EL IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)
El niño estuvo atemorizado. No sabía que pensar. Hace un par de años falleció su
papa. Ahora acaba de morir la hermana de un compañero. ¿Será él el próximo de
irse? Fue a su madre con su miedo. “Mama – dijo – “¿voy a morir?” Así
encontramos a los hebreos en la primera lectura. Después de tener experiencias
bruscas con Dios van a Moisés con sus preocupaciones.
Moisés conoce a Dios tanto como amigo como emperador. Ha discutido con él como
compañeros de muchos años pero de diferentes partidos políticos. Habla con
confianza cuando dice al pueblo Israel que no tiene que preocuparse. Dios no
siempre les amenazará con el trueno. Tampoco les fastidiará con mandamientos.
Más bien, les enviará a un profeta aún más íntimo con Sí mismo que Moisés para
explicarles Su voluntad. A lo mejor nosotros aquí sentimos algo del disgusto de los
Israelitas viviendo en miedo de Dios. Buscamos otro motivo para seguir creyendo
que caer en el infierno cuando moramos.
Afortunadamente hemos sido testigos de la vida del beato Juan Pablo II. Él nos
enseñó que la santidad no carece de gozos terrenales. Sus salidas para esquiar nos
indicaron que el divertimiento tomado sensatamente es sano. Sin embargo, fueron
los retratos de Juan Pablo rezando que lo más nos ayudan aquí. Fotografiado
arrodillado ante el Santísimo, Juan Pablo nos muestra la posibilidad de
comunicarnos con Dios. Nos recuerda de las muchas referencias de Jesús en los
evangelios retirándose a orar. Sea en un lugar solitario, un cerro, o un jardín, Jesús
pasa mucho tiempo dialogando con Dios Padre.
Jesús es tan íntimo con Dios Padre que concluyamos que él es el profeta de que
Moisés habla en la lectura. Su conocimiento de Dios sobrepasa aquel de Moisés.
Donde Moisés sólo pudo ver las espaldas del Señor, Jesús nos revela Su cara. Es un
rostro misericordioso como aquel de nuestras madres cuando éramos bebés. Nos
intima que Dios está esforzándose para que consigamos la felicidad. Esto es el
motivo que hemos estado buscando. Ponemos nuestra fe en Dios porque nos cuida.
Hace un año y medio se cayó la tierra sobre treinta y tres mineros en Chile. La
situación era tremendamente precaria. Los hombres estaban enterrados 700
metros bajo tierra no estable. Si ocuparan las grandes taladradoras para
alcanzarlos, a lo mejor habrían causado otro derrumbamiento, esta vez fatal. Pero
el americano Greg Hall, un católico practicante, tuvo un plan. Rescataría a los
mineros con su equipo de ingenieros usando un taladro-martillo. La operación tardó
treinta y tres días taladrando metro por metro con oraciones acompañando cada
golpe. Al final todos los mineros fueron rescatados. Al señor Hall fue la divina
Providencia que dirijo la operación. Eso es, una vez más Dios respondió a los rezos
de Su gente con cara misericordiosa.
Nos llaman la atención las caras de nuevos padres fijadas en su bebé. Siguen cada
uno de sus movimientos como si estuviera caminando sobre tierra inestable. Hacen
caso a todos los sonidos que emite como si estuvieron con el papa. Así es el diálogo
entre Jesús y Dios Padre. Le conoce íntimamente de modo que podamos contar con
su palabra cuando nos habla de Su misericordia hacia nosotros. Podemos contar
con sus palabras cuando nos habla de Su misericordia.
Padre Carmelo Mele, O.P.