DOMINGO 2° ORDINARIO (B)
Lecturas: 1S 3,3-10.19; S.39; 1Co 6,13-15.17-20; Jn
1,35-42
Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
Conocer la vocación
Muy interesante este evangelio. Presenta el proceso
fundamental de la vocación cristiana. Lo decisivo es el
encuentro con Jesús. Ya hablamos de él el domingo pasado.
Si el hombre responde, se transformará profundamente; en
su vida comienza una nueva etapa, la de una nueva misión
en la realización del plan de Dios, como vemos en el caso
de Pedro que será fundamento de la Iglesia de Jesús.
En la Iglesia por voluntad de Dios cada uno tenemos
una función distinta de las de los demás. Ya hablamos de
los distintos carismas, ministerios y gracias del Espíritu.
Misiones y distinciones importantes en la Iglesia son las de
los clérigos y religiosos y las de los laicos.
Los clérigos, los religiosos y las religiosas están
comprometidos a consagrar su vida a lo que es específica y
directamente el servicio de Dios y de su Reino. Es este
servicio el de la administración de los sacramentos, el de la
palabra de Dios, el de pastorear al pueblo de Dios, el de
orar en nombre de toda la Iglesia y por todos los hombres y
el de hacer penitencia por sus pecados. Los laicos, aunque
puedan participar en las actividades anteriores,
normalmente se dedican a otras actividades, que hacen
posible o mejoran la vida de los hombres en este mundo
temporal. Tales actividades, cuando responden a
aspiraciones que perfeccionan la naturaleza humana, son
buenas, deseadas por Dios y, realizadas con fe y caridad
cristianas, son un modo precioso de honrar a Dios, de
consagrarle el mundo temporal, de elevar moralmente a la
sociedad humana y de atraer a sus hermanos mediante el
testimonio de la belleza de la fe y del amor que Dios
manifiesta en ellos. Tanto una como otra vocación son
necesarias en la Iglesia y es Dios quien llama a ellas.
Precisamente hablamos de “vocación”, cuyo original latino
significa “llamamiento”, porque es una llamada de Dios a
cada uno. Dios sigue llamando a unos para sacerdotes,
religiosos o religiosas; a otros para laicos en diversas
profesiones.
Dios sigue llamando. Como nos narra el Evangelio,
también hoy el Señor sigue llamando a muchos jóvenes,
muchachos y muchachas, que se han encontrado o se
encuentran con Él. Es más que un conjunto de cualidades
que predisponen a una profesión fundamental en la vida. La
vocación cristiana viene de fuera, parte de Dios. Se hace
sentir como una invitación de Cristo a seguirle, a estar con
Él, a dedicar la vida a su servicio por amor.
Dios suscita las vocaciones al sacerdocio y a la vida
religiosa porque la Iglesia las necesita. También las
vocaciones laicales le son necesarias a la Iglesia, porque
necesita de esposos y padres que muestren la fecundidad
de Dios y el valor del amor cristiano, lo enciendan en sus
hijos y consagren a Dios con su uso todos los seres del
mundo inferiores al hombre e incapaces por sí solos de
orientarse al servicio de Dios.
Es normalmente coincidiendo con el final de
enseñanza secundaria cuando el joven se pregunta sobre su
futuro y debe hacer una elección muy importante para él.
Es entonces cuando la mayoría hacen una elección que
marcará su vida. Más adelante también normalmente
elegirá la persona con la que juntos constituirán una
familia. Con ambas elecciones el hombre y la mujer se
dotan de las condiciones necesarias para que sus vidas den
plenamente el fruto que Dios pretendió de ellos y realicen
2
plenamente los objetivos eternos cuyo logro los hará
plenamente felices por los siglos de los siglos. Ese espacio
de tiempo, que culmina en la adultez plena, llena de
esperanzas y de vigor para cumplirlas, es el momento más
general para que el joven se pregunte y pregunte a Dios
sobre qué quiere de él, para conocer la propia vocación,
sienta su valor y decida realizarla bien.
En esos años los padres, educadores, sacerdotes,
consejeros, es necesario que estén dispuestos a ayudar al
joven cristiano a descubrir su vocación. La primera ayuda (y
la más importante, no cabe duda) es la de la oración.
Hemos de orar en este punto por dos intenciones: la
primera para que el Señor se digne iluminar a los jóvenes
para que tengan luz para conocer la vocación a la que el
Señor les llama en la Iglesia y fuerza para seguirla con
decisión; la segunda, dado que la Iglesia está hoy muy
necesitada de sacerdotes, de religiosos y religiosas, para
que elija a numerosos jóvenes, hombres y mujeres, y les
otorgue el privilegio de esta vocación sacerdotal y religiosa.
Para concluir quisiera tocar otro punto urgente. Hoy
se da el caso de bastantes jóvenes que con una escuela
media harto deficiente ni estudian ni trabajan. Faltos de
principios, están en una situación grave y peligrosísima.
Llevados por lo fácil y placentero, ni siquiera son capaces
plantearse el problema de su vocación. Su futuro es muy
difícil. Padres y educadores deben cuidar para que todo niño
se aficione al estudio y al trabajo desde sus primeros años,
oren mucho por ellos y anímenles a salir de su pasividad y a
esforzarse por aprender a realizar un trabajo del que ellos
puedan vivir y sea un valor humano que les haga capaces
de servir a los demás. Partiendo de aquí, es posible que
ellos mismos se valoren más a sí mismos, descubran el
valor de la vida humana y del servicio, gocen de la eficacia
3
regeneradora del trabajo y del esfuerzo, encuentren
felicidad en hacer felices a otros.
Y termino con una reflexión válida para todos.
Cualquier momento es apto para volverse a Dios y dirigir el
caminar hacia Él. Acordémonos del buen ladrón. Hagamos
como dice San Pablo de sí mismo: “Olvido lo que dejé atrás
y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la
meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde
lo alto en Cristo Jesús” (1Cor 3,13-14).
Más información:
<
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com>
4