Jesús, suspirando profundamente”
Mc 8:10-13
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ES JESÚS MISMO LA SEÑAL DADA A LOS HOMBRES PARA QUE CREAN.
Cualquier tipo de prueba o de dificultad pone en juego nuestra fe, manifestando de una manera
evidente de quién nos fiamos de verdad: de Dios o de nosotros mismos. Para considerar la
prueba como perfecta alegría se requiere la sabiduría, la sabiduría que viene de Dios, la
sabiduría de la cruz, que es necedad para el mundo. De ahí que sólo podamos y debamos
pedirla a Dios -a él, “que da a todos generosamente y sin echarlo en cara”- y pedirla con la
seguridad de que nos será concedida. Con una seguridad basada en la fe, la fe que no vacila,
la fe que se manifiesta en las obras. La sabiduría nos es concedida para que podamos ver en
las pruebas la mano paterna de Dios –“Dios os trata como a hijos y os hace soportar todo esto
para que aprendáis. Pues ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?” (Heb 12,7)- y para que
pasemos nuestra vida cotidiana, con sus opciones y valoraciones, a través de este filtro. Quien
busca la sabiduría, en el Antiguo Testamento, lo hace por lo general bajo el nombre de
Salomón, pero “aquí hay uno que es más importante que Salomón” (Mt 12,42): tenemos a
Jesús, sabiduría encarnada.
A Jesús, que acaba de realizar la multiplicación de los panes, se dirigen en tono polémico los
fariseos para pedirle una señal del cielo: se trata de una petición desenvuelta y, en apariencia,
inocua, pero Jesús ve aquí algo que plantea problemas.
En los fariseos prosigue la incredulidad y la dureza de corazón reprochada por los profetas en
todo el Antiguo Testamento al pueblo de Israel, nunca saciado de señales y de pruebas del
amor de Dios. Es posible que tampoco nosotros andemos muy lejos de esta miopía religiosa,
que pide una señal del cielo: es Jesús mismo la señal dada a los hombres para que crean.
ORACION
Señor, reconozco que ante las pruebas, aunque no sean grandes ni requieran un particular
“heroísmo”, mi fe se muestra como una llama temblorosa que amenaza con apagarse a cada
ráfaga de viento; con todo, aunque me descubro débil, y eso es algo que no me sorprende,
deseo estar estrechamente unido a ti, como la llama que no se despega de la mecha de la
candela.
No me quites nunca esta conciencia y concédeme la sabiduría para que, en todos los
momentos de mi vida, me acuerde de en quién he puesto mi confianza.