DOMINGO 6º T.O. (B)
Lecturas: Lev 13,1-2. 44-46; S.31; 1Cor 10,31-11,1; Mc 1,40-
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Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano s.j.
Si quieres, Señor, ayúdame,
aunque no lo haga tan bien
El texto de esta perícopa tiene una diferencia
importante en los diversos manuscritos. En unos está como
hemos leído; en otros en lugar del “sintiendo compasin”,
atribuido a Jesús al decirle el leproso “si quieres, puedes
limpiarme”, se dice que Jesús tuvo una reaccin negativa de
rechazo, que puede traducirse como “movido a ira” o
“claramente molesto” . Yo he elegido esta lectura; tiene
dificultades, pero me parece más de acuerdo con el
“severamente” de la advertencia final, tras la curacin: “lo
despidió encargándole severamente ”. Además la aprovecho
para completar la enseñanza del domingo pasado sobre la
oración, que es un tema muy importante en la vida
cristiana.
Hoy voy a tratar de la eficacia de la oración aun en el
caso de estar mal hecha por hacerse con una fe deficiente,
insegura. La lectura es, por ejemplo, la de San Efrén, un
Santo Padre sirio del siglo IV.
Recuerden que en la Sagrada Escritura bajo el
término “lepra” se comprenden muchas enfermedades de la
piel. La lepra verdadera ha sido incurable hasta hace bien
pocos años. En los tiempos bíblicos, como hemos escuchado
en la primera lectura, dado que la verdadera lepra no se
curaba y se contagiaba, los enfermos eran rigurosamente
separados de todo contacto social. Venía a ser una muerte
en vida. El que se curaba (no había sido de la lepra sino de
otro mal de la piel) debía presentarse a un sacerdote para
que lo atestiguara y pudiera así reintegrarse a la vida social
tras ofrecer un sacrificio a Dios; la primera lectura también
lo aclara.
El enfermo, pese a la prohibición legal, se acercó a
Jesús y le pidi “de rodillas”: “Si quieres, puedes
limpiarme”. “Si quieres, puedes”; puede sonar a expresin
respetuosa, pero puede también manifestar duda,
vacilación, ausencia de plena seguridad en la fe. A
continuación viene el término que en unas copias del texto
es “sintiendo compasin” (Jesús) y en otras es “sintiendo
ira”, como yo he elegido.
“Si quieres”. Aquel hombre no confiaba plenamente
en Jesús. Tal vez la enfermedad le había llevado a un grado
de abatimiento que consideraba justo y normal su propio
desprecio social. Además tal vez su conciencia estaba
intranquila, lo que aumentaba su grado de desconfianza,
pues estaba violando la ley que le obligaba a no acercarse a
nadie y aun a advertir con gritos su presencia a los
distraídos.
Los tres evangelios sinópticos nos narran otro hecho
parecido. Regresando del monte Tabor, Jesús se encuentra
con un grupo en el que un hombre se lamenta de que los
discípulos no han podido curar a su hijo. La primera
reaccin de Jesús es de reprensin: “¡Oh generacin
incrédula!, ¿hasta cuándo estaré con ustedes?, ¿hasta
cuándo los tendré que aguantar?” (Mc 9,29). El padre
insisti con una frmula parecida a la del leproso: “Si tú
puedes algo, compadécete de nosotros y ayúdanos. Y Jesús
les dijo: «¡Si tú puedes! Todo es posible al que cree». Al
punto el padre gritó: Creo, ayuda a mi falta de fe”. Y Jesús
curó al muchacho. Más tarde los discípulos preguntan por
qué ellos no pudieron curarlo. A lo que Jesús contesta que
por su falta de fe (v. Mc. 9,14-29; y =). Un grado
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imperfecto de fe impedía la eficacia de la oración; sin
embargo Jesús superó esa imperfección de fe, que en
principio le molestó seriamente, se compadeció y curó.
En el Antiguo Testamento se nos narra otro hecho de
falta de fe que hirió muy profundamente el corazón de Dios.
Tuvo lugar en el desierto cuando faltó agua para todos,
hombres y animales. La protesta fue enorme. Moisés y
Aarón, su hermano, fueron a Dios con el problema. Dios
mandó a Moisés que golpeara una roca con su vara. Moisés
lo hizo, pero dudó. Y Dios lo castigó: él no entraría en la
tierra prometida; la vería desde lejos y moriría; y así fue. El
recuerdo del hecho aparece repetidamente en la Escritura.
No se le olvidó aquella desconfianza de Moisés y de su
pueblo. Sin embargo su misericordia fue mayor que su
indignación y les dio el agua que necesitaban (v. Num 20.1-
13).
Recuerdo el caso de un convertido que quería creer y
no podía (no olviden que la fe es una gracia gratuita). Por
consejo de otra persona empez a orar así: “Seor, si
existes, haz que yo crea”. Y la fe le fue dada.
Por el hecho de que nuestra oración (y en general
cualquier acto de virtud) no puedan tener la calidad y la
pureza que quisiéramos, no dejemos de hacerlas. No
dejarán de mover el corazón de Dios, pues sobre todo Él es
misericordioso y su misericordia llena la tierra (v. S. 136 ).
La misma imperfección de esas nuestras obras, pese
al esfuerzo de eficacia siempre limitada por la presencia de
la concupiscencia, nos puede servir para crecer en el
Espíritu. La conciencia de nuestros defectos y obstáculos
naturales a la gracia es eficacísima para profundizar en la
humildad y sabemos que la humildad cuanto más profunda
sea tanto más hará subir hacia Dios el árbol de la santidad.
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El niño y cualquiera que comienza a aprender algo lo
hacen al principio muy imperfectamente. Poco a poco van
aprendiendo. En la calidad de la oración y de cualquier
virtud ocurre algo semejante. No hay que dejar de
practicarlas por ello. Incluso María fue progresando. Con su
protección renovemos nosotros continuamente el esfuerzo
por orar y hacer las cosas mejor. Esta actitud es uno de los
frutos más importantes de la eucaristía dominical.
Nota.- Otros temas:
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