llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor”
Lc 2, 22-40
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LUZ PARA ILUMINAR A LAS NACIONES
Podemos considerar la fiesta que hoy celebramos como un puente entre la Navidad y la
Pascua. La Madre de Dios constituye el vínculo de unión entre dos acontecimientos de la
salvación, tanto por las palabras de Simeón como por el gesto de ofrenda del Hijo, símbolo y
profecía de su sacerdocio de amor y de dolor en el Gólgota. Esta fiesta mantiene en Oriente la
riqueza bíblica del título encuentro: encuentro “histrico” entre el Nio divino y el anciano
Simeón, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la profecía y la realidad y, en la primera
presentación oficial, entre Dios y su pueblo. En un sentido simbólico y en una dimensión
escatolgica, “encuentro” significa asimismo el abrazo de Dios con la humanidad redimida y la
Iglesia (Ana y Simeón) o la Jerusalén celestial (el templo). En efecto, el templo y la Jerusalén
antigua ya han pasado cuando el Rey divino entra en su casa llevado por María, verdadera
puerta del cielo que introduce a Aquel que es el cielo, en el tiempo nuevo y espiritual de la
humanidad redimida. A través de ella es como Simeón, experto y temeroso testigo de las
divinas promesas y de las expectativas humanas, saluda en aquel Recién nacido la salvación
de todos los pueblos y tiene entre sus brazos la “luz para iluminar a las naciones” y la “gloria de
tu pueblo, Israel”.
ORACION
¿Por qué, oh Virgen, miras a este Niño? Este Niño, con el secreto poder de su divinidad, ha
extendido el cielo como una piel y ha mantenido suspendida la tierra sobre la nada; ha creado
el agua a fin de que hiciera de soporte al mundo. Este Niño, oh Virgen purísima, rige al sol,
gobierna a la luna, es el tesorero de los vientos y tiene poder y dominio, oh Virgen, sobre todas
las cosas. Pero tú, oh Virgen, que oyes hablar del poder de este Niño, no esperes la realización
de una alegría terrena, sino una alegría espiritual (Timoteo de Jerusalén, siglo VI).