V Domingo del Tiempo Ordinario B
Jb 7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1Co 9, 16-19. 22-23; Mc 1, 29-39
Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y,
tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al
atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la
ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se
encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no
dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía
estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer
oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen:
"Todos te buscan." El les dice: "Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para
que también allí predique; pues para eso he salido." Y recorrió toda Galilea,
predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios .
La presente semana, la liturgia de la palabra, en su primera lectura, presenta a Job,
quien describe que la vida del hombre por este mundo es fugaz, pero con muchas
peripecias. Pero al mismo tiempo hace presente, la misteriosa intervención del
Altísimo. Esta declaración de Job, al mismo tiempo nos proyecta y nos abre al
misterio de la vida del hombre. Los padres conciliares a través de la constitución
pastoral "Gaudium et Spes", han declarado que la vida del hombre se desvela en el
misterio de Cristo; por lo tanto debemos pasar a ver el evangelio de la presente
semana; donde esta nostalgia del personaje del antiguo testamento, podemos
interpretarla como una apertura en espera del Mesías, que no sólo deberá rescatar
a los hombres de la muerte, sino que a través de Él, los hombres, todo hombre
encuentra el sentido de su existencia.
En la primera lectura Job, como lo mencionamos en líneas anteriores, define la vida
del hombre sobre la tierra como un servicio, casi al estilo de un soldado o militar. El
hombre no es un señor, sino un esclavo, no es amo, es un jornalero. Esta es la
característica de la vida del hombre según el Antiguo Testamento. Esta primera
lectura nos ayuda a abrirnos a la esperanza, porque el hombre busca la plenitud de
la vida, y esta plenitud de vida, solo el hombre del Antiguo Testamento la puede
expresar en la esperanza del Mesías. Por eso el mandato de Cristo que da a su
Iglesia es de anunciar el evangelio.
San Pablo, en la segunda lectura, sigue el ejemplo del Señor en la medida
humanamente posible. El ha recibido de Dios la tarea de anunciar el evangelio, y
para él es un deber que no hace por su propio gusto o reconocimiento, o figuración
personal. San Pablo muestra su libre obediencia y el deseo de realizar plenamente
la tarea que le ha sido confiada. No se presenta como un gran señor en posesión de
la verdad, sino como el esclavo que está al servicio de todos. San Pablo se hace
esclavo de los judíos, esclavo de los paganos y fundamentalmente esclavo de los
débiles, para ganarlos también para Cristo, no se olvida en esta labor de nadie, por
ello dice: "Me he hecho todo a todos" y esto lo dice con la esperanza de que
participa también él en lo que anuncia a los demás.
El evangelio nos muestra que el trabajo que Jesús hizo sobre la tierra era una
exigencia totalmente desmesurada. Debía buscar a las ovejas descarriadas de
Israel, una tarea que ante la situación espiritual y religiosa del país, era casi
imposible de llevar a cabo, y a la que aún así Jesucristo se entrega con todas sus
fuerzas. Cuando cura a la suegra de Pedro, todos se acercan a ver, se sorprenden
ante el milagro, y es entonces que Jesús cura a muchos enfermos y expulsa
muchos demonios. Pero, en la madrugada Jesús quiere orar a solas, cosa que no
puede hacer ante la demanda de la multitud que lo busca. Sus discípulos se lo
manifiestan "todo el mundo te busca", entonces Jesús evita encontrarse de
nuevo con aquellos y parte a las aldeas cercanas para continuar su predicación. Así
va recorriendo todo Galilea.
El evangelio, de hoy pone a Jesús saliendo de la sinagoga, y termina con el último
versículo poniendo a Jesús: predicando y expulsando demonios en la sinagoga. Y en
el intermedio de este marco tenemos: la curación de la suegra de Pedro; curaciones
de muchos enfermos; liberaciones de tantos poseídos por espíritus inmundos; el
hecho que se retira solo a rezar; la respuesta de Jesús, ha venido para anunciar el
evangelio en otros lugares; el hecho que hace callar a los demonios es para que no
desvelen quien es Él.
Cristo en su actuar nos está queriendo decir hoy algo importante, como en su
época, el hecho de sus curaciones y liberaciones de poseídos por espíritus
inmundos, no era su misión principal. Como nos puede pasar a nosotros o al
hombre contemporáneo, pensar que Dios es Dios, o Cristo es el Hijo de Dios, sólo si
me concede lo que yo le pido. Entonces el que Cristo haga callar a los demonios, es
para no quedar identificado como un ídolo más de la cultura griega o de los pueblos
paganos, que cuando vencían en las guerras, atribuían a su dios los triunfos y por
ende le rendían tributo y se sometían a sus formas de culto. Cristo pudo haber
quedado concebido de esta manera, si no hubiese actuado como hoy lo vemos en el
evangelio.
Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: Jesús no deja dudas: Dios es el Dios
de la vida que nos libra de todo mal. Los signos de esta potencia de amor son las
curaciones que realiza: así demuestra que el Reino está cerca, restituyendo a los
hombres y mujeres su plena integridad de espíritu y de cuerpo. Es por ello que su
predicación y las curaciones que realiza van siempre unidas: forman un único
mensaje de esperanza y de salvación () a pesar de que la enfermedad es parte de
la experiencia humana, no logramos acostumbrarnos a ella. No solo porque a veces
puede ser muy dura y grave, sino porque esencialmente estamos hechos para la
vida. Cuando somos sometidos a la prueba por el mal, y nuestras oraciones
parecen ser vanas, surge entonces en nosotros la duda y angustiados nos
preguntamos: '¿Cuál es la voluntad de Dios?'", la respuesta se encuentra en el
Evangelio. La peor enfermedad es la ausencia de fe (Benedicto XVI, Ángelus, 8
de febrero de 2009).
El apóstol de los gentiles tiene una frase muy similar a la de Jesús, según el
evangelio de esta semana: "... no he sido constituido apóstol para bautizar sino
para predicar..."; pues Jesús a sus discípulos les ha dicho: "... vamos a otros
lugares donde pueda predicar...". Vamos a dejar la parte conjetural, y pasemos a lo
que hoy el evangelio nos ofrece; Cristo con su encarnación comienza a dar
cumplimiento a las profecías del Padre, entonces, creemos que tenemos que seguir
por este camino; para profundizar en las lecturas de hoy. Cristo, cuando comienza
su vida pública dice -según el evangelista Marcos-: "...conviértanse y crean en la
buena nueva del Reino,..."; de esta manera los signos sólo quieren dar garantía de
autenticidad a la novedad que ha venido a anunciarnos. Por eso que en el bautismo
somos revestidos de la naturaleza del hombre nuevo. Entonces quien nace de Dios,
tiene el espíritu de Dios no puede obrar diversamente a esta vida que ha recibido;
Jesús escapa de las multitudes, porque es consciente que lo buscan por el beneficio
que pueden recibir; cuando Él es Puente entre los hombres y el Padre de la
Misericordia, porque: " nadie va al Padre sino es por mí".
Nuestro actual Papa Benedicto XVI, en la Carta Apostólica en forma motu proprio
Porta Fidei nos dice: La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de
un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace
fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio
fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la
invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san
Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»...» (Benedicto XVI, Porta fidei,
nº7).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar