Domingo 2 Durante el Año
“Aquí estoy Señor, porque me has llamado” (1Sam. 3, 5)
La liturgia pone a nuestra consideración el tema de la vocación. Constantemente Dios habla a
su pueblo y suscita con su gracia vocaciones para su servicio y el de su pueblo, la Iglesia. Así
sucedió en tiempos de Samuel, de Jeremías, de Isaías, todos ellos jóvenes comunes que
escucharon en sus corazones que Dios los necesitaba. Dios los llamó, no a través de grandes
teofanías, sino en el silencio de sus corazones o por intermedio de alguien. La Sagrada
Escritura nos dice respecto de la vocación de Jeremías (Jer 1, 4 ss): “La palabra del Seor
llegó a mí en estos términos: antes de formarte en el vientre de tu madre Yo te conocía (…) y
yo respondí; mira Señor que no sé hablar, porque soy demasiado joven (…) No temas..” y la
del profeta Isaías (Is. 6,8 ss): “El decía: ¿a quien enviaré a mi pueblo? Y yo respondí: aquí
estoy Seor, envíame!” Y respecto de la vocación de Samuel (Sam 3,1-18): “Samuel, Samuel”
(…) ¡habla Señor que tu siervo escucha!”.
A lo largo de todo el Antiguo Testamento descubrimos que Dios para realizar sus obras entre
su pueblo necesitaba del corazón y la vida de los mismos hijos de su pueblo. Y casi con
naturalidad, estos jóvenes profetas -que sabían que en sus vidas Dios era una realidad siempre
presente- lo escuchaban y respondían con prontitud. Así fue conduciendo el Señor a su pueblo
a lo largo de la historia y fue realizando en medio de él, sus designios de salvación.
Normalmente el Señor llama a quienes elige a través de la Iglesia, pero aun cuando Dios llama
-a veces directamente- quiere que recurramos a la Iglesia para poder discernir el misterio de la
vocación. En la Iglesia y por medio de su gracia el Señor sigue suscitando vocaciones para que
su palabra sea escuchada y para que Cristo Eucaristía -inmenso legado de vida para la
humanidad- se realice a cada hora en el mundo, infundiendo vida en abundancia a los que a El
acudan y transformando a los hombres en una humanidad nueva.
En el evangelio de hoy (Jn. 1, 35-42) podemos ver cómo Juan y Andrés, no son llamados
directamente por Dios, sino a través de un intermediario: Juan el Bautista, su maestro. Un día
Jesús pasaba por allí y Juan les dice a sus discípulos: “Este es el Cordero de Dios” e
inmediatamente, sin nada de extraordinario, los discípulos siguieron a Jesús y le preguntaron:
“dónde vives Señor? Jesús les respondi: “vengan y lo verán”. Y estos dos jóvenes se fueron
con Jesús y aprendieron sus palabras y más tarde vieron sus obras, celebraron la Eucaristía y
transmitieron la Palabra de Dios hasta el confín de la tierra.
Dos cosas podemos apreciar en este pasaje: el Bautista entrega sus discípulos pues él sabe
que no son para él y la presteza con la cual siguen a Jesús los dos discípulos. Ciertamente
iluminados por la gracia, pero también por su libertad pronta a entregarse a Dios en el Mesías a
quien esperaban largamente. También en este evangelio vemos cómo el Señor con su gracia
conduce a Andrés y a través de él llama a su hermano Simón quien sería su piedra firme para
edificar su Iglesia (Mt 16,16).
¿Qué pasa con los jóvenes hoy? ¿No escuchan que el Señor sigue llamando y que los
necesita? ¿Es que el mundo les ofrece un ministerio mejor? ¿Es que falta generosidad? ¿Qué
pasa en el corazón de tantos jóvenes buenos que aun predicando la Palabra, viviéndola y
amándola, no quieren entregarse totalmente al servicio del Señor? ¿Es que en el seno de
nuestras familias cristianas no se habla ya de este misterio maravilloso del sacerdocio?
El Señor nos manda orar y pedir para que Él suscite trabajadores a su mies, que es mucha y
que tiene pocos trabajadores. Si creemos que Jesús Eucaristía es necesario para nuestro
mundo y que es la respuesta a muchos de sus clamores, oremos en el seno de nuestras
familias y comunidades para que Dios elija a algunos de nuestros jóvenes para que lo sigan en
el sacerdocio y hablemos de ello a nuestros hijos.
Pidamos a la Virgen María, Madre de Jesús, que aliente el corazón de nuestros jóvenes como
animó el corazón de los discípulos.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú