“SÍGANME, Y YO LOS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES”
Mc 1, 14-20
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
CONVERTIRNOS EN DISCÍPULOS SUYOS
El Evangelio es la buena noticia de que el Padre nos ama locamente. ¿Qué hemos de hacer
entonces? Dios no nos pide cosas grandes, hiperbólicas, sino, simplemente, cambiar de vida,
volver a él. Convertirse no es sólo cesar de hacer el mal -como pedía Jonás a los ninivitas-,
sino reconocer en nuestras dificultades al Dios cercano a nosotros, que nos ama aun cuando
las cosas no vayan como nosotros quisiéramos.
Así pues, para convertirse es preciso saber apreciar nuestro tiempo como el kairós (El tiempo
de Dios) que Dios nos da, como el “tiempo oportuno” que se ofrece a nuestro presente. Todo
es provisional, aunque no el sentido profundo de la realidad que la fe nos presenta.
Apropiarnos de la gran oportunidad de llegar a ser hijos de Dios es saber hacerse con la
ocasión propicia, es creer en el Evangelio del Reino, evitando detenemos en cosas inútiles,
transitorias, sin someternos a los “esquemas” mundanos que nos aprisionan.
Jesús también viene hoy, misteriosamente, a buscarnos a nosotros, que nos encontramos con
un horizonte de vida comparable al que tenían delante los primeros que fueron llamados, unos
hombres encerrados en su trabajo de echar las redes y arreglarlas después. Así pues, también
nosotros, como los cuatro primeros discípulos, debemos convertirnos a él, reconociendo su
paso por nuestra vida y la invitación incesante que nos hace para que le sigamos.
Convertirnos en discípulos suyos supone renovar cada día nuestra opción por él, buscando
dentro de nuestra historia esa voz suya que nos llama desde siempre. Así, entramos en la
historia de la exaltadora promesa del “Los haré pescadores de hombres”, que no se agota a
buen seguro en la tarea del ministerio eclesial, sino que coincide con la experiencia de todo
cristiano auténtico. He aquí, por tanto, la rebosante alegría de la pesca mesiánica, que supone
arrancar a la humanidad de las aguas venenosas del mal, para llevarla al refugio seguro en la
vida del Reino. Indudablemente, ninguno de nosotros puede «salvar» a otro hombre, pero
todos podemos colaborar con Jesús en el trabajo de echar las redes del Evangelio, a fin de que
las personas disponibles se agarren a ellas y renazcan a la vida nueva.
ORACION
Señor Jesús, tú me llamas a la conversión, a saber aprovechar el tiempo oportuno que se me
ha concedido. No me pides que huya de mis responsabilidades en el presente, sino que dirija
mis opciones a lo que es conveniente para mi vida espiritual y me mantiene unido a ti, Señor,
sin distracciones.
Con tu ayuda, deseo mantener mi corazón indiviso, consagrado a ti, en el estado de vida en el
que me has llamado. En efecto, quiero agradarte, porque comprendo que esto es lo único de lo
que verdaderamente vale la pena preocuparse, con la determinación de tender con todas mis
energías a ti, Dios mío, mi único fin. La «alegre noticia» de tu venida a nuestra humanidad
alegra profundamente mi corazón y me hace vivir la conversión no como un esfuerzo frustrante,
sino como la aventura de la reconquista de la verdadera libertad a la que me has llamado.
Señor, deseo llegar a ser verdaderamente libre, para poder recibir tu llamada y responder con
prontitud y generosidad, como tus primeros discípulos. Es hermoso poder escucharte, seguirte
y servirte. Que tu gracia lleve a cumplimiento la obra buena que has iniciado en mí.
Muéstrame, Señor, tus caminos. (Sal 25,4)