Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José B
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
a.- Sir. 3, 3-7. 14-17: Dios hace el padre respetable y afirma la
autoridad de la madre.
En el libro del Sirácida o Eclesiástico, se hace un elogio del amor familiar y las
consecuencias respecto a Dios. El hijo que honra a su padre y madre, recibe una
abundancia de bendiciones para su vida familiar. Si honramos a Dios, debemos
aprender a honrar también a nuestros padres. Estas relaciones familiares, en la
mente del autor sagrado, son la mejor ocasión para poner en práctica la fe en Dios.
Aquí nos detenemos en meditar los deberes de los hijos para con los padres, pero
en esta misma obra de dedican pasajes para señalar también, los deberes de los
padres en la educación de los hijos (cfr. Eclo. 30,1-13; 42, 9-14). Además hay que
tener como trasfondo, la importancia que tenía el cumplimento del cuarto
mandamiento en la cultura religiosa hebrea (cfr. Prov.19, 26; Rut.1, 16; Tob. 4,3-
4). Puestos a meditar estos pasajes bíblicos, vemos como la autoridad del padre
viene de Dios y la de la madre, de su unión a su esposo, ya que la vida tiene su
origen en Yahvé (cfr. Ex.20, 12). Hermoso el consejo del anciano Tobías a su hijo
antes de morir: “Llam, pues, Tobit a su hijo, que se present ante él. Tobit le dijo:
«Cuando yo muera, me darás una digna sepultura; honra a tu madre y no le des un
disgusto en todos los días de su vida; haz lo que le agrade y no le causes tristeza
por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando
te llevaba en su seno. Y cuando ella muera, sepúltala junto a mí, en el mismo
sepulcro. «Acuérdate, hijo, del Señor todos los días y no quieras pecar ni
transgredir sus mandamientos; practica la justicia todos los días de tu vida y no
andes por caminos de injusticia, pues si te portas según verdad, tendrás éxito en
todas tus cosas, como todos los que practican la justicia.” (Tob, 4,3-7). De las
varias formas de purificarse de los pecados cometidos, estaban los sacrificios en el
templo, dar limosna, ayunar, evitar el mal y finalmente, la piedad para con los
padres (cfr. Eclo. 3,30; 28,2; 34, 26; 35,3). Quien esto realiza, acumula tesoros
(cfr. Eclo.3,3-4), es decir, en el sentido de recibir bienes espirituales, acumular
méritos que serán recompensados por Yahvé. Quien honra a sus padres, tiene
asegurado ser escuchado por Dios, cuando ore en cualquier necesidad. Se quiere
resaltar, que la misma actitud que ahora tiene el hijo, con sus padres la tendrán los
suyos, sus hijos con él (cfr. Mc. 4, 24). Finalmente, la piedad hacia los padres, se
verá recompensada con una larga vida. La actitud del hijo debe estar cimentada en
la dulzura, humildad, lo que atrae el favor de Dios, su poder es grande pero son los
humildes quienes lo reconocen y glorifican.
b.- Col. 3, 12-21: El amor ceñidor de la unidad consumada en la familia
cristiana.
El apóstol Pablo, luego de enumerar los vicios y actitudes con las que muchos de
los paganos se convirtieron al evangelio, ahora revestidos del conocimiento de
Cristo, se van renovando interiormente, el hombre nuevo, hasta alcanzar ser
imagen de su Creador (v.10). El hombre creado se perdió buscando el conocimiento
del bien y del mal, lejos de la voluntad de Dios, está sujeto al pecado y sus
apetencias, este hombre viejo está condenado a la muerte (cfr. Gn.1,27; 2,17;
Rm.5,12; 6,6; Ef.4,22). El cristiano, hombre nuevo, re-generado en Cristo por el
Bautismo, encuentra nuevamente la rectitud interior y el conocimiento moral. A
este hombre, se dirige ahora Pablo, y enumera una serie de virtudes de las que se
reviste el cristiano, pero con una clara vocación comunitaria eclesial: entrañas de
misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, tolerancia mutua, pero
por sobre todo la caridad, vínculo de perfección (cfr. Ef. 2,15; Rm. 8, 29). Esta
perfección abarca todo el arco de la vida cristiana, en su aspecto moral, de forma
individual y comunitaria, pero también se entiende, la perfección como vínculo de
amor entre los creyentes. De esta forma el apóstol está hablando de la comunidad
eclesial, llamada a la perfección. Invita a vivir estas actitudes o virtudes,
comenzando por dar gracias, celebrar la Eucaristía, escuchar la palabra con
exhortaciones, en medio de cánticos e himnos. Finalmente, exhorta a la familia
cristiana a vivir como conviene en el Señor, es decir, en mutua obediencia, los
esposos entre sí, los hijos al padre pero a éste recomienda ser suave con la mujer y
los hijos. Se trata de precepto morales de la vida común, pero cristianizados, es
decir, vividos desde el Señor Jesús, como criterio fundamental (cfr. Ef. 5,21ss).
c.- Lc. 2, 22-40: El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría.
Este evangelio consta de varias partes: la presentación en el templo (vv. 22-24;
revelación de Simeón (vv.25-35); testimonio de Ana (vv.36-38), y vuelta a Nazaret
(vv.39-40). Todo el evangelio de la infancia, se centra en el templo de Jerusalén,
desde el anuncio a Zacarías y la subida de José y María al mismo. Como trasfondo,
tenemos el cumplimiento de la Ley de Moisés: todo primogénito varón es sagrado,
consagrado a Yahvé, y por lo tanto, no se sacrificaba al ser humano, sino un animal
puro, un cordero o palomas, en el caso de la ofrenda de los pobres (cfr. Ex.13; Lev.
12). El evangelista quiere resaltar que Jesús, como primogénito de María, ha sido
presentado al Señor, es decir, rescatado, por el sacrificio de las palomas, ofrecido al
Padre. Esta escena se comprende mejor en lo vivido en el Calvario, donde no será
rescatado, sino que ofrecido como primogénito al Padre morirá por la salvación del
mundo. A esto se une la purificación de María, que sigue las prescripciones de la ley
judía. El centro de este evangelio lo constituye la revelación y cumplimiento de lo
esperado por el viejo Simeón: Jesús ha sido ofrecido al Padre, y éste responde
enviando el Espíritu Santo al anciano que comienza a profetizar (vv. 29-32. 34-35),
el pueblo puede estar tranquilo, porque tiene en sus manos al Salvador esperado,
la vida nueva, la salvación es no sólo para Israel, sino para todas las naciones. Las
palabras del anciano Simeón, encierran gozo y esperanza, pero hechas de lucha y
dolor, por ello terminan con la profecía hecha a María: una espada de dolor
atravesará su alma (vv. 34-35). Si la subida y visita al templo, han comenzado con
un sacrifico (vv.22-24), continuarán con ese mismo signo de sacrificio en las
palabras de Simeón: Jesús será piedra de tropiezo, bandera discutida, signo de
contradicción para Israel, con lo que se abre un surco de vida que culminará en el
Calvario, y se extenderá hacia la Iglesia. Quien escuche a Jesucristo, su evangelio y
lo acepta, es porque tiene la clara intención de seguirle por el camino de la vida con
sus luces y noches, vida y cruz, muerte y resurrección; ese caminar no será nunca
sólo, porque le acompaña el amor y fe, sacrificio y esperanza de la Madre de Jesús.
La profecía de Ana, hecha de alabanza y agradecimiento, presenta, como Simeón, a
Jesús como el Salvador. Vueltos a Nazaret, Jesús crecía en gracia y estatura,
sabiduría y obediencia a sus padres de la tierra.
Santa Teresa del Nio Jesús, Doctora de la Iglesia, escribe: “Me ensea el
Evangelio que sumiso/ a María y José permanece Jesús,/ mientras crece en
sabiduría./ ¡Y el corazón me dice/ con qué inmensa ternura a sus padre queridos/ él
obedece siempre!/ Ahora es cuando comprendo el misterio del templo,/ las
palabras ocultas del amable Rey mío:/ Tu dulce Niño, Madre,/ quieres que seas tú
el ejemplo vivo/ del alma que le busca/ a oscuras, en la noche de la fe.” (Poesía 54,
Por qué te amo María).