EL DOMINGO DE LA VI SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO
(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1; Marcos 1:40-45)
Se encuentra Jesús en Getsemaní. Está rezando desde el suelo. “Abbá (Padre) –
dice – no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Escuchamos una frase
parecida de la boca del leproso en el evangelio hoy. También del suelo, el leproso
se dirige a Jesús: “Si tú quieres, puedes curarme”. La similitud de las dos citas
indica que el leproso no está desafiando a Jesús, no está exigiéndolo: “No seas
egoísta; ayúdame”. Más bien, lo reconoce como representante de Dios por poner su
destino en sus manos. El leproso tiene la fe verdadera que deja a Dios ser Dios. Es
la misma fe que profesamos cuando oramos: “…hágase Tu voluntad en la tierra
como en el cielo”.
A veces nos cuesta aceptar la voluntad de Dios. Una escritora admitió que no sabía
que haría si Dios llamara a uno de sus hijos a Sí mismo. La cuestión del mal da
pausa a todos los creyentes como si estuviéramos caminantes entrando en un
bosque habitado por una manada de lobos. Sin embargo, seguimos adelante
porque creemos que la bondad de Dios alcance más allá que nuestra vista. Después
de permitir a Su propio Hijo sufrir la muerte por nosotros, lo resucitó en la gloria.
Del mismo modo sabemos que Él cambiará nuestras lágrimas a risas cuando
quedamos fieles a Él.
Según los cuatro evangelios Jesús muere fuera de Jerusalén. El sitio nos llama la
atención porque indica un intercambio de lo esperado. El Mesías, el hijo de David,
se ha hecho extranjero de su propia ciudad terrenal para hacernos ciudadanos del
cielo. Vemos un trueque semejante en el evangelio hoy. Por curar al leproso Jesús
no puede entrar abiertamente en la ciudad. Más bien, tiene que quedarse fuera
para atender a las muchedumbres que se lo acuden. En cambio, el leproso una vez
curado de su enfermedad puede ir a dondequiera que le dé la gana. Este sacrificio
de parte de Jesús está ilustrado en un libro y cine que impactó mucho la sociedad
norteamericana. En el tiempo de segregación el autor John Howard Griffin tiñó el
color de su piel para conocer cómo sería ser negro viajando por el sur de los
Estados Unidos. Por seis semanas el Señor Griffin experimentó las desgracias de
sentarse en el trasero del bus y tomar comida en secciones restringidas de los
restaurantes. Como Jesús, el Señor Griffin se hizo extranjero para que los negros
pudieran realizar los derechos de ciudadanos.
En el evangelio Jesús manda al curado hacer dos cosas. Para que la gente no
conozca a Jesús meramente como un hacedor de maravillas, le dice que no cuentes
a nadie cómo se curó. Entonces le ordena a al sacerdote para dar el ofrecimiento
prescrito por Moisés. También para nosotros Jesús tiene dos órdenes pero se
difieren en parte de aquellos en el pasaje. Siempre deberíamos acudir al sacerdote
para cumplir nuestros deberes a Dios. Pero en lugar de guardar el modo de nuestra
salvación cómo secreto, hemos de hablar de Jesús con todos. Ya el mundo sabe, al
menos un poquito, de la historia de Jesucristo: cómo se entregó a sí mismo a la
muerte para que la humanidad tenga la vida eterna. No hay mucho peligro que sea
malentendido este mensaje. Pero sí hay gran posibilidad que la gente no lo crea por
falta del testimonio hoy día.
¿Qué quiere decir “dar testimonio” a Jesús? Significa que hablemos con los demás
de nuestra experiencia personal de Jesús. Tal vez sea algo como rezábamos al
Señor para un empleo y dentro de poco se nos ofrecieron dos. O sea que hemos
escuchado una voz clara llamándonos a envolvernos en el ministerio eclesial. Un
programa televisión acerca de la policía en Nueva York llamada “La ciudad
desnuda” terminó cada episodio con la misma frase. Dijo el locutor: “Hay ocho
millones historias en la ciudad desnuda. Ésta ha sido una de ellas”. Del mismo
modo podemos decir: “Hay dos mil millones de historias acerca de Cristo en el
mundo. La mía es una de ellas”.
Padre Carmelo Mele, O.P.