Comentario al evangelio del Miércoles 22 de Febrero del 2012
Hola, amigos y amigas:
Hoy interrumpimos el tiempo ordinario para comenzar el tiempo de cuaresma, que es un itinerario de
preparación para vivir la alegría pascual. Si no queremos llegar a la semana santa simplemente
contentándonos con participar de unas celebraciones folklóricas y emotivas, necesitamos tomarnos en
serio este tiempo de cuaresma y así poner toda nuestra vida en clave pascual.
Empezamos la cuaresma con la imposición de la ceniza. Es un gesto litúrgico impactante. Se nos
coloca la ceniza en la frente y se nos dice al oído que no olvidemos nuestra condición de polvo. En
medio de una sociedad que busca ocultar a toda costa la dimensión mortal del ser humano, qué bueno
recordar el carácter ineludible de la muerte y la necesidad de pasar por ella para alcanzar la gloria. Qué
bueno recordar que somos seres humanos frágiles, que muchas veces vivimos a ras del suelo atrapados
en medio del egocentrismo y demás esclavitudes. Por eso, al recibir las cenizas, también se nos dirá al
oído: “conviértete y cree en el evangelio”.
Muchas veces la cuaresma es vivida como un tiempo para realizar prácticas penitenciales a las que ya
nos hemos acostumbrado y que, aunque suponen un pequeño o gran esfuerzo de la voluntad, no
necesariamente significan una verdadera reorientación del corazón. Muchos ya saben que estas
semanas dejarán de fumar, intentarán renegar menos, darán un poco más de limosna, leerán un libro
espiritual, etc. La conversión cristiana no consiste en hacer cosas “religiosas”, que al final, a veces, son
realizadas bajo el deseo de ser reconocidos o de tranquilizar nuestras conciencias o de comprar el
perdón de Dios. Para vivir una auténtica conversión, a la luz del evangelio de hoy, es necesario entrar
en lo más profundo de nosotros mismos, en lo secreto de nuestra habitación, donde nos encontramos
con nuestra verdad y con el amor incondicional del Padre, donde resuena la buena nueva del Evangelio
de Jesús y donde descubrimos con nuestro pecado y la necesidad de cambiar y crecer. Sólo cuando nos
atrevemos a superar la superficialidad, entramos en la profundidad de la conversión.
Como Jesús, nos sumergimos durante cuarenta días en el desierto cuaresmal para escuchar la Palabra
del Padre, reconocer cuáles son nuestras tentaciones y tomar las decisiones necesarias que nos liberen
de las ataduras del egoísmo y nos lleven a tener el corazón centrado en Dios y en el amor a nuestros
hermanos. Sólo desde esta perspectiva tiene sentido la práctica de la oración, el ayuno y la limosna;
entonces, se vuelven expresiones de una búsqueda más profunda y de un esfuerzo agradecido y
amoroso por seguir el camino pascual de Jesús. ¡Que tengamos un buen tiempo de cuaresma!
Un saludo fraterno
Carlos Sánchez Miranda, cmf.
Carlos Sánchez Miranda, cmf.