Comentario al evangelio del Lunes 16 de Enero del 2012
Queridos amigos y amigas:
La discusión que recoge el evangelio de hoy gira en torno al ayuno y nos lleva a preguntarnos si
nosotros hemos de ayunar o no. Esta pregunta tiene diversa respuesta desde la perspectiva en que cada
uno se sitúe. Para un deportista, guardar la dieta es complemento indispensable de su entrenamiento.
Para enfermo, a veces es más que una medicina. Para un consumista, la verdad es que no tiene mucho
sentido privarse de algo apetecible. Pero, ¿y para la vida cristiana? ¿Es bueno ayunar? Antes se le daba
importancia y se respetaba en ciertos días del año y antes de cada eucaristía. Hoy para la mayoría esta
norma está de hecho no sólo implícitamente derogada, sino que les es desconocida. Por el contrario, los
espirituales de todas las religiones nos repiten, por su parte, que el ayuno siempre es saludable porque
mejora el funcionamiento de nuestro cuerpo, favorece el equilibrio mental y psicológico y, sobre todo,
crea condiciones favorables para la vida espiritual. Quien ha ayunado con alguna regularidad,
comprueba palpablemente que son ciertas esas razones esgrimidas.
Pero, ¿qué opina Jesús sobre el ayuno? En el evangelio alguna vez aparece Jesús ayunando, pero no
canoniza en ninguna norma esta recomendable práctica. A lo más identifica como bienaventuranza “el
hambre y la sed de justicia”. Pero este ayuno es de otro orden distinto, no necesariamente alimentario.
En el relato evangélico que nos ocupa, añade algo más para el discernimiento: Hay algo que es
superior al mismo ayuno y que lo relativiza: la presencia del “Novio” en medio de sus amigos. Coloca
su relación con los suyos en un horizonte nupcial, de alianza. Con Jesús presente no cabe el duelo, sino
la fiesta. Su cercanía es motivo superior de alegría incontenible y de la fiesta desmesurada. Ya habrá
tiempo para el ayuno, cuando falte. El ayuno, según esto, tiene su sentido en su ausencia, en su
espera,… es signo de la nostalgia, disposición de espera, sello de que nada llena de sentido y plenifica la
vida como la cercanía del Hijo de Dios.
Jesús hoy no es visible, pero no es un ausente. Reconocerle en su comunidad requiere una especial
sensibilidad y, además, capacidad de acogida. Esta es la llamada que hoy nos dirige la Palabra: Cambia
tu mirada, ensancha tu corazón, reconoce en la fe su presencia y hazle fiesta… No vayamos a recibir el
reproche que Samuel hace a Saúl, tal como relata la primera lectura de hoy: “¿Por qué no has
obedecido al Señor?”.
Vuestro amigo y hermano,
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf