VI Semana del Tiempo Ordinario. (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
SABADO
a.- Heb. 11,1-7: Por la fe sabemos que la palabra de Dios configuró el
universo.
b.- Mc. 9, 2-13: Se transfiguró delante de ellos o el sentido de la cruz.
Este relato de la trasfiguración quiere demostrar que las exigencias del Reino de
Dios, llenan al hombre de gozo y plenitud. La transfiguración se encuentra entre el
primer y el segundo anuncio de la pasión y resurrección de Jesús. Es la voz del
Padre, quien da sentido a todo el texto (v.7). El grupo de los discípulos se reduce a
tres: Pedro, Santiago y Juan, que serán testigos de este acontecimiento glorioso,
los mismos que luego experimentarán en el huerto de los Olivos, la versión
dolorosa de este misterio. En la montaña, lejos de las gentes, lugar del encuentro
de Dios y del hombre, como Moisés que ahí recibe los diez mandamientos (cfr. Ex.
19,20). En el hecho de la transfiguración está el germen de la Pascua. Con ellos
Jesús quiere hacerles comprender el misterio de la Cruz que les acaba de anunciar,
confirmar su autoridad por la voz del Padre, que les manda escuchar a su Hijo. Sólo
a ÉL hay que escuchar, porque es constituido en único Maestro para ellos. La
transfiguración a sus ojos es el esplendor del misterio de la cruz. Seguirlo a la
gloria pasa necesariamente por la cruz, de ahí la importancia que da el evangelista
a los signos de la trascendencia: la luz, la blancura de sus vestiduras, la nube, la
voz del Padre. Al anuncio de la humillación y el anonadamiento, la resurrección
querida por el Padre, convierte la transfiguración en gozoso anuncio de su glorioso
triunfo sobre la muerte.
La presencia de Elías y Moisés, dotados de gran autoridad ante Dios y como la ley
judía exigía que se comprobara un hecho mediante el testimonio de dos testigos,
esta es la primera razón que justifica su presencia en este hecho (cfr. Dt. 19,15)
Son los máximos representantes del AT., la ley y los profetas, precursores y
testigos de la antigua alianza. Se esperaba el retorno de ambos en el ambiente
judío (cfr. Dt.18,15; Mal.3,23). Testifican que han llegado los tiempos del Mesías.
Ambos hablan con Jesús, como Moisés que hablaba con Yahvé, y Elías que se
consumía de celo por el Dios de los ejércitos. Ahora Yahvé se manifiesta en Jesús,
por eso que mientras los tres conversan, el Padre se dirige a los discípulos, con lo
que se quiere dar a entender, que desde ahora el AT., ya no les hablará sino a
través de Jesús. Las palabras de Pedro, pretenden detener el tiempo, olvida el
sentido de la cruz, el esfuerzo personal por la transformación del mundo. Quiere un
mesianismo sin participación del hombre, sin compromiso, sin problemas; quiere
eternizar la luz a costa de las sombras de la historia humana. Su intervención hace
pensar en generosidad para los otros, pero en realidad piensa sólo en sí mismo. La
transfiguración es un hecho divino y sólo el Padre da la clave para leerlo: escuchar
al Hijo. Sólo después de escucharle, se puede dar una respuesta a Dios. Envueltos
en la nube entran en la manifestación de su gloria y de su presencia, toda una
disposición para escuchar la voz divina, que como en el bautismo, proclama a Jesús
su Hijo amado, pero que ahora añade: Escuchadle (v.7; Mc.1,11). Jesús es el
profeta a quien todos deben ahora escuchar (cfr. Dt.18, 15). El mandato del Padre
revela que la ley y las profecías hablaban de su Hijo, el AT, llevaba en sus entrañas
al Hijo, que es su Palabra, hacia la que están orientadas, todas las palabras dichas
antes por Yahvé y los profetas. El Padre se complace en su Hijo, lo que habla de su
estrecha relación, como Hijo único, el Amado por excelencia (cfr. Sal. 2, 7; Is.
42,1). Finalmente, todo desaparece y queda Jesús sólo, lo único importante, lo que
cuenta, entra en la vía del dolor y del sacrificio. Sólo de Él viene la salvación para
sus discípulos y todos los hombres, como proclamará más tarde Pedro ante el
Sanedrín (cfr. Hch. 4,12). La experiencia de la montaña les habló a ellos y a
nosotros a las claras de quien es Jesús, como camino para alcanzar la gloria,
pasando por el Calvario, y de cómo la transfiguración es germen de resurrección.
Sólo después de las apariciones pascuales, y que sean enviados, los discípulos
hablarán de la transfiguración del Señor Jesús.
Santa Teresa de Jesús, gozó de privilegiadas muestras del amor divino en las
visiones que recibió donde al ver a Cristo glorioso en su Humanidad, confirmaba
que el misterio de la Pasión lleva a la gloria de la resurrección. Nunca la Humanidad
de Cristo puede ser impedimento para alcanzar las más altas cumbres de la mística
cristiana. Siempre Cristo será camino hacia Dios. “Diré, pues, lo que he visto por
experiencia. El cómo el Señor lo hace, vuestra merced lo dirá mejor y declarará
todo lo que fuere oscuro y yo no supiere decir. Bien me parecía en algunas cosas
que era imagen lo que veía, mas por otras muchas no, sino que era el mismo
Cristo, conforme a la claridad con que era servido mostrárseme. Unas veces era tan
en confuso, que me parecía imagen, no como los dibujos de acá por muy perfectos
que sean, que hartos he visto buenos. Es disparate que tiene semejanza lo uno con
lo otro en ninguna manera, no más ni menos que la tiene una persona viva a su
retrato, que por bien que esté sacado no puede ser tan al natural; que, en fin, se
ve es cosa muerta. Mas dejemos esto que aquí viene bien y muy al pie de la letra.
No digo que es comparación, que nunca son tan cabales, sino verdad; que hay la
diferencia que de lo vivo a lo pintado, ni más ni menos. Porque si es imagen, es
imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y
Dios. No como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y
viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar, sino que es
el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está
allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece
toda deshecha el alma; se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar
a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de
los cielos, y de otros mil mundos, y sin cuento mundos y cielos que Vos criaseis,
entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada, para
ser Vos Señor de ello.” (Vida 28, 7-8).