“Oyó hablar de El y fue a postrarse a sus pies”
Mc 7:24-30.
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA MUJER SIROFENICIA ROMPE LA SOLEDAD DE JESÚS
Jesús no habla, con desprecio, de «perros», sino de «perrillos», diminutivo cariñoso que
expresa afecto, simpatía. Jesús conserva la distinción histórico-salvífica entre judíos y gentiles,
pero al mismo tiempo la atenúa, porque sabe que está destinada a ser trascendida por la
realidad definitiva del Reino de Dios. La mujer sirofenicia, con una gran intuición de lo que hay
en el corazón de Jesús, de lo que piensa por dentro tiene el valor de ofrecerle resistencia, de
contradecirle: reconoce que los perrillos no tienen el mismo derecho que los hijos a sentarse a
la mesa. Pero está dispuesta a contentarse con las migajas que caen debajo de la mesa.
Acepta la discriminación, pero está convencida de que, en la mesa del Reino, una sola migaja
es más que suficiente. Y con estas palabras vence al corazón de Jesús, le obliga a atenuar su
rigor inicial: la mujer sirofenicia rompe la soledad de Jesús -su alimentar pensamientos tan
profundos que difícilmente encuentran comprensión en los otros- y hace posible el milagro.
ORACION
Sí, Señor, somos pecadores, no somos dignos de ser llamados hijos tuyos. Trátanos también
como perrillos que mueven el rabo bajo la mesa, pero no nos expulses de la sala del banquete.
El último sitio es bueno para nosotros, lo aceptamos con gratitud. ¿Qué otra cosa necesitamos
sino un sorbo, una migaja? Señor, en la mesa del Reino una sola migaja nos puede bastar.