Solemnidad. Santa María, Madre de Dios (1 de enero)
“En la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer”
En el primer día del año, la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María, Madre de
Dios. Es una fiesta entrañable que permite profundizar el misterio de la Navidad
desde la contemplación de la Virgen María.
“Cuando se cumpli la plenitud del tiempo, Dios envi a su Hijo, nacido de mujer”
(Gál 4,4). Pablo resalta con una expresión solemne la importancia del momento al
que alude. Es el tiempo que viene y el que se ha cumplido de parte de Dios. Y es
que Dios ha enviado a su Hijo. No se trata de un hombre adoptado por Dios como
hijo, sino del que ya existía. Y además de enviar al Hijo nos envía su Espíritu, el
Espíritu del Hijo, para que los humanos seamos también hijos adoptados por Dios,
y por ser tales, vivamos con la certeza de que somos herederos de las promesas y
del favor de Dios y no sometidos a la ley, de que somos libres y no esclavos de
ninguna ley.
Pero el envío del Hijo no tiene aspecto glorioso sino humilde, y su humildad se
refleja en dos rasgos esenciales, nacido de mujer y nacido bajo la ley. “Nacido de
mujer” muestra la enorme fragilidad de este hijo, pues como todo mortal es corto
de días, harto de inquietudes, como flor se abre y se marchita…” (Job 14,1). Y
además, como culmen de su abajamiento, está sometido a una ley externa.
Paradójicamente este Hijo consigue resultados sumamente valiosos, pues rescata a
los nacidos bajo la ley y convierte en Hijos de Dios a los nacidos de mujer. El
rescate de la ley al sufrir por nosotros la pena de muerte injusta le llevó hasta la
cruz, pero Jesús llevó a cabo esta liberación de modo que la muerte suya propició
una vida nueva. Ese modo consistió en aceptar la muerte como entrega de la vida
por amor (cf. Gál 2,20). Y desde entonces el amor es generador de una nueva
vida. Para conseguir esto el Hijo de Dios nace de una mujer y no sólo rescata a los
humanos sino que obtiene para todos la categoría de la filiación divina por
adopción. La razón de todo es que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo
en el seno de la Virgen María (Mt 1,18; Lc 1,27.35) y por eso es Hijo de Dios e Hijo
de una Mujer, María. Al darnos la adopción como hijos, cambia también nuestro
corazón humano en todos nosotros, pues Dios interviene con su Espíritu
comunicando nueva vida y haciéndonos partícipes de la vida nueva del Hijo
Resucitado. Este Espíritu nos capacita para establecer una relación filial con Dios
como la del Hijo, por el cual podemos llamar a Dios “Padre”. Ésta es la nueva
identidad de los humanos que ya podemos vivir este gran misterio.
La Iglesia hace coincidir la celebración de estos misterios con el comienzo del año
probablemente para destacar que cada año nuevo es una señal de la plenitud del
tiempo que supuso el nacimiento de este Jesús, el Mesías de la Pascua e Hijo de
Dios y de María, y de la repercusión que para la humanidad tiene tal misterio al
transmitir a los seres humanos su Hijo mismo Espíritu de Hijo de Dios.
En la noche de fin de año, de un modo u otro, muchos celebramos las doce
campanadas que inauguran el nuevo año. Cada pueblo tiene su propio ritual. Pero
lo más importante para los cristianos es comprender el sentido profundo del rito. Si
nos emocionamos sólo con gustar las uvas y saborear el vino, con oír las campanas
y con besar a otras personas, entonces es que los sentidos transmiten algo más y
son como un rumor de ángeles, que nos anuncia la presencia de algo grandioso y
estremecedor en el corazón humano, permitiéndonos vislumbrar la alegría última y
hacer fiesta por ella. Si en el monótono resonar de las horas marcando el paso
inexorable del tiempo somos capaces de captar más bien por qué y por quién tañen
las campanas, experimentaremos realmente la trascendencia del tiempo y su valor
para el ser humano. Pero lejos de divinizar el tiempo y de concederle la potestad de
marcar nuestro destino y nuestra suerte, hemos de valorarlo en su justa medida,
conscientes de que su importancia radica en ofrecernos la posibilidad de crecer
como personas con dignidad y en libertad, desarrollando nuestras potencialidades
en la construcción de un mundo más justo y en paz, pero sabiendo que el Señor del
tiempo no es el hombre sino Dios, y que el Espíritu de su hijo, nacido de mujer,
nacido de la Virgen María, nos transmite su misma fuerza y su misma vida para que
seamos Hijos e Hijas en el Hijo y experimentemos la grandeza del Padre al que ya
tenemos un acceso irrevocable por el Hijo unigénito, el gran regalo de la Madre de
Dios y del Padre por el Espíritu.
En Mc 6,3 Jesús es denominado de manera insólita «el hijo de María», con artículo
determinado. Lo significativo de este evangelio no es tanto que falten relatos del
origen de Jesús, presentes en Mateo y Lucas, como que la concentración del
mensaje cristiano en sus líneas esenciales e irrenunciables contiene a María, unida
indisolublemente al centro que es el Mesías e Hijo de Dios. En el evangelio de
Marcos se deja entrever, a través del silencio sobre María, una comunicación
profunda sobre el origen último del Hijo de Dios y su aparición sobre la tierra a
través de una mujer hebrea: María. La maternidad de María es una referencia
histórica que identifica a Jesús. Y dado que este Evangelio cuida hasta el final, al
pie de la cruz, el reconocimiento humano de Jesús como Hijo de Dios, centro clave
de su teología, podría decirse que la expresión «el Hijo de María» apunta, dándole
la vuelta, hacia este otro, que hoy celebramos en la Iglesia: «la Madre de Dios».
Como afirma la teloga M.D. Ruíz, “ambos son como las dos caras de una única
medalla”:
el Hijo de María
la madre de Dios
De todo corazón os deseo un feliz año 2012 en el que vivamos como hijos e hijas
de Dios, pues para eso hemos sido llamados. Y aquel Espíritu del Hijo enviado por
Dios al corazón se activa de forma singular al escuchar la Palabra, que es también
Espíritu que lo actualiza haciéndolo presente. La misión de la Iglesia es anunciarla
para que todos la acojan y la celebren. Por eso yo también quiero que “el Seor te
bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor: El Señor se
fije en ti y te conceda la paz” (Num 6,22-27).
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura