Miércoles 11 de Enero de 2012
Miércoles 1ª semana de tiempo ordinario 2012
1Samuel 3, 1-20
En aquellos días, el pequeño Samuel servía en templo del Señor bajo la
vigilancia de Elí. Por aquellos días las palabras del Señor eran raras y no eran
frecuentes las visiones. Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba
apagando la vista y casi no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel
estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor
llamó a Samuel y él respondió: "Aquí estoy. Fue corriendo a donde estaba Elí y le
dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado". Respondió Elí: "No te he
llamado; vuelve a acostarte. Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a
Samuel. El se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, vengo porque
me has llamado". Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte".
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la
palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y
le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado".
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a
Samuel: "Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla Señor, que tu
siervo te escucha". Samuel fue y se acostó en su sitio.
El Señor se presentó y le llamó como antes: "¡Samuel, Samuel!" El
respondió: "Habla, Señor, que tu sirvo te escucha".
Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de
cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta
acreditado ante el Señor.
Salmo responsorial: 39
R/Aquí estoy, Señor, / para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito. Dichoso
el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que
se extravían con engaños. R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no
pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy". R.
Como está escrito en mi libro: "Para hacer tu voluntad". Dios mío, lo
quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R.
Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a
casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo
dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se
puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y
poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de
diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no
les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a
orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: "Todo el mundo
te busca". El les respondió: "Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para
predicar también allí; que para eso he venido". Así recorrió toda Galilea, predicando
en las sinagogas y expulsando los demonios.
COMENTARIOS
Es bello leer lo que le sucede a la suegra de san Pedro en el Evangelio.
Esta buena mujer, estando enferma de una fiebre extraña, escuchó decir que el
Señor estaba en Cafarnaún, que hacía grandes milagros, curando a los enfermos,
expulsando a los demonios de los poseídos, y otras maravillas. Sabía que su yerno
estaba con el Hijo de Dios y podía decirle a san Pedro: " Hijo mío, tu Maestro es
poderoso y tiene poder para librarme de esta enfermedad". Algún tiempo después,
el Señor vino a su casa, pero ella no demuestra, en absoluto, impaciencia por su
dolor; ni se queja, ni pide nada a su yerno, ni al Señor, al que podía decirle: " Sé
que tienes poder de curar todo tipo de enfermedades, Señor; ten compasión de
mí". Sin embargo no dice nada de todo eso, y nuestro Señor, viendo su
indiferencia, mandó a la fiebre dejarla, y en el mismo instante quedó curada.
En todas las cosas lastimosas que nos llegan, no nos entristezcamos,
abandonémoslo todo a la Providencia, y que nos baste que nuestro Señor nos vea y
sepa lo que aguantamos por su amor y para imitar los bellos ejemplos que nos dio,
particularmente en el huerto de los Olivos, cuando aceptó el cáliz... Porque, aunque
hubiera pedido que pasara, si pudiera ser, sin beberlo, añadió en seguida que se
cumpliera la voluntad de su Padre (Mt 26,42).
San Vicente de Paúl