¿EVANGELIZAS? ¡SIRVE!
Padre Javier Leoz
Deber, orgullo y consecuencia de la fe. Así es la evangelización. Cuando uno
descubre a Jesús, esa experiencia, le empuja a hacerlo presente en medio del
mundo. ¿Has encontrado a Cristo? ¡Pregónalo! ¿Has dado con Cristo? ¡Llévalo allá
donde vayas!
1.- Un tren en tanto que no llega a su destino final, va deteniéndose en cada
estación sin hacerlo definitivamente. Su conductor sabe que en un andén recogerá
a unos viajeros y se bajarán otros y que, en el siguiente, alguien se apeará y
algunos más subirán para emprender el viaje.
Jesús, además de detenerse con sus discípulos, de convertirse para ellos en la gran
noticia, quiso que continuasen y avanzasen con ella hacia adelante.
¡Ay de mí si no evangelizare! San Pablo, en su encuentro personal con Cristo, supo
que aquello no podía silenciarse. Que en aquella estación en la cual se apeó de su
orgullo y trepó al tren del evangelio, también él estaba llamado a transmitir aquel
mensaje de amor y de conversión, de fidelidad y de entrega, de justicia y de
verdad.
2. - Cuando uno evangeliza crece espiritualmente: su fe es contrastada, purificada,
probada y hasta perseguida. Es en la evangelización donde aprendemos a tomar la
temperatura del mundo y también a ponerla en el lugar que le corresponde. Sin
imposiciones, como sugería no hace mucho el Papa Benedicto XVI, pero sabiendo
que al presentar el camino del Evangelio ofrecemos al mundo ópticas y secretos
escondidos al ojo humano pero que pueden ser soluciones para esta época tan
difícil que nos toca vivir. ¿Amas al mundo? Ofrécele lo mejor de ti mismo y, si
dentro de ti sientes que Dios está, Él puede ser lo máximo que puedes regalar a los
demás.
3.- Jesús además nos enseña un camino privilegiado para la evangelización: el
servicio. Se acercó hasta casa de Pedro y, donde existía la enfermedad, con su
cercanía y con su mano lo convirtió en salud. No hay verdadera evangelización sin
servicio hacia los demás. ¿Cómo es tu servicio? ¿Grande o pequeño? ¿Por minutos o
sin horario? Dime cuánto sirves, como sirves y desde dónde sirves y te diré si tu
evangelización es auténtica o tal vez demasiado acomodada.
4.- Preocupados por nuestro bienestar (tal vez hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades), colapsados por la crisis tan aguda que estamos padeciendo
(fruto también de la falta de ética y de moral cristianas) podemos caer en el riesgo
de despreocuparnos por los demás. De decir aquello de “sálvese quien pueda”.
Como cristianos, cuando nuestra sociedad está haciendo aguas en tantos aspectos,
estamos llamados a pregonar que, la salvación, está en Dios, a salir al encuentro de
aquel que se halla en horas bajas, al paso de aquellas personas a las que hemos de
servir con una simple sonrisa, un rostro afable y unas manos abiertas símbolo de
nuestra unión con Dios, de la grandeza que llevamos dentro y de nuestro gran
amor al Evangelio.
No lo tenemos fácil. El intento de silenciar a Dios arrinconándolo en la sacristía, la
bravura del laicismo, la moda del ateísmo, la blasfemia del hombre en pensar que
es dueño absoluto de todo, lo racional contrapuesto a la fe o a quiebra de nuestra
arquitectura moral occidental…..se convierten, entre otros muchas, en dificultades
añadidas a nuestro apostolado. Que nuestro coraje, tenacidad, entusiasmo,
esperanza, alegría, valentía y libertad sean el antídoto mejor para situarnos frente
a ellas.
5.- ¡AY DE MÍ, MI SEÑOR!
Si descubriéndote pensara que, con tenerte,
ya es suficiente.
Si, amándote como yo te amo,
guardase todo ese caudal de vida y de amor
en el cofre de mis propios intereses
en el silencio de mi cómoda cobardía.
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si, sintiéndome tocado por tu mano
las mías se cerrasen a los que, sin saber que existes,
están llamados a ser más felices
porque desconocen que, Tú Señor,
los amas antes de conocerte.
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si el fuego que arde en mis entrañas
lo dejo apagar con el agua de mi tibieza
si no lo enciendo con el ardor de mi entusiasmo
si permito que, el viento de la pereza,
lo reduzca a simples cenizas o vagos recuerdos.
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si habiendo dado contigo
me acobardo por la dureza del mundo
y finjo no conocerte, amarte ni seguirte
Si habiéndote escuchado tus palabras
quedaron en el olvido, ineficaces
sin ser brújula de las grandes horas de mi vida
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si me siento seguro de mi mismo
si, lejos de caminar contigo,
prefiero caminos y atajos que llevan al precipicio
Si creyéndome libre, soy esclavo del mundo
Si pensado ser feliz, en el fondo soy desdichado
¡AY DE MI, MI SEÑOR, SI NO HABLASE DE TI!
Cuánto perdería el mundo, por no conocerte
Y cuánto perdería yo….por no demostrarte
con palabras y obras
que es mi deber, antes de cerrar los ojos al mundo,
llevarte como la mejor noticia
a este mundo que grita no saber quién eres.
Amén.