“Todo varn primogénito será consagrado al seor”
Lc 2, 22-35
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
AMOR QUE SE DA A TODOS CON GENEROSIDAD.
Amar, según el ejemplo de Cristo, quiere decir darse, olvidarse de sí mismo, procurar el bien
del otro hasta sacrificar los propios intereses, las propias ideas y la misma vida. La actitud
evangélica que nos sitúa en la verdad es la de la entrega de nosotros mismos a Dios y a los
hermanos, es decir, la de la ofrenda que la familia de Nazaret ha practicado. La existencia
cristiana no es sólo don, gratuidad, servicio, intimidad de amistad, sino también un algo difuso
que impregna el ambiente en que se vive: es amor que se da a todos con generosidad.
El mandamiento del amor universal, llevado hasta el amor al enemigo (ef. Lc 6,27-36), para que
pueda llegar a ser auténtico como Jesús nos ha enseñado, debe ser vivido primero en la
comunidad de los hermanos en la fe. Para Juan, pues, el acento recae más sobre el
fundamento del amor que sobre su universalidad. Juan, en efecto, lo pone en el misterio
trinitario, y prefiere insistir en la vida de íntima comunión que une al Padre y al Hijo.
Así pues, justamente esta razón nos hace comprender que el auténtico amor fraterno no se
agota dentro de los confines de la comunidad cristiana, en la que cada discípulo vive, porque el
amor fundado en el del Padre y vivido en plenitud entre los hermanos de fe es un elemento de
dinamismo apostólico. Cuanto más en profundidad se viven la fe y el amor, más atraídos se
sienten todos a conocer el testimonio del verdadero discípulo de Jesús. Donde reina este amor
mutuo los discípulos se convierten en signo histórico y concreto del Dios-amor en el mundo.
ORACION
Señor Jesús, desde niño has querido darnos ejemplo de sencillez y pobreza con tu vida oculta
y confundida entre la gente común. Has querido también ser presentado en el templo y
someterte a la ley del tiempo como un primogénito cualquiera de tu pueblo. Te has hecho
reconocer como Mesías y Salvador universal por Simeón, hombre justo y abierto a la novedad
del Espíritu, porque tú siempre te revelas a los sencillos y mansos de corazón y no a los que el
mundo considera grandes y poderosos.
Te pedimos que te nos manifiestes también a nosotros, a pesar de nuestra pobreza e
incapacidad para acoger el paso de tu Espíritu por nuestra vida, para que podamos reconocerte
como «luz» para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros, como el anciano
Simeón, queremos bendecirte por las promesas que has cumplido dándonos la salvación y por
las muchas maravillas que has realizado entre nosotros y continúas realizando con tu presencia
providente y amorosa. Pero, sobre todo, queremos vivir lo que nos has enseñado con el
mandamiento del amor fraterno: procurar el bien de los hermanos, llevar sus cargas y
desventuras y compartir los sufrimientos de nuestros prójimos. Que nuestro vivir sea una
ofrenda generosa de cuanto somos al Padre, para que nuestra pobre humanidad renazca a una
vida nueva.