¿Quién dice la gente que soy Yo?
Mc 8, 27-33:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?........ “Y USTEDES, ¿QUIÉN DICEN
QUE SOY YO?”
Ésta es la pregunta a la que se nos pide, continuamente, que demos una
respuesta en la vida de cada día si queremos ser, de verdad, discípulos de Jesús.
El es nuestro Señor Jesucristo, el Señor de la gloria, como nos sugiere la Carta
de Santiago, pero no podemos contentarnos con invocarlo sólo con los labios.
No basta, en efecto, con decir: “Seor, Seor”. Reconocerle como el soberano
de nuestra vida significa creerle también vivo y presente en los hermanos,
justamente en cada uno de ellos, según el magno realismo que se ha llevado a
cabo en el misterio de la encarnación. En efecto, el Hijo de Dios, el Dominador
del universo por quien todo fue creado, quiso asumir por amor a nosotros el
rostro del Siervo de Yahvé, del Varn de dolores que “no tiene apariencia ni
belleza para atraer nuestras miradas” (Is 53, 2). Y de este modo nos ha
revelado nuestra incomparable grandeza.
También a nosotros, como a Pedro, se nos puede conceder intuir en algunos
momentos de gracia el misterio del Dios vivo en su esplendor, aunque la
comprobación de nuestra fe se lleva a cabo cuando no nos dejamos vencer -
como Pedro- por el escándalo de la cruz. Reconocer al Señor Jesús significa
saber que su camino pasa, de manera inevitable, por el camino de la cruz y que
también nosotros debemos pasar por él, abrazando nuestra cruz.
No hay otro modo de que se abran los ojos de nuestro corazón y, sin dejarnos
desviar por el aspecto exterior, por la riqueza o por la pobreza, por la seguridad
o por la necesidad, veamos en cada hombre el misterio de una presencia, el
esplendor de un rostro, de su rostro.
ORACION
Te rogamos, oh Padre, en el hermoso nombre de Jesús, tu Hijo y Señor de la
gloria, que hagas límpida y fuerte nuestra fe, no contaminada por favoritismos
personales. Abre nuestros ojos para que veamos en cada hombre a un hermano
que Jesús ha rescatado al precio de su sangre. Danos una mirada buena, capaz
de ver en cada rostro los rasgos del tuyo.
Él vino a nosotros humilde y pobre, se hizo por nosotros Siervo de Yahvé y cargó
con nuestros pecados para darnos la alegría de llegar a ser ricos de tu gloria
eterna. Ensancha nuestros corazones para que en ellos sea acogido y amado
cada hombre con ese amor de predilección que sientes por cada uno de
nosotros, haciéndonos hijos en tu amadísimo Hijo.