La autoridad de Jesús
Homilía para el IV Domingo del TO (Ciclo B)
Moisés había anunciado la llegada de un profeta de su misma categoría: “El
Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A
él le escucharéis” ( Dt 18,15). El profeta no es un adivino, sino – como
escribe Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret .I - aquel “que nos
muestra el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar”.
La promesa del nuevo profeta se cumple en Jesús: “En Él se ha hecho
plenamente realidad lo que en Moisés era solo imperfecto: Él vive ante el
rostro de Dios no solo como amigo, sino como Hijo; vive en la más íntima
unidad con el Padre” ( Ib.) . Este vínculo filial que une a Jesús con el Padre es
el motivo que explica su soberana e inaudita autoridad. Su enseñanza no
viene de los hombres, sino de Dios, y el camino de su seguimiento tiene
como meta a Dios mismo. Jesús viene de Dios y nos lleva a Dios.
El evangelio según San Marcos recoge una escena en la que destaca el
poder divino de la enseñanza y de la acción de Jesús. Cuando Jesús entra
en la sinagoga de Cafarnaún un sábado para enseñar “se quedaron
asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los escribas, sino
con autoridad” ( Mc 1,22). La autoridad, la exousia , es la capacidad para
realizar una acción sin que nada pueda impedirlo.
Los escribas custodiaban la interpretación tradicional de la Ley de Israel. Su
enseñanza, basada en la Ley de Dios, era, no obstante, una enseñanza
meramente humana. La enseñanza de Jesús es nueva. Él no habla
simplemente como un hombre más, sino como el Hijo de Dios hecho
hombre. Escuchándole a Él se escucha a Dios. Ahí radica su novedad.
Casi como una reacción a la enseñanza de Jesús se desencadena la reacción
furiosa del demonio que poseía a un hombre. Al igual que en la vida terrena
de Jesús, también en la vida de la Iglesia la enseñanza de la Palabra de
Dios, de la verdad sobre Dios y sobre el hombre, provoca – lo podemos
comprobar con frecuencia – la ira del Enemigo. Los demonios se oponen a
Dios, no soportan la verdad, no quieren que se escuche la predicación del
Evangelio.
El Señor demuestra también su autoridad increpando al demonio con una
orden: “Cállate y sal de él” ( Mc 1,25). Jesús es el Santo de Dios, el portador
del Espíritu Santo, capaz de vencer a los espíritus impuros con el poder de
la salvación. Por eso, en una de las peticiones del Padre nuestro oramos:
“Líbranos del mal”, de Satanás y “de todos los males, presentes, pasados y
futuros de los que él es autor o instigador” ( Catecismo 2854).
El despliegue del poder de Dios causa la reacción admirada de la
muchedumbre: “Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus
inmundos les manda y le obedecen” ( Mc 1,27). La conciencia del poder de
Jesús debe disipar en nosotros el miedo: Él es más fuerte que el mal, que el
odio y que la mentira. Con la eficacia de su Palabra puede separar de
nosotros todo el pecado, puede hacernos libres para que podamos caminar
como hijos de Dios.
Guillermo Juan Morado.