EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Viernes de la segunda semana del tiempo ordinario
Primer Libro de Samuel 24,3-21.
Entonces reunió a tres mil hombres seleccionados entre todo Israel y partió en
busca de David y sus hombres, hacia las Peñas de las Cabras salvajes.
Al llegar a los corrales de ovejas que están junto al camino, donde había una cueva,
Saúl entró a hacer sus necesidades. En el fondo de la cueva, estaban sentados
David y sus hombres.
Ellos le dijeron: "Este es el día en que el Señor te dice: 'Yo pongo a tu enemigo en
tus manos; tú lo tratarás como mejor te parezca'". Entonces David se levantó y
cortó sigilosamente el borde del manto de Saúl.
Pero después le remordió la conciencia, por haber cortado el borde del manto de
Saúl,
y dijo a sus hombres: "¡Dios me libre de hacer semejante cosa a mi señor, el
ungido del Señor! ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del
Señor!".
Con estas palabras, David retuvo a sus hombres y no dejó que se abalanzaran
sobre Saúl. Así Saúl abandonó la cueva y siguió su camino.
Después de esto, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: "¡Mi
señor, el rey!". Saúl miró hacia atrás, y David, inclinándose con el rostro en tierra,
se postró
y le dijo: "¿Por qué haces caso a los rumores de la gente, cuando dicen que David
busca tu ruina?
Hoy has visto con tus propios ojos que el Señor te puso en mis manos dentro de la
cueva. Aquí se habló de matarte, pero yo tuve compasión de ti y dije: 'No
extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor'.
¡Mira, padre mío, sí, mira en mi mano el borde de tu manto! Si yo corté el borde de
tu manto y no te maté, tienes que comprender que no hay en mí ni perfidia ni
rebeldía, y que no he pecado contra ti. ¡Eres tú el que me acechas para quitarme la
vida!
Que el Señor juzgue entre tú y yo, y que él me vengue de ti. Pero mi mano no se
alzará contra ti.
'La maldad engendra maldad', dice el viejo refrán. Pero yo no alzaré mi mano
contra ti.
¿Detrás de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo? ¡A un
perro muerto! ¡A una pulga!.
¡Que el Señor sea el árbitro y juzgue entre tú y yo; que él examine y defienda mi
causa, y me haga justicia, librándome de tu mano!".
Cuando David terminó de dirigir estas palabras a Saúl, este exclamó: "¿No es esa
tu voz, hijo mío, David?", y prorrumpió en sollozos.
Luego dijo a David: "La justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has
tratado bien y yo te he tratado mal.
Hoy sí que has demostrado tu bondad para conmigo, porque el Señor me puso en
tus manos y tú no me mataste.
Cuando alguien encuentra a su enemigo, ¿lo deja seguir su camino tranquilamente?
¡Que el Señor te recompense por el bien que me has hecho hoy!
Ahora sé muy bien que tú serás rey y que la realeza sobre Israel se mantendrá
firme en tus manos.
Salmo 57(56),2.3-4.6.11.
Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad,
porque mi alma se refugia en ti;
yo me refugio a la sombra de tus alas
hasta que pase la desgracia.
Invocaré a Dios, el Altísimo,
al Dios que lo hace todo por mí:
él me enviará la salvación desde el cielo
y humillará a los que me atacan.
¡Que Dios envíe su amor y su fidelidad!
¡Levántate, Dios, por encima del cielo,
y que tu gloria cubra toda la tierra!
porque tu misericordia se eleva hasta el cielo,
y que tu gloria cubra toda la tierra!
Evangelio según San Marcos 3,13-19.
Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él,
y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar
con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro;
Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre
de Boanerges, es decir, hijos del trueno;
luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo,
Simón, el Cananeo,
y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II
Constitución sobre la Iglesia «Lumen gentium», § 26 (trad. © Libreria
Editrice Vaticana)
«Instituyó a doce para que sean con él ": los obispos, los sucesores de los
apóstoles
El Obispo, por estar revestido de la plenitud del sacramento del orden, es «el
administrador de la gracia del supremo sacerdocio», sobre todo en la Eucaristía,
que él mismo celebra o procura que sea celebrada, y mediante la cual la Iglesia
vive y crece continuamente. Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente
en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores,
reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias (Hch. 8,1; 14,22)..
Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en
gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del
Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor «para que por
medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad».
En toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del Obispo, se
manifiesta el símbolo de aquella caridad y «unidad del Cuerpo místico, sin la cual
no puede haber salvación». En estas comunidades, aunque sean frecuentemente
pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se
congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Pues «la participación del
cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos».
Así, los Obispos, orando y trabajando por el pueblo, difunden de muchas
maneras y con abundancia la plenitud de la santidad de Cristo. Por medio del
ministerio de la palabra comunican la virtud de Dios a los creyentes para la
salvación (cf. Rm 1,16), y por medio de los sacramentos, cuya administración
legítima y fructuosa regulan ellos con su autoridad, santifican a los fieles.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”