IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Hoy y siempre escucharéis su voz; ¡no endurezcáis vuestro corazón!"
Dt 18,15-20: "Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca"
Sal 94,1-2.6-7.8-9: "¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor; no
endurezcáis vuestro corazón!"
1 Co 7,32-35: "El célibe se preocupa de los asuntos del Señor"
Mc 1,21-28: "Enseñaba con autoridad"
Los profetas tendrán un doble papel: por una parte deberán luchar contra las
prácticas de magia y adivinación; por otra, hablarán en nombre del Señor, que,
como en el caso de Moisés, será quien llama y designa.
Los que se admiraban de la "autoridad" con la que Jesús hablaba, querían expresar
en ese término muchas cualidades nuevas que habían observado en Él: libertad de
espíritu frente a mentalidades intransigentes y cortas; perspectivas nuevas para
todos los hombres, lejos de cualquier espíritu restrictivo; oferta de salvación
sencilla y sin discriminación, todo ello le otorgaba un ascendiente sobre todos los
que le oían que hacía atrayente su figura y apasionante su mensaje.
Es frecuente la palabrería permanentemente escuchada y a la vez no creída. No
porque quien habla no merezca credibilidad, sino porque solemos encasillarlos en
una "clase" desprestigiada y les hacemos partícipes del mismo descrédito. Es
injusto, pero corriente. Enseñar, decir hoy con "autoridad" significa exactamente lo
mismo que en tiempos de Jesucristo: hablar respaldado por un prestigio personal
intachable.
— "De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). "Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la
Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra
palabra más que ésta" (65).
— "En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza,
porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es
realmente: la Palabra de Dios" (104; cf. 101).
— "La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo
tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha
revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha
revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno
confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice" (150).
— "No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu
Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir:
`Jesús es Señor' sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor 12,3). «El Espíritu
todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios,
sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente.
Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios" (152).
— "Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no
tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo
que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al
Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer
alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no
poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad"
(San Juan de la Cruz, Carm. 2, 22) (65).
La autoridad como poder se impone; la autoridad como servicio atrae. Y Jesús vino
no a ser servido sino a servir.
Con permiso de Almudi.org