“Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes”
Mc 8:14-21
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
“¿TODAVÍA NO COMPRENDEN NI ENTIENDEN?
En el pasaje de ayer, Santiago nos hacía pedir a Dios la sabiduría, a fin de ver las
pruebas desde su justa perspectiva. El libro de los Proverbios se refiere al valor de la
sabiduría cuando recuerda que «la necedad del hombre tuerce su camino e irrita su
corazón contra el Señor» (19,3). Santiago se muestra categórico: «Nadie puede incitar
a Dios para que haga el mal, y él no incita a nadie a pecar» (1,13). En consecuencia,
nuestra atención debe detenerse en otro punto: el hombre-criatura. En él está presente
la concupiscencia y, si la sigue, se encamina a la muerte. Ahora bien, el hombre
dispone también de la posibilidad real de ser «los primeros frutos entre las criaturas de
Dios» (1,18), engendradas por su voluntad «mediante la Palabra de la verdad».
Ante la «fijación» de los discípulos en una preocupación superficial y material, Jesús no
sólo los amonesta, sino que les hace traer a la memoria por medio de una percuciente
serie de preguntas – “¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente
enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen”- y los lleva a releer la “señal” de la
multiplicación de los panes.
Jesús se muestra provocador en el empleo que hace de la terminología de los antiguos
profetas. De este modo revela también que «la levadura de los fariseos y de Herodes»,
esto es, la falta de disponibilidad para acoger lo que han visto, está presente asimismo
en sus discípulos, que permanecen ligados al «pan» y no llegan a él, «Palabra de la
verdad». En nuestro caso, tampoco nos hará daño traer a la memoria recuerdo de este
tipo, puesto que abriendo los «ojos» y los «oídos» también llegaremos nosotros a
reconocer que «todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces».
ORACION
Piadosísimo Dios mío, te ruego que me libres del embarazo excesivo de las
preocupaciones de esta vida; de que las varias necesidades corporales me hagan
prisionero de los placeres; de que todos los impedimentos del alma quebranten mi
ánimo con sus molestias y llegue a desmayar.
No quiero decir que me libres de esas cosas que la mundanal vanidad ambiciona con
toda su alma. No, Señor, me refiero a esas miserias que al alma de tu siervo molestan y
embarazan, por castigo, por esa maldición común a todos los mortales, para no poseer
la libertad de espíritu siempre que quieren (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, III,
26, Apostolado Mariano, Sevilla, s.f., p. 152).