DOMINGO SÉPTIMO. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 2, 1-12
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en
casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía
la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo
por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron
un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que
tenían, le dijo al paralítico:
-- Hijo, tus pecados quedan perdonados
Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
-- ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados,
fuera de Dios?
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
-- ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus
pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a
andar?” Pues, para- que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la
tierra para perdonar pecados...
Entonces le dijo al paralítico:
-- Contigo hablo. Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se
quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
-- Nunca hemos visto una cosa igual.
CUENTO: EL MILAGRO DE LA PUERTA ABIERTA
Había una vez un pobre derviche llorando sentado en medio del polvo. Un
ciego oyó sus lamentos y se acercó caminando a tientas.
-¿Qué sucede? – preguntó
- Esperaba que el rico y orgulloso hombre que vive aquí me diese alguna
ayuda – respondió el derviche -. Pero se ha limitado a cerrarme la puerta en
la cara.
- No te aflijas más, -dijo el ciego, extendiendo una mano y tocando al
derviche. Luego, tiró del cuello de su vestido, ayudándole a levantarse -.
Ven a mi casa. Ven y cenaremos. Pasarás allí la noche.
Cuando llegaron a la morada del ciego, éste preparó comida y se la ofreció
al derviche. Después de cenar, el agradecido derviche rezó:
- ¡Que Dios Todopoderoso te conceda la vista!
Por la noche, el ciego sintió que unas lágrimas se deslizaban por sus
mejillas. Y a la maana siguiente abri los ojos….¡y vio el mundo!.
Las noticias del milagro corrieron como la pólvora por toda la ciudad. Hasta
el rico y orgulloso hombre se interesó y envió a buscar al antiguo ciego.
-¡Decidme cómo sucedió! – le rogó -. ¿Quién ha llevado la luz a tu mundo
de tinieblas?
- ¡Oh estúpido tirano! ¡Corazón ciego! –exclamó -. ¿No os acordáis del
derviche que gemía ante vuestra puerta? Si os queda alguna luz en vuestro
negro corazón, besad el polvo que pisa ese hombre. Anoche cerrasteis
vuestra puerta en la cara de derviche. Pues anoche él mismo abrió las
puertas de mis ojos.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
El Evangelio de hoy sigue en la línea escandalizadora de Jesús. Si la semana
pasada era tocando un leproso, este domingo se atreve a hacer algo que
estaba reservado a Dios: perdonar los pecados. ¿Blasfemia, osadía,
valentía, locura?. O quizá certeza de saber cuál es su misión: hacer la obra
de Dios, que es misión liberadora y sanadora de todo pecado, de toda
atadura, de toda opresión. Ojalá los cristianos tuviéramos esta valentía de
luchar de esta manera contra toda opresión.
Pero también quisiera fijarme en cuatro personajes que son muy
interesantes: los que llevaban la camilla del paralítico. A eso se llama
cabezonería, pesadez, insistencia, o simplemente fe. Desde luego no se
arredran ante las dificultades y obstáculos. Saltan por encima de ellos. Y
como no puede introducir al enfermo por la puerta principal, no dudan en
abrir un boquete en el techo, y en el colmo del riesgo, lo introducen por el
tejado. Ante eso, Jesús no puedo sino asombrarse y admirarse de la fe de
aquellos hombres, una fe que es la que sana al enfermo. Maravillosa
imagen para nosotros, cristianos del siglo XXI, que nos encontramos con
tantos obstáculos para anunciar el Evangelio en estos tiempos. Dificultades
que muchas veces nos llevan al desánimo y al abandono en muchas
ocasiones. Y es que en definitiva no tenemos fe, no creemos que Dios siga
actuando en el mundo, que somos nosotros los que debemos ser valientes.
Nuestra fe se tambalea y se difumina. Decimos sí que tenemos fe pero no
es fe de entrega y de confianza absoluta, es una fe cómoda, no arriesgada.
Yo les digo a mis alumnos que eso no es fe, que eso es creencias, que no ha
nacido de un encuentro vivo y transformador con el Señor. Creemos en Dios
pero que no nos pida dejar nuestras seguridades humanas, que nos
tambalee nuestras seguridades, que no nos mueva nuestros status quo.
Con ir a Misa ya tenemos bastante, aunque eso sea sólo un barniz de fe y
no la fe del verdadero creyente que pide y confía a la vez, que se abandona
totalmente en las manos de Dios. Pedimos a Dios pero no creemos de
verdad que Dios podrá realizar lo que le pedimos, porque en definitiva no
creemos que ni siquiera nosotros podamos hacerlo. Lo que les habría
ocurrido a los porteadores de la camilla del paralítico si no hubieran estado
convencidos de que Jesús podía curar al enfermo. O la del aquel ciego del
cuento que abre su corazón y su casa por amor al derviche y ello le produce
el milagro de recuperar la vista, mientras el rico orgulloso sigue en su
ceguera del egoísmo, como les ocurrió a los letrados del evangelio que
fueron incapaces de reconocer en Jesús el dedo y el rostro de un Dios que
perdona y sana, no sólo los pecados, sino también el cuerpo y el corazón.
Renovemos en este domingo la fe y lo hacemos en comunidad. Porque la
oración de la comunidad hecha con fe tiene más fuerza ante Dios. Fue el
esfuerzo colectivo de quienes llevaban la camilla lo que logró el milagro. El
testimonio de la fe no puede ser sólo personal, lo cual es imprescindible. Lo
ideal es que demos testimonio como Iglesia, como comunidad. Más que
nunca es necesario este testimonio de fe que da frutos de obras sanadoras,
liberadoras, que hace levantarse a los paralizados por la enfermedad, por el
miedo o la comodidad. Sólo un testimonio vivo y coherente de los cristianos
podrá llamar la atención a nuestra sociedad que ve morir los valores
fundamentales humanos y que está paralizada y maniatada por tantos
egoísmos, tanta violencia, tanta insolidaridad. Que esta fiesta de Carnaval
nos ayude a quitarnos tantas caretas y disfraces que ocultan nuestro
testimonio y lo que realmente habita en nuestros corazones: el Amor de
Dios. ¡QUE TENGAMOS UNA SEMANA LLENA DE FE, LLENA DE DIOS, LLENA
DE GENEROSIDAD!.