La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”
Jn 1, 1-18
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA HISTORIA HUMANA ESTÁ GUIADA POR DIOS
En su historia bimilenaria, la Iglesia ha encontrado siempre falsos profetas y maestros de
falsedad, que se han servido del nombre de Cristo para propagar sus propias ideas y doctrinas.
Y, muy a menudo, tales adversarios del evangelio han salido de las filas de los creyentes.
También hoy la historia se repite porque no faltan doctores de la mentira, que hacen brillar ante
muchos las tinieblas como luz, desconociendo la verdadera luz de Cristo, portadora de gozo y
paz interior.
Pertenecer a la Iglesia es un don y un misterio que ningún vínculo externo puede garantizar,
sino sólo la fidelidad a la Palabra de Cristo en la humilde y constante búsqueda de la verdad.
Rechazar a la Iglesia es rechazar a Cristo, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). Rechazar a la
Iglesia es no creer en el evangelio y en la Palabra de Jesús, es vivir en las tinieblas y en el
absurdo. Por el contrario, el verdadero discípulo de Jesús, habiendo recibido la unción del
Espíritu Santo, se deja conducir suavemente por su acción y por su verdad, reconociendo los
caminos de Dios y esperando su venida sin alarmismos ni fantasías milenaristas. La
encarnación de Cristo ha impregnado toda la historia y la vida de los hombres, porque sólo en
él reside toda plenitud de vida y toda aspiración a la felicidad, y el hombre ha entrado a pleno
derecho entre los familiares de Dios.
El final de un año civil recuerda al cristiano que la historia humana está guiada por Dios y a él
dirigimos nuestro reconocimiento por los dones recibidos y nuestra súplica por la vida nueva
que siempre nos ofrece.
ORACION
Padre, Señor omnipotente que gobiernas con infinito amor la historia y la vida de los hombres,
te damos gracias por tu Hijo Jesús que nos has enviado como Palabra de verdad a nuestro
pobre mundo, hecho de fragilidad, de debilidad y de pecado. Nosotros sólo queremos acoger
esta Palabra tuya hecha carne, pero queremos tenerla constantemente ante los ojos como
inmutable y único punto de referencia en nuestro peregrinar terreno.
Tú has amado tanto al mundo que nos hablas a través del don de tu Hijo para que el que cree
en él tenga la vida (cf. Jn 3,16).
Continúa, Padre, todavía hoy, manifestándote a través de él, para que nos sintamos hijos tuyos
y la vida divina que has sembrado en nuestro corazón con el bautismo se refuerce con un
camino de fe que nos haga experimentar siempre tus favores y contemplar tu gloria.
Toda la vida de Jesús se ha desarrollado como vida filial en una actitud de escucha y de
obediencia a ti, Padre, en una relación de amor y como expresión del amor. Ésta es la razón
por la que Jesús no se ha buscado nunca a sí mismo ni su propia gloria, sino sólo escucharte a
ti para revelarnos tu rostro. Por esto la vida de Jesús es para nosotros la revelación completa,
la plenitud de la verdad.
También nosotros, como el apóstol Juan, queremos experimentar que la auténtica identidad de
tu Hijo se comprende sólo cuando en la contemplación nos situamos fuera del tiempo y de la
historia y encontramos la raíz de la existencia de Jesús en tu intimidad. Sobre esta plenitud
queremos fundamentar nuestra fe.