III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
El Reinado de Dios
Al comienzo del Evangelio de Marcos (Mc 1,14-20), éste presenta claves
fundamentales para la lectura de su obra: “Jesús fue predicando el Evangelio de
Dios y diciendo: Se ha cumplido el plazo y se ha acercado el Reino de Dios;
convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,14-15). La identidad de Jesús como
Mesías e Hijo de Dios y su vinculación con el Reino de Dios constituyen el misterio
del evangelio que Marcos pretende desentrañar y revelar como buena noticia para
todo ser humano.
El mensaje inicial de Jesús tiene un doble contenido. Un anuncio y un mandato.
Primeramente su predicación consiste en el anuncio de una realidad inminente y
gratuita, la cercanía del Reino de Dios, cuya llegada próxima es un hecho
irreversible y definitivo. En segundo lugar, su predicación insta a todos sus
seguidores, tanto a los oyentes contemporáneos suyos como a los lectores del
evangelio a lo largo de la historia, a la auténtica conversión, especificando que ésta
consiste en un cambio de mentalidad para orientar la vida y la conducta según el
Evangelio.
El anuncio del Reino, como don imparable de parte de Dios, es una realidad viva y
dinámica, que nada ni nadie puede detener. Su definitiva proximidad es una
propuesta abierta y universal para que la humanidad participe en la salvación que
Dios le ofrece. Pero no dice por ahora el evangelio qué es el Reino, ni dónde está,
ni en qué consiste. En todo caso es algo que viene dado por Dios, pues se trata de
una realidad que tiene en él su origen. Del contexto inmediato posterior se puede
deducir que el Reino está vinculado a la actividad liberadora de Jesús, desarrollada
sobre todo en Cafarnaún, en favor de los oprimidos y excluidos, de los enfermos y
marginados y en abierta oposición a las instituciones religiosas de su tiempo. La
autoridad de Jesús puesta al servicio del hombre anula el poder de los dirigentes de
la sinagoga y antepone la atención al ser humano necesitado frente al respeto del
día del sábado. Ese dinamismo liberador del hombre respecto a cualquier estructura
opresora fue iniciado con la actuación de Jesús y es la fuerza imparable del Reino
de Dios, que, como una semilla diminuta, va creciendo y desarrollándose en la
historia sin que nadie sepa cómo.
El mandato contenido en el mensaje de Jesús deja la puerta abierta para que toda
persona pueda entrar en el dinamismo del Reino, que es como un torrente de vida
nueva, capaz de conducir a la humanidad por los senderos de la justicia, de la
fraternidad y de la paz. La llamada a la conversión conlleva principalmente un
cambio de mentalidad, una visión nueva de la vida, del hombre y de la sociedad. El
verbo griego subyacente refleja esa transformación total de la mente. Es
la metanoia que implica creer en el evangelio como Buena Noticia. Pero la invitación
que hace el texto de Mc 1,15 no es sólo a creer en Dios, sino a creer que la persona
de Jesús, su mensaje y su obra de liberación, su misión profética conflictiva y su
destino de muerte violenta e injusta constituyen paradójicamente la Buena Noticia
de la salvación para los seres humanos, pues en la acogida de su palabra, en la
percepción de su presencia y en el seguimiento radical de sus pasos se vive ya el
dinamismo del Reinado de Dios.
Pero el paso decisivo para convertirse en discípulo de Jesús y participar del Reino,
no será otro que reconocer en él al Hijo de Dios, cuando, como el centurión (Mc
15,39) se contemple su muerte en la cruz. Sólo con esta reorientación de la mirada
hacia Jesús en la cruz y, con él, hacia todas las víctimas de la injusticia y los
sufrientes de este mundo se producirá en nosotros la auténtica metanoia o
conversión que pide el Evangelio.
Este Jesús es el Evangelio. Esto es lo que debe comprender existencialmente su
comunidad y, como se trata básicamente de un problema de conocimiento, se
dirige a ella con la categoría discipulado. Presenta a los discípulos históricos de
Jesús como tipo de los cristianos de su tiempo. La tarea básica de aquéllos consistió
en conocer a Jesús, su mesianismo y su divinidad. Lo consiguieron con muchas
dificultades. La comunidad debe aprender de ellos a conocer el auténtico Jesús y
superar así sus problemas.La estrecha vinculación de los discípulos con Jesús
constituye desde la primera página del evangelio una realidad primordial para el
anuncio de la cercanía inminente del Reino de Dios y su presencia en esta tierra.
A la proclamación inicial de Jesús sigue el relato de la llamada a los primeros
discípulos, en el cual se cuenta que Jesús, junto al lago de Galilea, vio a dos parejas
de hermanos y los llamó para seguirle (Mc 1,16-20). La singularidad de esta
llamada de Jesús tiene aspectos muy significativos que marcaron la importancia del
discipulado inicial en su seguimiento radical de Jesús. Es Jesús quien tiene la
iniciativa de llamar a aquellos discípulos, lo cual revela su enorme autoridad y la
trascendencia de su misión, equiparable a la función de Dios en los relatos de
vocación del Antiguo Testamento. Jesús llama a los que él quiere, pero se percibe
en él un criterio de elección al escoger a personas capaces de ayudarle en la misión
de proclamar y hacer presente el reinado de Dios.
El hecho de que la vocación de los discípulos sea la primera acción de Jesús en
orden a mostrar la cercanía del Reinado de Dios significa que Jesús quiso contar
desde el principio y para siempre con un grupo personas especialmente llamadas
para compartir su mismo estilo de vida, marcado por la ruptura con todo tipo de
lazos familiares y por una gran libertad en el comportamiento contracultural frente
a los valores e instituciones dominantes. De aquel círculo más cercano a Jesús
formaban parte, además de los Doce, Natanael, José y Matías (Hch 1,21-22), y
algunas mujeres, que siguieron y sirvieron a Jesús (Lc 8,1-2 y Mc 15,40-41). Su
testimonio sigue arrastrando hoy a muchas personas consagradas totalmente al
servicio apasionado a Jesucristo y al Reino de Dios.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.