros para que
nosotros tengamos acceso a Él, llega a su plenitud con la encarnación del
Verbo. El papa Benedicto XVI, empleando una expresión patrística y
medieval, dice que “el Verbo se ha abreviado”: “El Hijo mismo es la Palabra,
el Logos ; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para
estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro
alcance” ( Verbum Domini , 12).
En cierto modo, en el misterio de la Navidad se identifican la misericordia y
la humildad. El amor fiel y compasivo de Dios, su bondad y ternura, se
revela en la humildad del Nacimiento de Jesús: “ha nacido por nosotros,
Nio pequeito, el Dios eterno” (San Romano Melodo). Jesús encarna y
personifica la misericordia: “ El mismo es, en cierto sentido, la misericordia ”,
decía Juan Pablo II. Debemos abrir nuestro corazón para que este amor
divino nos transforme y nos haga a nosotros humildes para así poder nacer
como hijos de Dios.
El evangelio de San Juan contempla desde lo alto este acontecimiento: “Y la
Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”
( Jn 1,14). El uso del término “carne” subraya el realismo de este hecho: El
Hijo de Dios “se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser
verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre”
( Catecismo , 464).
La Palabra que hasta entonces era invisible para el mundo creado se hizo
visible cuando Dios hizo oír su voz: “de la luz que es el Padre sali la luz
que es el Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en el ser de la
creatura; de esta manera el que al principio era solo visible para el Padre
empezó a ser visible también para el mundo, para que éste, al
contemplarlo, pudiera alcanzar la salvacin”, comenta San Hiplito.
Acerquémonos a Jesús. Vayamos a adorarle, como los pastores y los Magos,
como María y José. Adorarle es creer, es saber que Dios nos habla en Jesús
y que en Él se hace próximo y visible para que nosotros tengamos vida en
abundancia.
Guillermo Juan Morado.