VI Domingo del Tiempo Ordinario B
Lv.13, 1-2.45-46; Sal. 31; 1Cor.10, 31-11,1; Mc.1, 40-45
Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: "Si quieres,
puedes limpiarme." Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo:
"Quiero; queda limpio." Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le
despidió al instante prohibiéndole severamente: "Mira, no digas nada a nadie, sino
vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió
Moisés para que les sirva de testimonio." Pero él, así que se fue, se puso a
pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús
presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en
lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes
Comenzamos la reflexión de la presente semana manifestando que tanto la primera
lectura como el evangelio hablan de una enfermedad: la lepra, que en el contexto
de la Sagrada Escritura tiene un sentido profundamente existencial-vivencial, que
determinaba el destino de la persona que la padecía. Inmediatamente tenemos que
observar, que los evangelistas o los escritores sagrados cuando señalan o destacan
alguna situación o describen una realidad, significa que a la Luz de Cristo, se
desvela una verdad que se nos revela. Esta enfermedad, en nuestros días, con el
avance de la ciencia médica, no tiene el significado cruel de aquella época, pero
debemos hacer una relectura de la misma a la Luz del Nuevo Testamento, o sea,
desde la persona de Cristo.
Tenemos que decir, que la lepra en el Antiguo Testamento, significaba la impureza,
y que quien padecía de esa enfermedad era un impuro; por lo tanto no podía
permanecer como miembro del pueblo o el clan, en consecuencia era expulsado de
la sociedad, de la vida comunitaria; el Libro del Levítico habla de todo el ritual del
leproso y del impuro. De manera semejante, hoy el hombre contemporáneo,
padece de un mal, del cual con todo el avance de la ciencia no puede curarse, que
es como una lepra social, que al hombre lo va consumiendo lentamente. Dice Cristo
en el evangelio de Marcos, capítulos más adelante: "...no es lo de fuera lo que
contamina al hombre sino aquello que hay en su corazón..."; ante esta realidad
profunda el hombre poco puede hacer por sí mismo, ni usando los avances de la
ciencia. Al respecto nos dice Orígenes: "Consideremos ahora nosotros, que no
haya en nuestra alma la lepra de ningún pecado; que no retengamos en nuestro
corazón ninguna contaminación de culpa, y si la tuviéramos, al instante adoremos
al Señor y digámosle: "Señor, si quieres puedes limpiarme"." (Orígenes, Homilías
sobre el Ev. de Mateo, 2, 2-3)
La Buena Nueva que anuncia Jesucristo viene a curar o sanar de raíz a todos
quienes viven sufriendo por la enfermedad, no sólo del cuerpo sino también del
alma. Al respecto nuestro Papa Benedicto XVI nos dice: Este pasaje evangélico
nos invita a una reflexión doble. Ante todo, hace pensar en dos niveles de curación:
uno más superficial, afecta al cuerpo; el otro, más profundo, a lo íntimo de la
persona, lo que la Biblia llama el «corazón», y de ahí se irradia a toda la existencia.
La curación completa y radical es la «salvación». El mismo lenguaje común, al
distinguir entre «salud» y «salvación», nos ayuda a comprender que la salvación es
mucho más que la salud: es, de hecho, una vida nueva, plena, definitiva
(Benedicto XVI, Ángelus, 15 de octubre de 2007).
Dice Juan Crisóstomo, haciendo referencia al leproso del evangelio:"...luego de
escucharle predicar se le acercó y le pidió si quería que lo curase... (Hom. 25, 1-
2.).."; San Pablo en otra de sus cartas dice:"...la fe viene de la predicación...", este
dato nos ayuda a decir que el leproso no se acerca a Jesús solo para ser curado de
su lepra, sí es verdad que se acerca para que lo cure, pero sobre todo porque ha
comprendido que Cristo tiene un Señorío, que tiene una autoridad, que Cristo
puede trasformar su vida, por eso se abandona totalmente a la voluntad de Él y
dice: "si quieres". Jesucristo no se queda en el simple decir, sino que además toca
al leproso, dejando así al margen las disposiciones que imponía la ley en ese tiempo
con respecto al trato con los leprosos, en tal sentido nuevamente el Señor pone de
manifiesto que la vida del creyente no puede estar cerrada a la ley, con su actitud
Jesucristo nos trae el mensaje de amor y servicio al prójimo, que supera cualquier
ley impuesta por la mentalidad de los hombres. Por eso San Juan Crisóstomo dice:
"¿Por qué en efecto a la vez que limpia al leproso con su solo querer y palabra,
añade también el contacto de su mano? A mi parecer, no por otra causa sino
porque quiso mostrar también aquí que Él no estaba bajo la ley, sino por encima de
la ley, y que en adelante, "para el limpio todo había de ser limpio"El Seor da a
entender que Él no cura como siervo, sino como Señor, y no tiene inconveniente en
tocar al leproso" (San Juan Crisstomo, Homilías sobre el evangelio de Mateo,
25,2).
Este episodio del leproso, lo podemos concatenar con el episodio de la hemorroisa,
que luego de haberlo escuchado se dijo para sí:"...si llego a tocar por lo menos el
filo de su manto me curaré...". El hecho que Jesús después de la curación haga
hincapié al leproso curado de que no se lo diga a nadie; está significando que Jesús
no quiere ser mal comprendido por la masa de gente que lo buscaba, para ser
curados. De esta manera tenemos que decir que el hombre, por su libertad mal
utilizada, ha entrado en situaciones que lo incapacitan a obrar teniendo en cuenta
el bien del otro.
Como nos dice la doctrina de la Iglesia el hombre en Cristo es un Don para el otro,
como lo es Cristo para nosotros. La respuesta de Cristo:"...quiero,..."; expresa la
condescendencia y misericordia del Dios-con-Nosotros, no hay realidad alguna por
la que Dios se aleje de nosotros; podríamos decir, que por eso es que se acerca a
nosotros, pues Dios no rechaza ni niega la obra de sus manos; hay una expresión
en el profeta Oseas que dice: "...aunque una madre se olvidase de su hijo yo nunca
me olvidaré de ti...".
San Pablo, en la segunda lectura, exhorta a realizar todo para gloria de Dios, y en
consecuencia la vida del creyente es anuncio de la gloria de Dios, porque es la
Gracia del Don recibido, que nos lleva a dar Gracias y a realizar todo en el Nombre
de Aquel que es la fuente y la roca de nuestra vida. Por eso, no nos quedemos sólo
en los signos exteriores, que nos hablan del Amor de Dios para con nosotros, sino
veamos que esos signos nos garantizan que Cristo es el Hijo del Padre de la
Misericordia, y como dice el salmista: "...quien se apoya en mí no quedará nunca
desamparado ni desilusionado".
En nuestros días la sociedad en muchos niveles está llena de impureza, digamos
como San Pablo: "hay de mí si no anunciase el evangelio", solo la Palabra de
Dios cambia el corazón del hombre y hace se él una nueva creación.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar