EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Sábado de la sexta semana del tiempo ordinario
Epístola de Santiago 3,1-10.
Hermanos, que no haya muchos entre ustedes que pretendan ser maestros,
sabiendo que los que enseñamos seremos juzgados más severamente,
porque todos faltamos de muchas maneras. Si alguien no falta con palabras es un
hombre perfecto, porque es capaz de dominar toda su persona.
Cuando ponemos un freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan,
dominamos todo su cuerpo.
Lo mismo sucede con los barcos: por grandes que sean y a pesar de la violencia de
los vientos, mediante un pequeño timón, son dirigidos adonde quiere el piloto.
De la misma manera, la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, puede
jactarse de hacer grandes cosas. Miren cómo una pequeña llama basta para
incendiar un gran bosque.
También la lengua es un fuego: es un mundo de maldad puesto en nuestros
miembros, que contamina todo el cuerpo, y encendida por el mismo infierno, hace
arder todo el ciclo de la vida humana.
Animales salvajes y pájaros, reptiles y peces de toda clase, han sido y son
dominados por el hombre.
Por el contrario, nadie puede dominar la lengua, que es un flagelo siempre activo y
lleno de veneno mortal.
Con ella bendecimos al Señor, nuestro Padre, y con ella maldecimos a los hombres,
hechos a imagen de Dios.
De la misma boca salen la bendición y la maldición. Pero no debe ser así,
hermanos.
Salmo 12(11),2-3.4-5.7-8.
¡Sálvanos, Señor, porque ya no hay gente buena,
ha desaparecido la lealtad entre los hombres!
No hacen más que mentirse unos a otros,
hablan con labios engañosos y doblez de corazón.
Que el Señor elimine los labios engañosos
y las lenguas jactanciosas de los que dicen:
"En la lengua está nuestra fuerza;
nuestros labios no defienden,
¿quién nos dominará?".
Las promesas del Señor son sinceras
como plata purificada en el crisol,
depurada siete veces.
Tú nos protegerás, Señor,
nos preservarás para siempre de esa gente;
Evangelio según San Marcos 9,2-13.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a
un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo
podría blanquearlas.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi
Hijo muy querido, escúchenlo".
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta
que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de
entre los muertos".
Y le hicieron esta pregunta: "¿Por qué dicen los escribas que antes debe venir
Elías?".
Jesús les respondió: "Sí, Elías debe venir antes para restablecer el orden en todo.
Pero, ¿no dice la Escritura que el Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser
despreciado?
Les aseguro que Elías ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, como estaba
escrito".
Comentario del Evangelio por
Pedro el Venerable (1092-1156), abad de Cluny
Sermón 1 para la Transfiguración; PL 189, 959
«¡Qué bien se está aquí!»
«Su rostro resplandecía como el sol» (Mt 17,2)...Revestido de la nube de la
carne, hoy, la luz que ilumina a todo hombre (Jn 1,9) ha resplandecido. Hoy
glorifica esta misma carne, la muestra deificada a los apóstoles para que ellos
mismos la revelen al mundo. Y tú, ciudad dichosa, gozarás eternamente de la
contemplación de este Sol, cuando «descenderás del cielo, enviada por Dios,
arreglada como una novia que se adorna para su esposo» (Ap 21,2). Nunca jamás
este Sol se pondrá para ti; permaneciendo él mismo eternamente, lucirá una
mañana eterna. Este Sol nunca jamás se verá velado por ninguna nube, sino que
brillará sin cesar, y te alegrará con una luz sin ocaso. Este Sol nunca más
deslumbrará tus ojos sino que te dará la fuerza para mirarlo y te dejará encantada
por su esplendor divino... «No habrá más muerte, ni luto, ni gemidos, ni penas»
(Ap 21,4) que puedan ensombrecer el resplandor que Dios te ha dado porque,
como dice Juan: «El mundo ha pasado».
Este es el Sol del que habla el profeta: «Nunca más tendrás necesidad del sol
para alumbrarte ni de la luna para iluminarte, porque el Señor tu Dios será tu luz
para siempre» (Is 60,19). Esta es la luz eterna que brilla para ti en el rostro del
Señor. Oyes la voz del Señor, contemplas su rostro resplandeciente, y llegas a ser
como el sol. Porque es en su rostro que se reconoce a alguien, y reconocerle, es
como ser iluminado por él. Aquí abajo lo crees en la fe; allí le reconocerás. Aquí lo
captas por la inteligencia; allí serás captado por ella. Aquí ves «como en un
espejo»; allí le verás «cara a cara» (1C 13,12)... Entonces se cumplirá este deseo
del profeta: «Que haga brillar su rostro sobre nosotros» (Sl 66, 2)... Te gozarás sin
fin en esta luz; con esta luz caminarás sin cansarte. En esta luz verás la luz eterna.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”