DIA 6 DE ENERO
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
Lecturas:
a.- 1Jn. 5,5 -13: El que cree en Cristo, vence al mundo.
El apóstol nos revela los fundamentos de la fe, es decir, el testimonio divino en el
cual se fundamenta el creer del cristiano. Todo que ha nacido de Dios vence al
mundo, es el cristiano que justificado por medio de la fe ha vencido al mundo
(1Jn.5,4). Profundizando esta realidad, enseña que lo que le ha dado la victoria, es
creer que Jesús es el Hijo de Dios, es decir, sin fe en Cristo no hay filiación posible
de vivir, y por ello no puede vencer al mundo (v.5). Se queda el cristiano sin
identidad y sin fuerzas para la lucha. La fe establece la meta por alcanzar y el
auxilio continuo de la gracia divina para iniciar el camino. El apóstol proporciona un
triple testimonio para demostrar que Jesucristo es de verdad el Hijo de Dios y creer
en ÉL no consigue la vida eterna (vv. 6-12). Jesús viene al mundo para redimir al
mundo, misión encomendada por su Padre. Agua y sangre que nos hablan del
Verbo que se hizo hombre, con los cual el evangelista testifica que Cristo es el Hijo
de Dios. Estos elementos también hablan del bautismo y la muerte de Jesús en
cruz. Testimonio de su divinidad y misión es cuando el Padre lo presenta y el
Espíritu Santo desciende sobre el día de su bautismo. Su sangre derramada trajo la
salvación, l velo del templo de rompió, vino el terremoto, muchos resucitaron, el
centurión confesó la divinidad de Jesucristo. El apóstol recalca que Jesucristo vino
no sólo con agua, sino con agua y con sangre, queriendo demostrar que el mismo
el mismo Cristo que se bautizó, también murió en la cruz como Hijo de Dios. Otra
lectura nos habla del agua aludiendo al Bautismo y la sangre a la Eucaristía, ambos
sacramentos testifican la inmensa caridad de Cristo para con los hombres. Un
segundo testimonio a favor de Jesucristo lo da el Espíritu Santo, afirmando que es
el Hijo de Dios y redentor del mundo. Hace que los apóstoles y creyentes se llenen
de valor hasta derramar su sangre por la fe en Cristo. Hace de la cruz, signo de
victoria sobre la muerte, Satanás y el pecado. El Espíritu Santo es la verdad, la
posee la verdad divina y la comunica fielmente. Dio testimonio de Jesucristo el día
de su Bautismo, el día de Pentecostés, cumpliendo la palabra de Jesús, instruyendo
a los apóstoles y confirmándole en su misión. Guía a la Iglesia con sus carismas y
acción santificadora. Con el testimonio de estos tres testigos, el Espíritu, la sangre
y el agua, la invitación es a creer en el Hijo de Dios y por la fe dar testimonio de ÉL.
Si en lo humano aceptamos el testimonio de hombre, ¿por qué no aceptamos el
testimonio de Dios a favor de su Hijo? Su testimonio es mayor y por ello quien cree
en el Hijo, posee el testimonio de Dios dentro de sí, es decir, acepta el testimonio
del Padre y lo conserva como prenda de salvación. Este testimonio es principio vital
para la fe del creyente, pero también fuente de su apostolado y testimonio de
cuanto cree (v.10). Quien no cree hace a Dios un embustero, porque no admite el
testimonio que ha dado a favor de que Cristo es su Hijo, en el fondo es no dar fe a
Dios. Su testimonio se resume en esto en que al darnos al Hijo, nos ha dado la vida
eterna, la vida de la gracia y la gloria como destino, porque ambas se encuentran
en el Hijo. Por la fe y los Sacramentos se participa de la vida de Cristo resucitado.
Si en ÉL está la vida, quien tiene al Hijo posee la vida (v.12), el que no tiene al
Hijo, es decir, no creen en ÉL, no tiene la vida. Tener al Hijo equivale a creer en ÉL,
implica vivir en ÉL por la gracia y el amor, en definitiva es poseer en esta vida de
fe, la vida eterna.
b.- Mc. 1,6-11: Bautismo de Jesús.
El evangelista, nos presenta el Bautismo de Jesús, escueta y austera los elementos
básicos son Jesús viene de Nazaret de Galilea, para ser bautizado en el Jordán. Una
vez bautizado se abren los cielos, el Espíritu Santo baja de los cielos y se escucha la
voz del Padre, una declaración, que lo reconoce como el Hijo amado en quien se
complace (v.11). El perfil que nos presenta el evangelista, es nítido lo que revela su
identidad y su obra: las palabras proféticas de Juan (v.7), la presencia del Espíritu
(v.10) y las palabras reveladoras del Padre (v.11). Con el bautismo Jesús inicia su
misión, con autoridad plena, la presencia y garantía del Espíritu, el testimonio
amoroso del Padre. El Bautista, había preparado al pueblo con una predicación que
invitaba a la purificación, penitencia por los pecados cometidos, suscita un
movimiento espiritual de conversión. Es su tiempo que se cierra, para dar paso a la
novedad del evangelio, predicado por Aquel que es más fuerte que él (v.7; cfr. Is.
9,6). La inmersión en las aguas del Jordán, son el espacio donde los pecadores son
acogidos y preparados para el encuentro con el Mesías. Es la disposición interior de
quienes buscan la salvación, un camino de santidad que está por inaugurarse por
Aquel, que es más fuerte y bautizará con Espíritu Santo. Si Jesús trae consigo al
Espíritu, es porque la historia está llegando a su plenitud. Jesús viene desde
Galilea, baja del norte de Nazaret a Galilea, es decir, de la tierra de los paganos a
un contacto más directo con los judíos. Jesús se acerca al Bautista para ser
bautizado. Toma la condición de un pecador, se hace pecado (cfr. 2 Cor. 5, 21),
aparece como un peregrino más del arrepentimiento, que concretiza su gesto de
arrepentimiento con el agua derramada y el compromiso de cambiar de vida. Pero
sucede lo extraordinario, el reconocimiento de su verdadera identidad que vienen
no de los hombres, sino de lo alto: la presencia del Espíritu y la voz del Padre. Se
oye la voz del cielo. “En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que
el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los
cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.» (vv. 10-11). Se enfatiza lo
humano comparte la condición de pecador, pero al mismo tiempo se subraya su
dimensión divina, condición única entre los profetas que ha conocido el pueblo de
Dios. Jesús es hombre y Dios, pecador e inocente por nosotros. Lo humano y
divino, se conjugan en forma admirable en Cristo Jesús. Al recibir el Bautismo, se
hace plenamente solidario con la humanidad pecadora, es el “verdadero Hombre”,
pero también reconocido como “verdadero Dios”, por el Padre y el Espíritu Santo. El
Padre proclama a Jesús como su verdadero Hijo amado, en quien se complace, con
quien tiene pleno entendimiento. Es la revelación de su condición divina, que más
tarde el mismo Jesús confesará: “El Padre y yo somos uno” (Jn.10, 30). Si el Padre
lo reconoce como Hijo, la presencia del Espíritu Santo, habla de su presencia en la
vida de Jesús en forma estable, ontológica, consustancial, definitiva. Esta presencia
del Espíritu hace más comprensible la identidad de Jesús y consigue que el mundo
de los hombres y el de Dios, enemistados por el pecado, ahora puedan abrirse a la
comunión, es el abrirse de los cielos, para que descienda el Salvador y el hombre
ascienda como hijo de Dios. Pura gracia de Dios. Esto ayuda a comprender, como la
Iglesia, deberá también compartir su condición de pecadora pero también deberá
ser pura y santa desde lo interior de sí misma para luchar contra el pecado. La
inmersión de Cristo, en el mar de los pecados de la humanidad, es para redimirla
con su misterio pascual de muerte y resurrección. Lo mismo hace la Iglesia, cuando
evangeliza en nombre de la Trinidad, lo hace para que nazca, en el corazón de los
hombres, el arrepentimiento y la conversión. La renovación personal, eclesial y
social, será una realidad, cuando cada cristiano asuma su condición de bautizado.
Ser hijo en el Hijo, darle en su vida, el primer puesto a Jesús, por la experiencia
que tiene del Padre y del Espíritu, es el más Fuerte, lo que para nosotros es
fundamental, porque arrimados a ÉL y con la presencia amorosa de su Espíritu,
daremos una respuesta más original en fidelidad a los deseos del Padre.