Comentario al evangelio del Martes 07 de Febrero del 2012
TRADICIÓN Y TRADICIONES DE NUESTROS MAYORES
Tengo que reconocer que el
Evangelio de hoy «me cuesta» comentarlo. Sobre todo por la frase final: «Y como estas hacéis
muchas». Claro: es perfectamente comprensible el ejemplo que pone Jesús, la tradición rabínica
llamada «corbán», por la que se podían consagrar al Templo (=Dios) los propios bienes, y que bajo
apariencia de ofrenda a Dios acababa siendo un método estupendo para no atender a los propios
padres. También es comprensible que relativice las costumbres (más higiénicas que otra cosa)
referentes a las purificaciones de manos, cubiertos, vasijas... Y que se queje de que se aferren a
tradiciones y preceptos humanos: «las tradiciones de los mayores».
Mi problema está en cómo se traduciría esto a nuestra realidad histórica actual. Quiero decir:
nuestra Iglesia da un valor considerable a la Tradición recibida y vivida desde los apóstoles hasta hoy,
a lo largo de los siglos. Y ser fieles a esa Tradición (escrita con mayúsculas) es una garantía de
fidelidad al mensaje de Jesús, de modo que no deformemos o apañemos el mensaje a nuestro antojo. Y
está bien.
Hay también muchas tradiciones (con minúscula), costumbres, ideas, filosofías, ritos,
estructuras... que se han mantenido en el tiempo, pero que no son «esenciales» para la fe: el modo de
estructurarse la Iglesia, de celebrar los sacramentos, de interpretar el papado o el sacerdocio, el
celibato...
Pero es bien difícil señalar con claridad cuáles son las tradiciones con minúscula (perfectamente
cambiables, por mucho tiempo que lleven) y la Tradición con mayúsculas.
Un relato de E Galeano me hacía pensar que la mayor traición a los fundamentos primeros de cualquier
obra (Iglesia, Congregación Religiosa, empresa, etc): es momificarlos y mantenerlos a toda costa.
Precisamente la mayor fidelidad sería ser el intentar dar respuestas nuevas a problemas nuevos, a
situaciones nuevas... desde la creatividad primera. Dice así el relato:
EL JUBILADO Y EL APRENDIZ DE ALFARERO
A orillas de otro mar, un alfarero se retira en sus años tardíos.
Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan: ha llegado la hora del adiós.
Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor
Así manda la tradición entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra
maestra al artista que se inicia.
Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella
contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge sus pedacitos y los incorpora a su arcilla.
Eso es: romper la vasija... y construir otra con los pedacitos, incorporándolos a la arcilla. Pero
cuando salimos de la poesía y el cuento, para bajar a la realidad....
Por ejemplo: Jesús rompió la división entre puro/impuro. No hay espacios, objetos, personas...
sagradas, y otras que estarían «ajenas» a Dios, inapropiadas, sucias (así se veía a enfermos, pecadores,
ciertas profesiones... ). Y ¿entonces? ¿Sería apropiado decir que algunos hermanos no son «puros»,
dignos, convenientes porque, por ejemplo, no están debidamente casados por la Iglesia, o por su
orientación sexual? Pues no me atrevo a afirmarlo abiertamente. Pero tampoco a negarlo.
O cuando se razona (sin el menor asomo de duda) que la mujer no puede acceder al sacerdocio
porque la Iglesia durante toda su historia (tradición/Tradición?) lo ha considerado así... y es
«incambiable»? Sinceramente: no lo tengo claro. Y estoy seguro de que hacer preguntas como éstas
provoca inquietud y nerviosismo en no pocos hermanos. Mis disculpas si es así. Simplemente he
intentado ser sincero y compartir con vosotros lo que la lectura de este pasaje bíblico me ha suscitado.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez, cmf