Comentario al evangelio del Sábado 07 de Enero del 2012
Queridos amigos:
Hoy es una fecha especial para mí. Es el día de mi cumpleaños. Si vivieran mis padres, no permitiría
que ellos me felicitaran. ¡Yo les felicitaría a ellos! Y lo haría, porque sé la historia de amor que ellos
vivieron conmigo, tanto para traerme al mundo como para cuidarme en él, mientras vivieron. A la
palabra GRACIAS no le sobra ninguna letra. Lo que sí haré hoy será celebrar la eucaristía en
comunión con ellos.
Las lecturas me parecen estupendas para un día como éste. Son una llamada a la conversión, que tomo
en primera persona del singular, como si fuera dirigida directamente a mí. “Convertíos, porque está
cerca el Reino de los cielos”. Estoy convencido de que la conversión que pide Jesús, no es sólo una
conversión moral (que intenta poner orden en una vida desordenada). Sería eso, quizá, pero sería
mucho más que eso. Lo que pide Jesús es que el encuentro con Él engendre alegría y pasión por el
Reino de Dios y por el Dios del Reino. Que sea el Reino, y no otra cosa, lo que busque quien se
acerque a Jesús, como yo ahora. Que por el Reino lo deje todo y lo arriesgue todo. Ésta es mi primera
petición en este día de mi cumpleaños, que celebro con mis padres: que me convierta al Reino.
La segunda petición está tomada de la primera carta de Juan y es que “creamos (que crea) cada vez
más en Dios y en su Hijo, Jesucristo”, y, en consecuencia, “que nos amemos unos a otros como Él nos
mandó”. Tenemos que amarnos como Él nos ha amado y nos sigue amando. Tenemos que amarnos en
clave samaritana, no sólo de manera individual, sino también de manera colectiva. Porque las masas
también son mi prójimo, que diría Pío XII. Tenemos que amarnos como servidores. Y me gustaría que
en temas como éste no hablara de memoria. Hay testigos que aman como servidores y no sólo con su
afectividad. Sin ir más lejos, hemos celebrado en nuestra comunidad a un hermano, que se ha
desvivido durante cincuenta años en el servicio a los otros. Yo me he sentido en deuda con él. Y
quisiera pedir, en este día, que Jesús me dé tanto amor como para desvivirme por los demás, en las
pequeñas cosas de cada día.
La tercera y última petición es que viva de un Espíritu que confiese a Jesús y dé testimonio de Él. Que
pueda decirme Jesús, como les diría a los miembros de la comunidad del apóstol Juan: “Vosotros, hijos
míos, sois de Dios” y no sois del mundo. ¡Que así sea, amén!
Un abrazo de Pepe Vico.
Pepe Vico