“El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Mc 3, 31-35
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
HERMANA, HERMANO Y MADRE DE JESÚS.
En la primera lectura, la acogida del arca atrae la bendición divina sobre la casa de Obededón,
un extranjero, alguien que no es israelita; en la segunda lectura, la acogida obediente y activa
del Evangelio da lugar a una familiaridad con Jesús más fuerte que cualquier vínculo de sangre
(cf. Jn 1,13). No podemos tener a Jesús encadenado a nuestras categorías. «Oye, tu madre y
tus hermanos te buscan»: bajo estas sencillas palabras se esconde una visión mezquina y
estrecha del anuncio evangélico. Es como si le dijéramos: «Mira, Señor, nosotros somos
buenos cristianos, estamos comprometidos con nuestra Iglesia, seguimos los preceptos. Ven,
por tanto, a poner un sello de calidad a nuestras iniciativas, autorízanos a poner la etiqueta de
denominación de origen sobre nuestros productos».
Los papeles que ejercemos en la sociedad y en la Iglesia tienden a endurecerse y a prevalecer
sobre todo lo demás. Hemos construido estructuras, necesarias ciertamente para la
humanidad, pero corremos el riesgo de olvidar que el Espíritu sopla donde quiere, incluso fuera
de las estructuras. La sencillez de corazón de David, que sabe reconocer sin celos el signo de
la gracia del Señor descendida sobre la casa de Obededón, y la claridad con que define Jesús
a sus familiares, deben hacer que estemos atentos a lo esencial y también disponibles a
subvertir los papeles: el rey danza en la calle como un hombre cualquiera, cualquier persona
puede ser «hermana, hermano y madre» de Jesús.
ORACION
Señor, líbranos de la presunción de considerarnos siempre justos. Tú nos has convertido en tu
familia: que esto no sea motivo de orgullo y de discriminación respecto a los otros. Concédenos
un corazón acogedor y una mente limpia de prejuicios, a fin de que seamos capaces de
reconocer tu presencia y tu voz incluso fuera del círculo de los «nuestros».
Haznos capaces de abrirnos con alegría a la escucha de tu Palabra y de reservar en nosotros
el sitio de honor al Evangelio, del mismo modo que David y toda la ciudad festejó con música,
danzas y banquetes la llegada del arca.
Ayúdanos, Señor, a reconocer como hermanas y hermanos a todos los que cumplen la
voluntad de Dios, sin detenernos en las apariencias exteriores, en los nombres, en los vínculos
construidos por el hombre. Los confines de tu familia, de tu Iglesia, están verdaderamente
exterminados y no podemos delimitarlos nosotros: enséñanos a ser compañeros de camino
hacia la unidad de tu amor.