EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Miércoles de la cuarta semana del tiempo ordinario
Segundo Libro de Samuel 24,2.9-17.
El rey dijo a Joab, el jefe del ejército, que estaba con él: "Recorre todas las tribus
de Israel, desde Dan hasta Berseba y hagan el censo del pueblo, para que yo sepa
el número de la población".
Joab presentó al rey las cifras del censo de la población, y resultó que en Israel
había 800.000 hombres aptos para el servicio militar, y en Judá 500.000.
Pero, después de esto, David sintió remordimiento de haber hecho el recuento de la
población, y dijo al Señor: "He pecado gravemente al obrar así. Dígnate ahora,
Señor, borrar la falta de tu servidor, porque me he comportado como un necio".
A la mañana siguiente, cuando David se levantó, la palabra del Señor había llegado
al profeta Gad, el vidente de David, en estos términos:
"Ve a decir a David: Así habla el Señor: Te propongo tres cosas. Elige una, y yo la
llevaré a cabo".
Gad se presentó a David y le llevó la noticia, diciendo: "¿Qué prefieres: soportar
tres años de hambre en tu país, o huir tres meses ante la persecución de tu
enemigo, o que haya tres días de peste en tu territorio? Piensa y mira bien ahora lo
que debo responder al que me envió".
David dijo a Gad: "¡Estoy en un grave aprieto! Caigamos más bien en manos del
Señor, porque es muy grande su misericordia, antes que caer en manos de los
hombres".
Entonces el Señor envió la peste a Israel, desde esa mañana hasta el tiempo
señalado, y murieron setenta mil hombres del pueblo, desde Dan hasta Berseba.
El Angel extendió la mano hacia Jerusalén para exterminarla, pero el Señor se
arrepintió del mal que le infligía y dijo al Angel que exterminaba al pueblo: "¡Basta
ya! ¡Retira tu mano!". El Angel del Señor estaba junto a la era de Arauná, el
jebuseo.
Y al ver al Angel que castigaba al pueblo, David dijo al Señor: "¡Yo soy el que he
pecado! ¡Soy yo el culpable! Pero estos, las ovejas, ¿qué han hecho? ¡Descarga tu
mano sobre mí y sobre la casa de mi padre!".
Salmo 32(31),1-2.5.6.7.
Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez!
Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa,
pensando: "Confesaré mis faltas al Señor".
¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado!
Por eso, que todos tus fieles te supliquen
en el momento de la angustia;
y cuando irrumpan las aguas caudalosas
no llegarán hasta ellos.
Tú eres mi refugio,
tú me libras de los peligros
y me colmas con la alegría de la salvación.
Evangelio según San Marcos 6,1-6:
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo
escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría
es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de
Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era
para ellos un motivo de tropiezo.
Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y
en su casa".
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos,
imponiéndoles las manos.
Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los
alrededores, enseñando a la gente.
Comentario del Evangelio por
San José María Escrivá de Balaguer (1902-1975), sacerdote, fundador
Homilía del 19/03/63 en Es Cristo que pasa
¿No es el hijo del carpintero?
José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, lo trató dándole todo lo mejor
que tenía. José, cuidando de aquel Niño, como le había sido ordenado, hizo de
Jesús un artesano: le transmitió su oficio. Por eso los vecinos de Nazareth hablarán
de Jesús, llamándole indistintamente faber y fabri filius: artesano e hijo del
artesano (Mt 13,55)...
Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su
carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de
observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por
exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la
vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por
tanto, su trato con José.
No es posible desconocer la sublimidad del misterio. Ese Jesús que es
hombre, que habla con el acento de una región determinada de Israel, que se
parece a un artesano llamado José, ése es el Hijo de Dios. Y ¿quién puede enseñar
algo a Dios? Pero es realmente hombre, y vive normalmente: primero como niño,
luego como muchacho, que ayuda en el taller de José; finalmente como un hombre
maduro, en la plenitud de su edad. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia
delante de Dios y de los hombres (Lc 2,52).
José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con
cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena
razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien
culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior?
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”