UN LEPROSO MUY SALTARIN
Domingo 06 ordinario 012 B
San marcos nos había pintado a Cristo cerca de los enfermos y marginados de la
sociedad a las puertas de Cafarnaúm, y nos lo presenta un poco más adelante
también cerca de los que sufren y son condenados a la soledad y a los que él había
venido a salvar. Dicen que hay oportunidades que solo se presentan una sola vez
en la vida, y bien debe haberlo comprendido un leproso que sorprendió a Cristo con
su atrevimiento al acercarse y ponerse de rodillas frente a él. Quizá si supieramos
que para un judío había cuatro categorías de personas que podían comparse a un
muerto: el pobre, el leproso, el ciego y el que no tiene hijos. podemos entender lo
que significaba para un leproso su condición de enfermo en tiempo de Cristo. Por
temor al contagio, toda persona que estuviera manchada en su piel pero sobre todo
el auténtico leproso, tenía que ser declarado impuro por el sacerdote, quien
decretaba la excolunión y la sentencia de echarlo fuera de la comunidad, el cuál
tendría que vagar y valerse por sus propios medios desde entonces, sin poder
acercarse para nada a las personas sanas o “puras”, que de paso se libraban así de
tener que socorrer a tales enfermos.
No era entonces sólo la enfermadad física lo que atormentaba al leproso, sino el
hecho de considerarse impuro religiosamente, señalado por el dedo de Dios y sin
posibilidad de salir de ese estado. Así se sintíó aquel leproso que había vagado
quiza por varios años, cansado de luchar, de vivir, de tener que huír de las
personas que él más quería. Pero un día oyó hablar de que por los caminos había
alguen que curaba, que no preguntaba sobre su condición social o su sexo, sino que
se acercaba a cada uno de los que lo solicitaban y a todos los trataba con amor.
Por eso se juró que él estaría entre los que habían de ser curados. Y así, escogió
bien el momento, y un día a la vuelta de un camino, sorprendió a Cristo y a sus
acompañantes, saliéndole al encuentro, con una súplica que no podía ser más
confiada, sencilla y directa: “Si quieres, puedes curarme”. Si otro predicador
hubiera sido, se habría retirado unos cuándos pasos y habría dudado en si dejaba
que el leproso se acercara un paso más. Cristo no. Él tomó el asunto en sus manos,
y venciendo toda repugnancia y rompiendo con todos los moldes que ataban al
pobre enfermo, se acercó, lo tocó con mucho amor y lo levantantó hasta su altura:
“Sí quiero, Sana”. El enfermo sinti un calor que lo recorría de arriba abajo e
inmediatamente sintió que estaba curado. Ese día, Cristo rompió con todas las
limitaciones y los moldes que obligaban a los enfermos a considerar a la
enfermedad como un castigo divino, permitiéndo que el leproso pudiera
reintegrarse desde entonces a los suyos, a la sociedad e incluso a su religión, sin
considerarse nunca más excluído por la misma circunstancia.
El asunto de la curación del leproso implicó para Cristo el no poder entrar ya
abiertamente a las ciudades donde había sinagoga, pues desde entonces él mismo
era una amenaza, y ahora los que lo buscaban tenían que salir a la periferia.
Bendito Cristo que se permitió la libertad de tocar al enfermo, y a nosotros nos
seala caminos para no seguir separando de nosotros “los buenos” a los que por
siempre hemos tenido separados, cada quién tendrá su propia lista pero pensemos
por ejemplo en las madres solteras, en los divorciados, los indígenas que tocan a
tus puertas vendiendo artesarías, los drogadictos, amén de los dañados por el Sida
o las pobres prostitutas con las que no queremos ningún trato. Si Cristo declaró
puros a todos los hombres y si dio su vida por nosotros, ¿porqué nosotros seguimos
condenando a otras gentes porque no son de nuestra condición, de nuestro color, o
incluso de nuestra misma religion o sexo?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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