" Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo"
Mc 9, 2-10:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ÉSTE ES MI HIJO MUY QUERIDO, ESCÚCHENLO.
Podemos detectar un elemento común en los dos pasajes que nos propone hoy la
liturgia. En la primera lectura nos pone en guardia Santiago, de una manera casi
chocante para nuestra sensibilidad, contra los peligros de la lengua, de ese pequeño
músculo capaz de provocar enormes daños: un arma mortal y poderosa dispuesta
siempre a difundir su veneno mortífero. También en el evangelio se habla de palabras y
de silencio. El evangelista Marcos comenta la propuesta de Pedro encaminada a
construir tres tiendas, y afirma que “no sabía lo que decía”. Jesús renueva de manera
categórica a sus discípulos el mandato de no decir nada de lo que han visto en el monte
hasta que él no haya resucitado de la muerte. ¿Se trata sólo de una medida de
prudencia ligada a la circunstancia o podemos encontrar en ese mandato alguna
indicación válida para nosotros, hoy? Cuando el Padre hace oír su voz, dice: «Éste es mi
Hijo muy querido, escúchenlo». En esta escucha de Jesús está, para el cristiano, la raíz
tanto del silencio como de la palabra. Sólo si nos mantenemos en la constante escucha
del Verbo, las palabras que nazcan de nuestro corazón serán palabras verdaderas y no
traicionarán el misterio de Jesús. Es muy fácil hacerse maestros en muchos aspectos, y
tal vez nunca ha sido tan fácil como en nuestro tiempo caer en la inflación de sonidos
que no transmiten ya contenido alguno. Sólo es posible oír, acoger y entregar al Verbo
en el silencio, como hizo María, mujer del silencio. De ella dice el evangelio que
“conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”.
ORACION
Oh Señor, haz que seamos cada vez más responsables de las palabras que
pronunciemos, puesto que nos pedirás cuentas de ellas. Danos también unos labios que
no inyecten en el corazón veneno de muerte: ¡es tan fácil matar a los hermanos sin ni
siquiera darnos cuenta! Danos asimismo un corazón silencioso, capaz de custodiar el
misterio del Verbo de la vida, porque sólo si estamos atentos a él podremos aprender a
conocerlo de verdad y a seguirlo en su camino. Sólo entonces será auténtico el
testimonio de fe que ofrezcamos a los hermanos y verán en nuestra mirada un
resplandor de tu luz. Concédenos lo que te pedimos, oh Dios, Padre del Verbo que se ha
consumido en silencio por nosotros.