Es un exaltado”
Mc 3, 20-21
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SÓLO DOS VERSÍCULOS, Y DESCONCERTANTES.
Jesús entra en una casa y la gente, una vez más, se apiña hasta tal punto que ni siquiera le
permiten comer. Jesús está en el momento culminante de su actividad de Maestro, que enseña
y se entrega a manos llenas a cuantos están dispuestos a escucharle o le buscan para que los
cure. Pero están asimismo «sus parientes» más allegados (¿no se nos describe aquí también a
nosotros?), que, «al enterarse», fueron para llevárselo porque, según su valoración y su juicio,
«estaba trastornado». Por una parte, Jesús vive la entrega plena y total a todos, educando en
este sentido también a los discípulos; por otra parte, están los más íntimos, que, en vez de
secundarle y seguirle, quieren que sea Jesús quien adopte lo que ellos consideran como el
sentido común, sus medidas y prudencias humanas. En el fondo, nos encontramos frente a la
acostumbrada opción radical impuesta por la vida cristiana: o seguir a Jesús, que se entrega
sin cálculos, hasta no reservarse ya nada para sí, o tratar de apoderarse de él de algún modo,
como harán sus enemigos, intentando que se pliegue a nuestros mezquinos puntos de vista,
cambiándole o incluso vendiéndole a bajo precio.
ORACION
Quien ama, sale de sí y se entrega. Cuanto mayor es el amor, tanto mayor se hace la fuerza
que éste libera en un movimiento imposible de detener. Así, Jesús, el amor, no puede hacer
otra cosa que estar verdaderamente «trastornado», fuera de sí, porque ha asumido una actitud
de entrega total al Padre y a los hermanos a través de una entrega de sí mismo que sólo se
detendrá cuando haya derramado la última gota de sangre y haya salido de su costado la
última gota de agua. A esta entrega en el Espíritu también estamos llamados nosotros, aunque
seamos medrosos y calculadores. Esto puede resultarnos desconcertante. Ahora bien, ¿no es
propio de nuestro innato «sentido común» quitarle a la vida cristiana la fuerza y la audacia de
su testimonio?
Sólo si nos quedamos verdaderamente con Jesús, como los discípulos, podremos permanecer
en una actitud oblativa y gratuita, y esto se hace posible si nos comprometemos a la asidua
familiaridad con la escucha de la Palabra , a la meditación, a la adoración eucarística, a una
vida sacramental auténticamente participada. Pero en cuanto nos distanciemos de la
frecuentación asidua de su compañía, todo cambiará. Hablaremos, sí, todavía de él, aunque
poco o sólo buscando someterlo a nosotros, encerrarlo dentro de nuestros esquemas, dentro
de nuestras medidas ya probadas, que no nos permiten ser en absoluto «sal de la tierra».