DOMINGO 7º ORDINARIO (B)
Lecturas: Is 43,18-19.21-22.24-25; S.40;2Cor 1,18-
22;Mc 2,1-12
Homilía por el P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
“Contigo hablo. Levántate”
Es éste uno de los milagros de Jesús narrado con
mayor abundancia de detalles. Los tres evangelios
sinópticos lo hacen con detenimiento y destacan la
desafiante actitud de Jesús, prueba al mismo tiempo de su
divinidad y sus poderes para perdonar los pecados y sanar
milagrosamente. La muerte, que no estaba en los primeros
planes de Dios sobre el hombre, dice San Pablo que entró
en el mundo por el pecado de Adán (Ro 5,12). Con la
muerte la enfermedad, que la precede y causa con
frecuencia, era considerada en el mundo antiguo y entre los
judíos como fruto de la entrada en el mundo del pecado. A
veces se la tenía como castigo por algún pecado grave
personal, lo cual es claramente rechazado por Jesús (v. Jn
9,3). Los evangelios se refieren a las curaciones que obra
Jesús junto a las liberaciones del Demonio, como parte de
la misma lucha contra el poder del Demonio en el mundo
(Mt 8,16;10,8; Mc 16,17-18). En el caso de la curación de
una mujer jorobada desde hacía 18 años expresamente dice
Jesús que la había liberado del poder de Satanás (Lc
13,16). Isaías profetiza que en el reino mesiánico, es decir
con el triunfo total de Cristo en el Reino de los Cielos ya no
habrá enfermos (Is 35,5-6). Los evangelios unen el poder
de los milagros, dado a los discípulos, con el de expulsar a
los demonios (Mt 10,8; Mc 16,17-18). En este evangelio
Jesús demuestra a sus enemigos y a la gente que le
escucha que tiene el doble poder de curar y de perdonar.
Recordemos que objetivo claro del evangelio de San
Marcos es presentar a Jesús como Dios, el Hijo natural de
Dios hecho hombre. Dos cosas señala Marcos como propias
de Dios: conoce el interior de los pensamientos del hombre,
en este caso de los escribas, lo que para los judíos era
exclusivo de Dios; y cura meramente con su palabra al
paralítico. Ambas cosas, que los escribas pueden constatar,
demuestran que posee también el poder de Dios para
perdonar los pecados.
El enfermo es un paralítico. Es un buen signo del
pecador, que no puede hacer por sí solo nada para salir de
su pecado. Tal vez su enfermedad era fruto de sus pecados.
Las palabras de Jesús muestran que aquel hombre era
pecador además de enfermo. Y es peor el pecado que la
enfermedad. Jesús, que ha venido a salvar a los hombres
de sus pecados, empieza por librarle de sus pecados.
Esta semana, el miércoles, que es el de Ceniza,
vamos a entrar en la Cuaresma. Es período de oración y
penitencia por nuestros pecados; es tiempo de la más
abundante misericordia de Dios. Pueden ser pecados graves
y tal vez de larga data; pueden ser defectos que no se
traducen normalmente en faltas graves, pero que están ahí
produciendo pecados veniales que deterioran seriamente el
brillo de la vida de fe y paralizan nuestro crecimiento:
nuestra oración escasa y pobre, nuestras relaciones en el
seno de la familia, en el trabajo, en el empleo del tiempo, el
testimonio de fe que doy, el poco fervor en la caridad, en el
espíritu de sacrificio, en la aceptación de las cruces que
Dios envía. Hemos hablado de esto más de una vez.
Debemos cuidar siempre de que nuestra vida cristiana en
cuanto tal la vivamos con espíritu deportivo, es decir con
empeño de hacerla cada vez con más perfección, sin miedo
a aceptar los sacrificios y renuncias que pide, con alegría,
con la fe, la esperanza y la caridad de quien va impulsado
por la fuerza del Espíritu, siempre en su compañía y atento
a su acción tantas veces manifiesta. Porque también es
parte de la fe el caer en la cuenta de la acción de Dios en
los demás. Los tres evangelios subrayan que Jesús fue
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movido al milagro no sólo por la fe del enfermo sino
también por la de los que le llevaban en la camilla.
El sacramento de la penitencia, que, como lo hace el
Catecismo, puede llamarse también de la reconciliación, de
conversión, de la confesión, del perdón, de la reconciliación,
es don de extraordinaria calidad e importancia. Instituido
por Cristo, sólo los católicos y los cristianos ortodoxos lo
conservamos. Porque no lo ha inventado la Iglesia. Nos lo
ha dado la Iglesia el mismo día de su resurrección: “Reciban
el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les serán
perdonados” (Jn 20,22-23). La Iglesia sabe de modo
infalible que esto es verdad y que tiene el poder de
perdonar cualquier pecado, sea cual sea su maldad, a todo
pecador verdaderamente arrepentido. Es algo maravilloso.
El católico sabe con certeza infalible que la Iglesia ha
recibido de Dios el poder de perdonar cualquier pecado, por
grande que sea, al pecador que se ha confesado con dolor y
arrepentimiento, esto es con sincera decisión de poner los
medios necesarios para evitar esos pecados. Esa persona se
ha confesado así y su propia conciencia le atestigua que se
confesó con sinceridad, y que entonces eran verdad su
rechazo del pecado y su decisión de hacer lo que la Iglesia
por medio del sacerdote le dijo ser necesario para evitar
esos pecados en el futuro. En esas condiciones es infalible
que los pecados todos son perdonados. Lo escuchó al
sacerdote con su propio oído. No cabe duda que es algo
fantástico. Los pecados pueden haber sido horrendos. Ya no
tiene que pensar en ellos. Lo que tiene que hacer es poner
los medios para evitar hacerlos otra vez.
Por eso también es claro que la confesión es algo
demasiado importante como hacerlo a la ligera. Hay que
examinarse antes bien para no olvidar manifestar todos los
pecados graves en su clase y número aproximado. Si la
confesión es de mucho tiempo, se debe tener cuidado en
calcularlo de modo al menos aproximado, así como la
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cantidad de pecados. No tiene la misma gravedad el pecado
de haber faltado una o dos veces a misa en un año, que no
haber ido nunca. Hay que concretar las medidas prácticas
del futuro inmediato para evitar recaer en los mismos
pecados: fijar el tiempo o tiempos de oración para invocar
la gracia, evitar meterme en tal ocasión de pecado para mí
fatal, poner tal medio para reavivar mi decisión, etc. El
esfuerzo de hacer activa mi fe tiene que ser parte normal y
muy importante de la vida. Que María interceda y que
Cristo nos lo conceda.
Nota.- Otros temas:
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