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Domingo 6B TO
12 febrero 2012
“Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1, 40-45)
(Diálogo sobre el Evangelio de hoy: Jesús cura un leproso
José Martínez de Toda, S.J. ( martodaj@gmail.com )
El Evangelio habla de los leprosos. ¿Qué era la lepra en tiempos de Jesús?
En tiempo de Jesús, la palabra „lepra‟ era usada para una gran gama de
enfermedades de la piel. Entonces no tenían cura conocida . Hoy día la lepra es mucho más
restringida y se la conoce como la “hanseniasis", la enfermedad de Hansen , quien descubrió
el bacilo de la enfermedad. (Los enfermos se llaman “hansenianos”, no leprosos).
Los «leprosos» eran considerados «impuros» que pueden contaminar. Así que se requería
que los leprosos vivieran en lugares aislados lejos de su familia y de su pueblo. Cuando se
acercaba gente a ellos, debían gritar: “¡Inmundo! ¡Inmundo!”. (Levítico 13:45-46), y debían
mantener una distancia de cincuenta pasos lejos de otra persona. No podían casarse ni tener hijos,
no podían participar en las fiestas y peregrinaciones.
Se interpretaba la lepra como un castigo por el pecado. Estos enfermos eran “malditos
de Dios”. Las consecuencias espirituales, sociales y económicas de la lepra –impureza,
aislamiento y pobreza – eran más terribles que las consecuencias físicas de la enfermedad.
Por eso los leprosos piden a Jesús que los limpie. La limpieza era más importante que
la misma curación.
¿Hay leprosos entre nosotros?
En Venezuela está la Isla de La Providencia, con un leprocomio ideado por Bolívar,
que llegó a tener en los dos siglos pasados hasta moneda propia, para evitar el contagio.
En Cuba está el Leprosario de San Lázaro, en el pueblo de El Rincón, atendido por
las Hijas de la Caridad desde hace más de 150 años. "Si no fuera por las Hermanas
hubiéramos estado muertos", dice uno de los leprosos. "Ellas se desviven por uno”.
En Manaos ( Brasi l), las Hermanas Franciscanas fueron las que construyeron un
leprocomio. Actualmente el Gobierno ha asumido todos los mecanismos de prevención,
investigación y atención a los enfermos.
¿Han oído alguna vez la palabra „Molokai‟?
Les cuento la historia de “El P. Damián”.
<Molokai fue una isla maldita de Hawai durante muchos años. En ella vivían sólo
leprosos, separados del resto de los hombres. Un sacerdote, el P. Damián de Veuster, decidió
ir allá. Y se entregó a ellos con la misma compasión de Jesús.
Pero un día comenzó su predicación con estas palabras: "Mis hermanos leprosos". Y
les explicó. Aquel día el P. Damián no sólo era el párroco de los leprosos; era también su
igual, era un leproso más. Se había contagiado. Nunca volvió a su tierra. Como leproso que
era, tenía prohibido salir de la isla maldita. Y murió de lepra. Su santidad ha sido reconocida
públicamente. Ya ha sido canonizado y declarado santo y está en los altares. Una religiosa
ocupa ahora su puesto en Molokai.>
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El P. Damián siguió el ejemplo de Jesús. Dios Padre lo envió a derribar todas las
barreras que nos separan de Él y de los hermanos. Para Dios nadie es intocable, nadie es
impuro. Dios no quiere cuarentenas, separaciones, exclusiones, marginaciones….
¿Qué fue lo que le pasó a Jesús con aquel leproso?
De forma inesperada, un leproso «se acerca a Jesús». Según la ley, es un «impuro», no
puede entrar en contacto con nadie. Ha de vivir aislado. Sabe que está obrando mal. No se
arriesga a hablar cara a cara a Jesús. Por eso se pone de rodillas. Y desde el suelo suplica:
Si quieres, puedes limpiarme».
Acude a Jesús con una absoluta confianza . Jesús miró con compasión al leproso.
«Extiende la mano» sobre aquel hombre y «toca» su piel. Sabe que lo que hace está prohibido
por la ley. Pero sólo le mueve la compasión. Y Él contesta: « Quiero: queda limpio ».
Para Jesús atender al ser humano está sobre las leyes:
“No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.”
¿Qué busca Jesús con este milagro?
Jesús busca limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión. Quien
excluye no es Dios, sino nuestras leyes e instituciones. A nadie se puede excluir en nombre de
Jesús. El Espíritu de Jesús está sobre todo en quienes ofrecen apoyo y amistad gratuita a los
excluidos de nuestra sociedad: ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.
Jesús le dice al leproso que vaya a presentarse al sacerdote.
Eso lo mandaba la ley judía. Ningún leproso curado podía re-ingresar a la sociedad sin
la aprobación del sacerdote, pues la lepra se consideraba castigo de Dios. El sacerdote era el
indicado para dictaminar si había enfermedad o curación, cuando ésta se daba.
Después de curarse, ¿qué hizo el leproso?
Se siente amado por Dios, y le viene una alegría incontenible, la alegría de la
liberación . Y el leproso cuenta a todos no solo el mero milagro sucedido, sino el mensaje
completo:
-“ Dios no es como me lo han presentado los escribas y fariseos; Dios tiene un amor
universal, no excluye ni discrimina a nadie, sino que ofrece a todos su amor y llama a todos
a su Reino”.
Ese hombre pregona el milagro tan efectivamente que la gente abruma a Jesús
buscándolo y asediándolo por todas partes. «Y Jesús no podía ya entrar manifiestamente en
ninguna ciudad sino que se quedaba fuera, en despoblado...» (Marcos 1,45b).
¿A tu alrededor, quiénes son los “impuros”?
La lista es larga, por desgracia. Los excluidos son los del „otro‟ partido, los indígenas,
los de los barrios, los presos, prostitutas, enfermos de SIDA, homosexuales que no pueden
vivir dignamente su condición… Tratamos a algunas personas, como si fueran manzanas
podridas , que conviene botar, para que no contaminen a las demás.
Debemos tender la mano al pobre, no sólo la mano de la limosna barata en el
semáforo, sino la mano que da empleo productivo y seguridad; y debemos también alzar la
mano contra el sistema que produzca discriminación e injusticia.
La característica del cristiano es vivir en continua esperanza y lanzarse al vacío a
trabajar por el hombre, por el mundo nuevo y el Reino de Dios.