¿el compromiso de los crisitanos llegará a transformar a nuestro mundo?
Domingo 02 ordinario 012 B
Estamos en los comienzos de un nuevo año civil y la mirada de la Iglesia está
puesta en Cristo en los primeros días de su vida pública, que desde sus inicios, ya
enciende en los hombres la llama de la vocación, el llamado a la salvación, a la
vida, a la gracia, a la alegría. Es bueno decir que Cristo llama a la alegría, en un
mundo que parece que sólo conoce de desgracias, de infortunio, de maldad y de
muerte. La alegría de Cristo no es pachanguera, ruidosa, desenfrenada, como nos
quieren hacer pasar en nuestras fiestas y reuniones. Un fortísimo equipo de sonido
que no deja estar, que se mete por todos los poros, que te penetra y traspasa los
oídos y que no te permite la comunicación ni siquiera con las personas que se
encuentran inmediatamente a tu lado.
San Juan Bautista, el gran Bautista, abre el diálogo, para exclamar lleno de
admiracin ante Cristo que iba pasando ese día frente a sus discípulos: “Este es el
Cordero de Dios”, una frase de fuertes recuerdos en su pueblo, pues cada ao
sacrificaban las familias el cordero que les recordaba su liberación de mano de los
egipcios, para hacerlos un pueblo nuevo y libre. No tuvo que decir más el Bautista.
Los discípulos como movidos por una fuerza invisible, fueron siguiendo a Jesús por
un tiempo, y Cristo, sintiéndose seguido por ellos, se volvió, y presa de un gran
afecto les pregunt: “¿Qué buscan?”. Qué bella pregunta para el día de hoy a
tantos hombres que oímos tantas cosas, que atendemos a tantos llamados, que no
podemos pasarnos sin estar oyendo algo, mientras te bañas, mientras vas en el
camión rumbo al trabajo, mientras intentas descansar en el campo, siempre
llamados por alguien, el radio, la TV, el CD portátil, sin escuchar realmente a
alguien. ¿Qué buscan? Los discípulos del Bautista, realimente sin saber qué
buscaban, así como queriendo entrar en comunicación con Jesús, le preguntan:
“¿Dnde vives?”. Ya sabían que Jesús no tenía casa propia, ni vivía entre los ricos ni
entre los potentados del templo, los escribas, los fariseos, los ancianos y los
sacerdotes. Su habitación estaba entre los pobres. Itinerante siempre, sin una
almohada propia donde descansar cada noche. Cristo entrando ya en franca
conversación con ellos, no les lanza una lección de catequesis o de teología, no
comienza a recordarles una serie de deberes morales o litúrgicos, no los reconviene
en las cuestiones de la religión judía. Simplemente les lanza una invitación: Vengan
a ver”. Esa sola invitacin de Cristo les llevo todo el día, y la verdad es que ya no
volvieron a apartarse de él dejando al Bautista, y se convirtieron de inmediato en
mensajeros, en heraldos, en enviados de quien los había tratado con tanto cariño.
¿Qué vieron ese día cerca de Jesús? Lo vieron actuando movido por un grande
amor a los hombres, cerca de los enfermos, los tullido, los endemoniados, los locos,
los pecadores, las prostitutas, los ladrones, los descreído, los que venían a ponerle
trampas. Todos tenían acogida en el corazón de Cristo y todos encontraban
acomodo en su entraña de hermano, de padre y de Salvador. Ellos mismos
llamaron al que sería el Pedro, cabeza de la familia de Jesús, y que se convirtió
también en uno de sus primeros apóstoles. Aquellos hombres, vueltos a Cristo, ya
no podían quedarse ociosos, lo mismo que el que se encuentra a Cristo el día de
hoy, quiere que todos los hombres se conviertan en sus seguidores.
A distancia de siglos de Cristo, nos mueve la figura de Samuel, un jovencito quizá
de catorce o quince años, hospedado en el templo, que no conocía al Señor Dios,
pero que se le manifestó de noche, en el silencio de su descanso, hasta que
inspirado por el sacerdote Elí, se atrevi a contestar presa de emocin: “Habla,
Seor, que tu siervo de escucha”, llegando a convertirse en su fe, en un gran
profeta para su pueblo. Samuel puede ser inspiración para muchos jóvenes que
cansados de tanto ruido y de tanta basura como se pega a sus pies y a su corazón,
puedan convertirse en los alegres misioneros del Reino y del Amor de Jesús
Salvador de todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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