Viernes 27 de Enero de 2012
Viernes 3ª semana de tiempo ordinario 2012
2Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17
Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David
envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y
sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del
atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y
desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó a
preguntar por la mujer, y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el
hitita." David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su
casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: "Estoy encinta." Entonces David
mandó esta orden a Joab: "Mándame a Urías, el hitita." Joab se lo mandó. Cuando
llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo: "Anda
a casa a lavarte los pies." Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo
del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no
fue a su casa.
Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David
lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse
con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David
escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta
era: "Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos
dejándolo solo, para que lo hieran y muera." Joab, que tenía cercada la ciudad,
puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la
ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el ejército
entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.
Salmo responsorial: 50
R/Misericordia, Señor: hemos pecado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra
mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: /
contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces. R.
En la sentencia tendrás razón, / en el juicio resultarás inocente. / Mira,
en la culpa nací, / pecador me concibió mi madre. R.
Hazme oír el gozo y la alegría, / que se alegren los huesos quebrantados.
/ Aparta de mi pecado tu vista, / borra en mí la culpa. R.
Marcos 4,26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un
hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de
mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va
produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el
grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega."
Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué
parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la
semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás
hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en
ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su
entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba
todo en privado.
COMENTARIOS
El utilitarismo y el “eficacismo” amenazan con frecuencia nuestro
apostolado y nuestra pastoral. Caemos frecuentemente en la tentación de recurrir a
planificaciones estratégicas en las que calculamos los resultados de acuerdo con
nuestros esfuerzos, quitándole así espacio a la gratuidad y a la incertidumbre. La
planificación pastoral es necesaria, pero ha de hacerse según el espíritu del
evangelio: hacer el mayor esfuerzo con los recursos más eficaces, pero la
fructificación se deja en manos de Dios. Algunas veces obtendremos un éxito
inesperado; pero casi siempre nos fatigaremos enormemente sin recibir el resultado
esperado. En todo caso, una vez hecho nuestro esfuerzo, deberemos confiar los
resultados a la bondad y sabiduría de Dios.
Las dos parábolas nos hablan del tiempo y de la espera. El tiempo de
esperanza activa en la que se cuida el cultivo y se espera la cosecha. El tiempo que
necesita la mostaza para convertirse en una frondosa hortaliza, dispuesta a acoger
aves que vienen de lejos y no tienen hogar. Lo mismo ocurre en nuestra vida.
Hacemos grandes esfuerzos, mas sin los resultados esperados; pero, si hacemos
todo según el espíritu de Jesús, sabremos hasta dónde llegamos nosotros, y nos
sorprenderemos de ver hasta dónde alcanza Dios.
Juan Alarcón, s.j..
(Extracto de servicios KOINONÍA)