“¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo?”
Mc 5, 1-20
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
NOS ENCONTRAMOS CONSTANTEMENTE MUY FRÁGILES EN LA FE.
Es posible que hayamos encontrado al Señor a través de una experiencia que un día cambió
radicalmente nuestra vida, o tal vez le hayamos acogido tras haber reflexionado sobre
acontecimientos concretos, tras una seria confrontación con él. A buen seguro, la fe nos pidió
renuncias a las que, en un primer momento, correspondimos con impulso generoso. Sin
embargo, no resulta fácil perseverar día tras día, dar testimonio de Cristo en un contexto
neopagano o bien tradicionalista, ligado a costumbres ahora vacías de alma. Poco a poco, los
entusiasmos iniciales se han ido amortiguando, las incomprensiones nos hieren, el aislamiento
nos desanima. Corremos el riesgo de encontrarnos poco convencidos y nada convincentes...
La fe tiene que ser reanimada continuamente: es como una antorcha que ha de estar en
contacto a menudo con el fuego del Espíritu para mantenerse ardiente y luminosa. Tomémonos
el tiempo necesario para alcanzar la fuerza de lo alto. Aprendamos a hacer memoria de tantos
hermanos nuestros que nos han dado un espléndido ejemplo de perseverancia y -como en una
carrera de relevos- nos han entregado la antorcha de la fe para que llevemos adelante su
misma carrera. Volvamos con el corazón a las circunstancias de nuestro encuentro con Jesús y
permanezcamos un poco en su presencia: el recuerdo de la gracia del pasado y la perspectiva
del futuro que nos espera reanimarán nuestros pasos.
El Señor conoce nuestra debilidad; sin embargo, quiere que seamos misioneros suyos en el
mundo. Él mismo nos sostendrá, para que podamos conseguir la promesa junto a los grandes
testigos que nos han precedido y a los que vendrán después de nosotros, a los que nosotros
mismos, si conseguimos perseverar, podremos entregar la vívida antorcha de la fe.
ORACION
Por tu gracia, Señor, nos has llamado a la fe: renueva en nosotros la alegría de tu don, la
fuerza para dar testimonio de él, la perseverancia para vivirlo en la hora de la incomprensión y
de la prueba. Concédenos una mirada penetrante, que sea capaz de reconocer en el pasado a
los gloriosos testigos de tu misericordia y escrutar en el futuro la meta de la historia. Haz que,
habiendo recibido la antorcha de la fe de quienes nos han precedido, la entreguemos ardiente a
las generaciones futuras, para que resplandezca tu luz a los ojos de todos.