“Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro”
Mc 7:14-23
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL CORAZÓN DEL HOMBRE
Vivir y comer son, desde el punto de vista antropológico, dos realidades muy próximas. Lo
mismo podemos decir del «conocer»: el hombre tiene hambre de alimento, así como hambre o
sed de conocimiento. Ahora bien, debe ponerse un límite a este deseo omnívoro de
conocimiento -nos enseña la primera lectura- para que no sea autodestructivo. Si probamos
ahora a proyectar la enseñanza de Jesús sobre el texto del Génesis, hallaremos unos
resultados muy sugestivos. El problema, en efecto, es éste: ¿cómo ponernos ese límite? La
solución más obvia consiste en la autolimitación del alimento, en prohibirnos comer ciertos
alimentos. Jesús nos ofrece una solución diferente, que consiste en limitar nuestra propia
hambre, nuestros propios deseos excesivos, desmandados. No son los alimentos los impuros,
aunque cierta ascesis en los alimentos pueda ayudarnos, desde el punto de vista pedagógico,
a moderar nuestros deseos; la fuente de estos deseos desmandados es el corazón humano.
Por otra parte, hablar de poner límites al conocimiento sigue sonando hoy a algo anacrónico y
se presenta como un residuo oscurantista que es preciso liquidar con una sonrisa irónica de
compasión. El dilema para la conciencia se vuelve aquí lancinante: tras haber sido llamado a
custodiar el huerto de la existencia, ¿me abstendré de la tensión a la investigación y al
progreso o me arriesgaré a contaminarlo con mis presuntuosos deseos de autosuficiencia y de
dominio? El corazón del hombre, mi corazón, se revela una vez más como el lugar de la
verdad, como el espacio donde el conocimiento que adquiero se convierte en causa de bien y
de vida o, al contrario, de mal y de muerte.
ORACION
Señor Jesús, danos tu hambre; no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra
de Dios.
Tú nos has dicho: «Todos los alimentos son puros si es puro nuestro corazón».
El árbol prohibido no está allí afuera, en el huerto, está plantado dentro de cada uno de
nosotros.
Y nuestro corazón ya es el paraíso si escuchamos tu voz ligera.
Señor Jesús, danos tu hambre, hambre de hacer la voluntad del Padre.