Santa María, Madre de Dios
Homilía para la solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Un pasaje del libro de los Números (6,22-27) recoge una fórmula con la que
los sacerdotes del pueblo judío trasmitían la bendicin divina: “El Seor te
bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el
Seor se fije en ti y te conceda la paz”. El nombre del Seor se pronuncia
sobre las personas para establecer una relación personal entre Dios y ellas.
El Señor nos bendice para que vivamos alejados de los peligros,
especialmente del pecado; nos sonríe con benevolencia para que podamos
reconocer su amor y su generosidad. Nos otorga el don de la paz, que más
que la ausencia de conflictos equivale, en la mentalidad bíblica, a la
abundancia de bienes.
Pero, como señala el papa Benedicto XVI, la paz no es solo un don que se
recibe, sino también una obra que se ha de construir: “Para ser
verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la
compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser
activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las consciencias
sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la
importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de
promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución
de los conflictos” (Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz).
Cristo es nuestra paz. Él ha sido enviado por el Padre para nacer de una
mujer ( Ga 4,4) a fin de que nosotros recibiéramos la condición de hijos de
Dios por la gracia. De la Santísima Virgen María, Madre de Dios, hemos
recibido a Jesucristo, el autor de la vida. Por su intercesión materna
pedimos a Dios que nos conceda llenarnos de gozo al celebrar el comienzo
de nuestra salvación y asimismo poder alegrarnos un día de alcanzar su
plenitud.
María concibi a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo: “El Espíritu
Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por
obra divina, él que es „el Seor que da la vida‟, haciendo que ella conciba al
Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya”, ensea el
Catecismo (485). Es, de modo semejante, el Espíritu Santo quien nos hace
hijos de Dios en Cristo. La Virgen nos invita a ser dóciles a la acción del
Espíritu de Dios en nuestras almas.
Si queremos encontrar a Jesús, lo hallaremos, como los pastores, junto a
María y a José (cf Lc 2,16-21). La grandeza de Dios se manifiesta en un
Nio “acostado en el pesebre”. Al igual que la Virgen cada uno de nosotros
está llamado a conservar en el corazón y a meditar las maravillas que el
amor de Dios hace para nuestra salvación. La salvación es concreta y tiene
un nombre y un rostro, el de Jesús. Acudamos a Él. Él nos aguarda. Él no
cambia; es el mismo ayer y hoy y por los siglos.
Para vivir plenamente nuestra vocación de hijos de Dios necesitamos estar
unidos a Jesús. María nos muestra el camino que conduce que conduce a Él
y la vía más auténtica del seguimiento.
Guillermo Juan Morado.