II DOMINGO ORDINARIO B
(I Samuel 3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42)
"¿Qué hay en un nombre?" pregunta Shakespeare. "Mucho", podríamos contestar.
Los nombres y títulos no sólo identifican a personas sino las describen también.
Ciertamente es el caso del doctor Martin Luther King. Por el nombre que le
pusieron, se sabe que sus padres deseaban que su hijo se hiciera predicador.
Además, el título "doctor" indica que era persona culta. Y al mencionar que era
"laureado Nobel", se le distingue como hombre reconocido a través del mundo. Se
aprovechará examinar los nombres y títulos usados para el guía de Martin Luther
King lo cual encontramos en evangelio hoy.
Estamos tan acostumbrados a oír el nombre "Jesús" que olvidemos su significado.
En hebreo "Jesús" quiere decir "Dios salva". "¿Nos salva de qué?" querremos
preguntar. "Del pecado y sus consecuencias" es la respuesta exacta. Pecamos por
dejar nuestras pasiones sofocar el juicio mayor. Al 31 de diciembre estaba en la
calle un joven caminando borracho. A las nueve de la noche la embriaguez no
estuvo causada por celebrar la entrada del año nuevo sino, con toda probabilidad,
por la incapacidad de detenerse después de dos tragos. Todos nosotros somos
susceptibles a un deseo excesivo – más bien, un pecado - semejante. Algunos se
explotarían de otras personas sexualmente como si fueran muecas hechas para su
entretenimiento. Otros mentirían en lugar de sufrir la pérdida de prestigio. A otros
no les importaría abusar a un ser querido con palabrotas. Jesús nos salva de estos
y otros géneros de pecado.
Sólo es justo a preguntar: "¿Cómo nos salva Jesús?" El evangelio nos indica la
dinámica por los varios títulos dados a él. En primer lugar, es "rabí", eso es el que
enseña. En este Evangelio según san Juan, Jesús nos instruye a amar a los demás
como él nos ha amado. Un sabio distingue este modo de amar del amor para el
prójimo como amamos a nosotros mismos. Muchas veces amamos a nosotros
mismos en modos atroces. A lo mejor el joven borracho trataba de amar a sí mismo
por saturarse con alcohol. Asimismo la mujer que aborta a su hijo porque habría
sido inconveniente criar un niño también no ama a sí misma adecuadamente.
Amamos al otro como Jesús nos ha amado cuando vamos más allá que la justicia
exija para asegurar lo mejor para el otro. La mujer que telefonea a dos amigas para
reconciliarlas a una y otra después de que se discutieron está imitando el amor de
Jesús.
Estamos capaces de amar como Jesús no sólo porque él nos enseña sino también
porque nos libera del egoísmo. Juan el Bautista lo llama "Cordero de Dios" porque
se dará a sí mismo como rehén en cambio de nuestra libertad. Para apreciar este
título tenemos que recordar la historia de los hebreos en Egipto. Cuando Faraón no
les permitió irse al desierto, Dios mandó la décima plaga, la muerte de todos los
primogénitos. Pero los hijos hebreos fueron escatimados de esta pena por la sangre
del cordero rociada en las puertas de sus casas. La sangre de Jesús derramada en
la cruz tiene aún más poder para aquellos que se arrepienten de sus pecados por
las dos naturalezas que él tiene. Como hombre, Jesús representa a nosotros
delante de Dios Padre. Como Dios, su sacrificio no tenga ninguna huella de egoísmo
de modo que valga para derrotar las fuerzas pecaminosas que nos han tenido
cautivos.
Por llamarle "Mesías", Andrés sugiere que Jesús cumple el plan antiguo de Dios
para salvar al mundo. Se le prometió al gran rey David que un descendiente
reinaría para siempre ganando todas las naciones bajo su soberanía. Ahora el
momento ha llegado. Pero no por las hazañas de un cacique militar sino por la
entrega de un Servidor Doliente Jesús logra esta finalidad. Viene curando a los
enfermos, abriendo los ojos de los ciegos, y anunciando buenas noticias a los
pobres. Interpretado para nosotros hoy día, el Mesías asegura que no es necesario
buscar la salvación en otra persona u otra cosa. Barak Obama no va a salvarnos. Ni
la plata, ni el placer, ni el poder van a ganarnos la felicidad. Sólo por mantenernos
fieles al Mesías de Dios vamos a alcanzar nuestro destino. Olvidándolo, vamos a
caminar borrachos en una forma u otra.
En el evangelio Jesús no sólo es llamado por diferentes nombres sino le llama a
Simón por otro nombre. De ahora en adelante será "Kefás” o “Pedro" porque como
una piedra dará apoyo a los demás discípulos. De igual manera nosotros somos
llamados por otro nombre. No somos distinguidos sólo por el nombre de la familia o
del país de origen sino por lo que se ha hecho el segundo nombre para Jesús: eso
es, “cristianos”. Este nombre nos identifica como ungidos para cumplir la misión de
nuestro Salvador. Somos para detener los deseos excesivos para el placer y el
poder. Somos para alcanzar más allá que la justicia. Somos para amar como Jesús
nos ha amado.
Padre Carmelo Mele, O.P