DOMINGO 3º ORDINARIO (B)
Lecturas: Jon 3,1-5.10; S. 24; 1Co 7,29-31;Mc 1,14-20
Homilía por el P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
En la Iglesia de Cristo
salvando a los hombres
El evangelio de hoy resume la obra de Jesús y
muestra cuál ha de ser la obra de la Iglesia hasta el fin de
los tiempos. “Se ha cumplido el plazo, el de las promesas
del Antiguo Testamento, que vienen a resumirse en la
llegada del Mesías, es decir del “Ungido” por Dios para la
salvación de los hombres. Él trae un Reino nuevo, el de
Dios, un modo nuevo de relacionarse con Dios y con los
hombres. Un Reino en el que Dios es sobre todo el Padre
misericordioso de todos los hombres, a los que perdonará y
amará haciéndoles sus hijos, y en el que los hombres le
amarán y se amarán entre sí perdonándose y uniéndose
como hermanos. Es maravilloso, pero requiere el esfuerzo
del cambio personal, de la conversión, y la humildad de la
fe en el mensaje y el mensajero, que es el mismo Cristo.
Esto no lo va a hacer Jesús solo. Desde el comienzo
de su apostolado reunirá a discípulos que, tras su muerte,
continúen hasta el fin del mundo. A ellos les dará su misión
y sus poderes (Mt 28,18-20). La Iglesia, pues, tiene como
fin prolongar la presencia y la obra de salvación de Cristo
hasta el fin del mundo. Éste es el núcleo esencial de la
misión de Cristo y lo que él hizo, es lo mismo que hoy tiene
que hacer la Iglesia. La Iglesia está, pues, para que Cristo y
su obra salvadora sean conocidos por todos los hombres,
para llamarles a la conversión y ofrecerles los medios para
ella, para que encuentren la luz y la fuerza para hacer de su
vida un encuentro con Dios Padre y comunión fraterna con
todos los hombres.
El pasado domingo expliqué cómo Cristo llama a cada
fiel con una vocación concreta y cómo algunos son llamados
a consagrar su vida de modo directo e inmediato a lo
mismo a que Cristo consagró directamente su vida (estos
son los clérigos, religiosos y religiosas) y otros (los laicos)
son llamados a actividades que se orientan a otros bienes
necesarios o simplemente buenos para los hombres. De
este modo los laicos, utilizando debidamente tales bienes,
los consagran y ofrecen a Dios, sirviendo y dando
testimonio a sus hermanos para que todos se lleguen a
relacionarse entre sí como hermanos, conocer su vocación,
descubrir al Dios verdadero y amarle como a su Padre.
A uno que pedía su intervención en una cuestión de
justicia con su hermano, Jesús respondió que nadie le había
puesto como juez para dirimir la razón de uno u otro
(Lc 12,13-14). Los fieles católicos deben tener claro que no
deben pedir de la Iglesia lo que no es su fin. No es el fin de
la Iglesia la justicia en el mundo, ni tan siquiera el
desarrollo de la cultura, ni la organización de la sociedad. Si
hace algo que no sea su fin estricto, como la educación,
actividades culturales o caritativas, las hace porque son
medios para realizar su fin evangélico: que la Palabra
llegue a los hombres y se conviertan al amor de Dios y del
prójimo.
Los clérigos y los religiosos/as, han sido llamados por
Dios para vivir sólo para Dios. Por eso la Iglesia no quiere
que se dediquen a otras cosas. No es que sean malas, pero
los laicos viven inmersos necesariamente en ellas y su
vocación normal es la de santificarse allí. De esa forma al
someterlas al dominio de Dios, usándolas para el bien, es la
actividad del laico. Con ella el laico consagra el mundo a
Dios, lo eleva y lo consagra con su peculiar sacerdocio.
Especialmente en el terreno de lo político es donde la
Iglesia pide a los clérigos su abstención y en cambio a los
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laicos católicos una mayor intervención incluso de la que
realizan hasta ahora. Pero la experiencia dice que muy
fácilmente en la política entran las pasiones y la
irracionalidad, dividiendo y enfrentando a las personas, lo
cual en la Iglesia es siempre de escándalo, que es necesario
evitar. Por eso la Iglesia quiere que la actividad política
quede reservada a los fieles laicos.
Sin embargo no se debe pensar que a la Iglesia y a
un católico lo mismo debe darle una opción política que
otra. Hasta hay quienes prohibirían a obispos y sacerdotes
pronunciarse sobre actitudes y valores morales en el campo
de la política. La política es una acción humana y, como tal,
puede ser moralmente buena o mala; y la Iglesia tiene la
grave obligación de orientar e iluminar a sus fieles y a todos
los hombres en lo que toca al valor moral de sus actos. En
lo político no vale todo; también se dan los actos virtuosos
y los pecados. El magisterio de la Iglesia en la moral política
pertenece al fin de la Iglesia como una parte más de su
servicio a los hombres, es un servicio precioso y necesario
para sus hijos metidos en esa actividad dura y difícil (si se
quiere hacer bien) y es un estímulo importante para que la
cultura moral de un país se mantenga en un nivel
humanamente digno. Mejorar el nivel moral de una
sociedad es mejorar la sociedad.
Todo lo que hizo Jesús fue para la salvación de los
hombres. Todo lo que la Iglesia hace debe ser para salvar a
los hombres de sus pecados y abrirles el camino al amor de
Cristo. Todo lo que cada uno de nosotros hacemos,
hagámoslo de forma que pueda ayudar a que Cristo sea
más conocido y amado.
Y no olvidemos que la obra cumbre salvadora de
Cristo estuvo en la cruz. Nuestra oración, nuestros
sacrificios, nuestro dolor, nuestras obras bien hechas para
mejor servicio de Dios y los demás, especialmente las que
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hacemos para servir mejor a nuestros hermanos y por los
más necesitados, tienen así el valor de las obras de Jesús.
Que María, que tenía siempre las enseñanzas de Jesús muy
presentes en su corazón, nos obtenga esta gracia de hacer
así nuestra vida “totalmente cristiana”.
Más información:
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http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com>
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